sábado, 9 de enero de 2016








Ven, vamos a perdernos, yo invito. Jesús

¡Oye!, que bien, ¡¡¡una invitación!!!.
Me está invitando Jesús a ir con él, seguro que me lo pasare bien.
Pero ¿una invitación a perdernos?, no me suena tan bien, pues eso me suena a otra cosa.
 Me suena a que nos vayamos por ahí, donde nadie nos vea, nos sintamos solos y libres para hacer lo que queramos y ahí entra poder besarnos, acariciarnos, sentirnos cerca, no tener reparos, y volver como si nada.
¡¡¡ Oye, y que todas las cosas nos suenen a lo mismo!!!  Jo que monotemáticos somos, ehhh.
Pues sí, Jesús me invita a perderme en la infinitud de su amor, a que con él pueda disfrutar de su ternura, de su gracia, de su cercanía, de su ofrecimiento, de su esmero, de su palabra, de sus gestos, de su sonrisa, de su mirada, de su amor, de su persona, de su amistad, de su entrega, de su fidelidad, de su sencillez, de su trato, de su padre Dios, de su Espíritu…
Cuántas invitaciones recibimos a lo largo de la vida que no nos construyen más, sino que en ocasiones nos llevan a ir destruyéndonos poquito a poco, pero las aceptamos por mil razones diferentes: por no quedar mal, por aparentar lo que no somos, por despecho, por frivolidad, por falta de reflexión, porque es lo más cómodo, por no saber escuchar bien…
Pues Jesús me invita porque me quiere, ni más ni menos, porque ME QUIERE, y yo le acepto, ni más ni menos, PORQUE LO QUIERO.
Su invitación se reitera y se repite a lo largo de mi vida y aunque siempre es la misma, siempre es novedosa, pues AMAR  nunca es algo repetitivo, rutinario; sino creativo y generativo  en cada acto de amor.



Equipo TEA

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