Ven, vamos
a perdernos, yo invito. Jesús
¡Oye!, que bien, ¡¡¡una invitación!!!.
Me está invitando Jesús a ir con él, seguro que me lo pasare
bien.
Pero ¿una invitación a perdernos?, no me suena tan bien,
pues eso me suena a otra cosa.
Me suena a que nos
vayamos por ahí, donde nadie nos vea, nos sintamos solos y libres para hacer lo
que queramos y ahí entra poder besarnos, acariciarnos, sentirnos cerca, no
tener reparos, y volver como si nada.
¡¡¡ Oye, y que todas las cosas nos suenen a lo mismo!!! Jo que monotemáticos somos, ehhh.
Pues sí, Jesús me invita a perderme en la infinitud de su
amor, a que con él pueda disfrutar de su ternura, de su gracia, de su cercanía,
de su ofrecimiento, de su esmero, de su palabra, de sus gestos, de su sonrisa, de
su mirada, de su amor, de su persona, de su amistad, de su entrega, de su
fidelidad, de su sencillez, de su trato, de su padre Dios, de su Espíritu…
Cuántas invitaciones recibimos a lo largo de la vida que no
nos construyen más, sino que en ocasiones nos llevan a ir destruyéndonos
poquito a poco, pero las aceptamos por mil razones diferentes: por no quedar
mal, por aparentar lo que no somos, por despecho, por frivolidad, por falta de
reflexión, porque es lo más cómodo, por no saber escuchar bien…
Pues Jesús me invita porque me quiere, ni más ni menos,
porque ME QUIERE, y yo le acepto, ni más ni menos, PORQUE LO QUIERO.
Su invitación se reitera y se repite a lo largo de mi vida y
aunque siempre es la misma, siempre es novedosa, pues AMAR nunca es algo repetitivo, rutinario; sino
creativo y generativo en cada acto de
amor.
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