DOCUMENTOS DE INTERES

"En este apartado pretendemos ir colgando diferentes documentos de interès, para la Educación Cristiana del Amor humano y todas sus confluencias, sus consecuencias, ramificaciones, aspectos, que proporciona el magisterio de la Iglesia, y las aportaciones de la Conferencia Episcopal Española.  Quizà hoy, más que nunca, existe un gran desconocimiento sobre el tema de la Educación del Amor desde la fe cristiana, y el desconocimiento lleva a la negaciòn de la verdad que supone la dignidad del ser humano, la fidelidad de las relaciones, el descubrimiento de saberse amado, la tarea de decidirse a amar... por ello, solo pretendemos dar a conocer lo que nosotros hemos conocido". 
¡¡¡ Que aproveche y enriquezca !!!


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SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA
RIENTACIONES EDUCATIVAS SOBRE EL AMOR HUMANO
 Pautas de educación sexual
Documento disponible en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccathe duc_doc_19831101_sexual-education_sp.html
INTRODUCCIÓN
1. El desarrollo armónico de la personalidad humana revela progresivamente en el hombre la imagen de hijo de Dios. «La verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último».(1) Tratando de la educación cristiana, el Concilio Vaticano II ha señalado la necesidad de ofrecer «una positiva y prudente educación sexual» a los niños y a los jóvenes.(2) 
La Congregación para la Educación Católica, dentro del ámbito de su competencia, considera un deber contribuir a la aplicación de la Declaración Conciliar, así como lo vienen haciendo las Conferencias Episcopales en sus demarcaciones respectivas.
2. Este documento, elaborado con la ayuda de expertos en problemas educativos, y sometido a una vasta consulta, se propone un objetivo concreto: examinar el aspecto pedagógico de la educación indicando orientaciones oportunas para la formación integral del cristiano, según la vocación de cada uno.
Aunque no se descienda en cada ocasión a la cita explícita, se presuponen siempre los principios doctrinales y las normas morales correspondientes, según el Magisterio. 
3. La Congregación es muy consciente de las diferencias culturales y sociales existentes en los diversos países. Por tanto, estas orientaciones deberán ser adaptadas por los respectivos episcopados a las necesidades propias de cada Iglesia local.

 Significado de la sexualidad

4. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso educativo: «A la verdad en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad»(3).
5. La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones. Esta diversidad, aneja a la complementariedad de los dos sexos, responde cumplidamente al diseño de Dios en la vocación enderezada a cada uno. 
 La genitalidad, orientada a la procreación, es la expresión máxima, en el plano físico, de la comunión de amor de los cónyuges. Arrancada de este contexto de don recíproco — realidad que el cristiano vive sostenido y enriquecido de una manera muy especial, por la gracia de Dios— la genitalidad pierde su significado, cede al egoísmo individual y pasa a ser un desorden moral.(4)
6. La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere verdadera calidad humana. En el cuadro del desarrollo biológico y psíquico, crece armónicamente y sólo se realiza en sentido pleno con la conquista de la madurez afectiva que se manifiesta en el amor desinteresado y en la total donación de sí. 

Situación actual

7. Se pueden observar actualmente, aun entre cristianos, notables divergencias respecto a la educación sexual. En el clima presente de desorientación moral amaga el peligro tanto del conformismo que acarrea no leves daños, como del prejuicio que falsea la íntima naturaleza del ser humano salida íntegra de las manos del Creador.
8. Reactivo necesario frente a tal situación, es para muchos una oportuna educación sexual. Conviene observar que si bien la necesidad es una convicción ampliamente difundida en teoría, en la práctica persisten incertidumbres y divergencias notables sea respecto a las personas e instituciones que deberían asumir la responsabilidad educativa, sea en relación al contenido y metodología.
9. Los educadores y los padres reconocen con frecuencia no estar suficientemente preparados para llevar a cabo una adecuada educación sexual. La escuela no siempre está capacitada para ofrecer una visión integral del tema; la cual quedaría incompleta con la sola información científica.
10. Particulares dificultades se encuentran en países donde la urgencia del problema no se advierte o se piensa, tal vez, que pueda resolverse por sí mismo, al margen de una educación específica.
11. En general, es necesario reconocer que se trata de una empresa difícil por la complejidad de los diversos elementos (fisiológicos, psicológicos, pedagógicos, socioculturales, jurídicos, morales y religiosos) que intervienen en la acción educativa.
12. Algunos organismos católicos, en diversas partes, —con la aprobación y el estímulo del Episcopado local— han comenzado a desarrollar una positiva tarea de educación sexual, dirigida no sólo a ayudar a los niños y adolescentes en el camino hacia la madurez psicológica y espiritual, sino también, y sobre todo, a prevenirlos contra los peligros provenientes de la ignorancia y degradación ambientales. 
13. Es también laudable el esfuerzo de cuantos, con seriedad científica, estudian el problema, a partir de las ciencias humanas integrando los resultados de tales  investigaciones en un proyecto conforme a las exigencias de la dignidad humana, como aparece en el Evangelio.

Declaraciones del Magisterio

14. Las declaraciones del Magisterio sobre educación sexual reflejan un progreso que responde a las justas exigencias de la historia en plena fidelidad a la tradición.(5)
El Concilio Vaticano II en la «Declaración sobre la Educación cristiana» presenta la perspectiva correspondiente a la educación sexual (6) tras afirmar el derecho de la juventud a recibir una educación adecuada a las exigencias personales.
El Concilio concreta: «Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en el recto y laborioso desarrollo de la vida, y en la consecución de la verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual».(7)
15. La Constitución Pastoral «Gaudium et spes», a propósito de la dignidad del matrimonio y de la familia, presenta esta última como el lugar preferente para la formación de los jóvenes en la castidad.(8) Pero siendo ésta un aspecto de la educación integral, exige la cooperación de los educadores con los padres en el cumplimiento de su misión.(9) Esta educación, en definitiva, se debe ofrecer a los niños y jóvenes en el ámbito de la familia(10) y darla de manera gradual, mirando siempre a la formación integral de la persona
16. En la Exhortación apostólica sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual, Juan Pablo II reserva un puesto destacado a la educación sexual como un valor de la persona. «La educación para el amor como don de sí mismo, dice el Santo Padre, constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que "banaliza" en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona — cuerpo, sentimiento y espíritu— y manifiesta su significado intimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor».(11)
17. El Papa, inmediatamente después, hace a la escuela responsable de esta educación al servicio y en sintonía con los padres. «La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiariedad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres».(12) 
18. Para que el valor de la sexualidad alcance su plena realización, «es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica  madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el "significado esponsal" del cuerpo».(13) La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. Fruto de la gracia de Dios y de nuestra colaboración, la castidad tiende a armonizar los diversos elementos que componen la persona y a superar la debilidad de la naturaleza humana, marcada por el pecado, para que cada uno pueda seguir la vocación a la que Dios lo llame.
En el esfuerzo por conseguir una completa educación para la castidad, «los padres cristianos reservarán una atención y cuidado especial —discerniendo los signos de la llamada de Dios— a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido genuino de la sexualidad humana».(14) 
19. En la enseñanza de Juan Pablo II, la consideración positiva de los valores que se deben descubrir y apreciar, antecede a la norma que no se debe violar. Ésta, sin embargo, interpreta y formula los valores a que el hombre debe tender. «Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana. Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no seria más que una introducción a la experiencia del placer y un estimulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia».(15) 
20. Este documento, por tanto, partiendo de la visión cristiana del hombre y anclado en los principios enunciados recientemente por el Magisterio, desea ofrecer a los educadores algunas orientaciones fundamentales sobre la educación sexual y las condiciones y modalidades a tener presentes en el plano operativo. 

I. ALGUNOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

21. Toda educación se inspira en una determinada concepción del hombre. La educación cristiana aspira a conseguir la realización del hombre a través del desarrollo de todo su ser, espíritu encarnado, y de los dones de naturaleza y gracia de que ha sido enriquecido por Dios. Está enraizada en la fe que «todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre».(16)

Concepción cristiana de la sexualidad. 

22. La visión cristiana del hombre, reconoce al cuerpo una particular función, puesto que contribuye a revelar el sentido de la vida y de la vocación humana. La corporeidad es, en efecto, el modo específico de existir y de obrar del espfritu humano. Este significado es ante todo de naturaleza antropológica: «el cuerpo revela el hombre»,(17) «expresa la persona»(18) y por eso es el primer mensaje de Dios al hombre mismo, casi una especie de «sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible, el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad».(19)
23. Hay un segundo significado de naturaleza teologal: el cuerpo contribuye a revelar a Dios y su amor creador, en cuanto manifiesta la creaturalidad del hombre, su dependencia de un don fundamental que es don del amor. «Esto es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar».(20)
24. El cuerpo, en cuanto sexuado, manifiesta la vocación del hombre a la reciprocidad, esto es, al amor y al mutuo don de sí.(21) El cuerpo, en fin, llama al hombre y a la mujer a su constitutiva vocación a la fecundidad, como uno de los significados fundamentales de su ser sexuado.(22)
 25. La distinción sexual, que aparece como una determinación del ser humano, supone diferencia, pero en igualdad de naturaleza y dignidad.(23)
 La persona humana, por su íntima naturaleza, exige una relación de alteridad que implica una reciprocidad de amor.(24) Los sexos son complementarios: iguales y distintos al mismo tiempo; no idénticos, pero sí iguales en dignidad personal; son semejantes para entenderse, diferentes para completarse recíprocamente.
26. El hombre y la mujer constituyen dos modos de realizar, por parte de la criatura humana, una determinada participación del Ser divino: han sido creados «a imagen y semejanza de Dios» y llenan esa vocación no sólo como personas individuales, sino asociados en pareja, como comunidad de amor.(25) Orientados a la unión y a la fecundidad, el marido y la esposa participan del amor creador de Dios, viviendo a través del otro la comunión con El.(26)
27. La presencia del pecado, que obscurece la inocencia original del hombre, dificulta la percepción de estos mensajes; su interpretación se ha convertido así en quehacer ético, objeto de una ardua tarea confiada al hombre: «El hombre y la mujer después del pecado original perderán la inocencia originaria. El descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia. Sin embargo, este significado permanecerá como una prenda dada al hombre por el «ethos» del don, inscrito en lo profundo del corazón humano, como eco lejano de la inocencia originaria».(27) 
En presencia de esta capacidad del cuerpo de ser al mismo tiempo signo e instrumento de vocación ética cabe descubrir una analogía entre el cuerpo mismo y la economía sacramental, que es el camino concreto a través del cual alcanza el hombre la gracia y la salvación.
28. Dada la inclinación del hombre «histórico» a reducir la sexualidad a la sola experiencia genital, se explican las reacciones tendentes a desvalorizar el sexo, como si por naturaleza fuese indigno del hombre. Las presentes orientaciones pretenden oponerse a tal desvalorización.
29. «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado»(28) y la existencia humana adquiere su significado pleno en la vocación a la vida divina. Sólo siguiendo a Cristo, responde el hombre a esta vocación y se afirma plenamente tal creciendo hasta llegar a ser «hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo».(29)
30. A la luz del misterio de Cristo, la sexualidad aparece como una vocación a realizar el amor que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los redimidos. Jesucristo ha sublimado tal vocación con el Sacramento del matrimonio.
31. Jesús ha indicado, por otra parte, con el ejemplo y la palabra, la vocación a la virginidad por el reino de los cielos.(30) La virginidad es vocación al amor: hace que el corazón esté más libre para amar a Dios.(31) Exento de los deberes propios del amor conyugal, el corazón virgen puede sentirse, por tanto, más disponible para el amor gratuito hacia los hermanos.
En consecuencia, la virginidad por el reino de los cielos, expresa mejor la donación de Cristo al Padre por los hermanos y prefigura con mayor exactitud la realidad de la vida eterna, que será esencialmente caridad.(32)
La virginidad implica, ciertamente, renuncia a la forma de amor típica del matrimonio, pero asume a nivel más profundo el dinamismo, inherente a la sexualidad, de apertura oblativa a los otros, potenciado y transfigurado por la presencia del Espíritu el cual enseña a amar al Padre y a los hermanos como el Señor Jesús.
32. En síntesis, la sexualidad está llamada a expresar valores diversos a los que corresponden exigencias morales específicas; orientada hacia el diálogo interpersonal, contribuye a la maduración integral del hombre abriéndolo al don de sí en el amor; vinculada, por otra parte, en el orden de la creación, a la fecundidad y a la transmisión de la vida, está llamada a ser fiel también, a esta finalidad suya interna. Amor y fecundidad son, por tanto, significados y valores de la sexualidad que se incluyen y reclaman mutuamente y no pueden, en consecuencia, ser considerados ni alternativos ni opuestos.
33. La vida afectiva, propia de cada sexo, se manifiesta de modo característico en los diversos estados de vida: la unión de los cónyuges, el celibato consagrado elegido por el Reino, la condición del cristiano que no ha llegado al momento de su compromiso matrimonial o porque es todavía célibe o porque ha elegido permanecer tal. En todos los casos esta vida afectiva debe ser acogida e integrada en la persona humana.

Naturaleza, finalidad y medios de la educación sexual

34. Objetivo fundamental de esta educación es un conocimiento adecuado de la naturaleza e importancia de la sexualidad y del desarrollo armónico e integral de la persona hacia su madurez psicológica con vistas a la plenitud de vida espiritual, a la que todos los creyentes están llamados.(33) 
A este fin el educador cristiano recordará los principios de fe y los diversos métodos de intervención, teniendo en cuenta la positiva valoración que la pedagogía actual hace de la sexualidad.
35. En perspectiva antropológica cristiana, la educación afectivo-sexual considera la totalidad de la persona y exige, por tanto, la integración de los elementos biológicos, psico-afectivos, sociales y espirituales. Esta integración resulta difícil porque también el creyente lleva las consecuencias del pecado original.
Una verdadera «formación», no se limita a informar la inteligencia, sino que presta particular atención a la educación de la voluntad, de los sentimientos y de las emociones. En efecto, para tender a la madurez de la vida afectivosexual, es necesario el dominio de sí, el cual presupone virtudes como el pudor, la templanza, el respeto propio y ajeno y la apertura al prójimo. 
Todo esto no es posible sino en virtud de la salvación que viene de nuestro Señor Jesucristo.
36. Aunque son diversas las modalidades que asume la sexualidad en cada persona, la educación debe promover sobre todo aquella madurez que «comporta no sólo la aceptación del valor sexual integrado en el conjunto de los valores, sino también la potencialidad "oblativa", es decir la capacidad de donación, de amor altruista. Cuando esta capacidad se realiza en la medida adecuada, la persona se hace idónea para establecer un contacto espontáneo, para dominarse emocionalmente y comprometerse con seriedad».(34) 
37. La pedagogía contemporánea de inspiración cristiana ve en el educando, considerado en su totalidad compleja, el principal sujeto de la educación. Debe ser ayudado, creando un clima de confianza, a desarrollar todas sus capacidades para el bien. Demasiado fácilmente se olvida esto cuando se da excesivo peso a la simple información en detrimento de las otras dimensiones de la educación sexual. En la educación, en efecto, es de máxima importancia el conocimiento de nuevas nociones, pero vivificado por la asimilación de los valores correspondientes y de una viva toma de conciencia de las responsabilidades personales relacionadas con la edad adulta.
38. Debido a las repercusiones de la sexualidad en toda la persona humana, es necesario tener presentes multitud de aspectos: las condiciones de salud, las influencias del ambiente familiar y social, las impresiones recibidas y las reacciones del sujeto, la educación de la voluntad y el grado de desarrollo de la vida espiritual sostenida por el auxilio de la gracia.
39. Todo lo que se ha dicho hasta aquí sirve a los educadores como ayuda y guía en la formación de la personalidad de los jóvenes. Los educadores deben estimularlos a una reflexión crítica sobre las impresiones recibidas y, al mismo tiempo que les proponen valores, deben darles testimonio de una vida espiritual auténtica tanto personal como comunitaria.
40. Vistos los estrechos lazos existentes entre moral y sexualidad, es necesario que el conocimiento de las normas morales esté acompañado de claras motivaciones a fin de conseguir una sincera adhesión personal. 
41. La pedagogía contemporánea tiene plena conciencia de que la vida humana está sometida a una evolución constante y que la formación personal es un proceso permanente. Esto es también verdadero respecto a la sexualidad que se manifiesta con características particulares en las diversas fases de la vida. Lo cual conlleva, evidentemente, riquezas y dificultades no leves en cada etapa de su maduración.
42. Los educadores tienen presente las etapas fundamentales de tal evolución: el instinto primitivo, que al principio presenta carácter rudimentario, pasa luego a un clima de  ambivalencia entre el bien y el mal; después con ayuda de la educación los sentimientos se estabilizan a la vez que aumenta el sentido de responsabilidad. Gradualmente el egoísmo se elimina, se establece un cierto ascetismo, el otro es aceptado y amado por sí mismo; se integran los elementos de la sexualidad: genitalidad, erotismo, amor y caridad. Aunque no se obtiene siempre el resultado completo, son más numerosos de lo que se piensa, los que se aproximan a la meta a que aspiran.
43. Los educadores cristianos están persuadidos de que la educación sexual sólo se realiza plenamente en el ámbito de la fe. Incorporado por el bautismo a Cristo resucitado, el cristiano sabe que también su cuerpo ha sido vivificado y purificado por el Espíritu que Jesús le comunica.(35) 
La fe en el misterio de Cristo resucitado, que por su Espíritu actúa y prolonga en los fieles el misterio de la pascua, descubre al creyente la vocación a la resurrección de la carne, ya incoada gracias al Espíritu que habita en el justo como prenda y germen de la resurrección total y definitiva.
 44. El desorden provocado por el pecado, presente y operante en el individuo como también en la cultura que caracteriza la sociedad, ejerce una presión fuerte a concebir y vivir la sexualidad en oposición a la ley de Cristo, al compás de lo que San Pablo denominara la ley del pecado.(36) A veces, las estructuras económicas, las leyes estatales, los mass-media, los sistemas de vida de las grandes metrópolis son factores que inciden negativamente sobre el hombre. De todo ello la educación cristiana toma nota e indica orientaciones oportunas para oponerse responsablemente a tales incentivos.
45. Este esfuerzo constante es sostenido y aun hecho posible por la gracia divina mediante la Palabra de Dios recibida con fe, la oración filial y la participación en los sacramentos. Figura en primer término la Eucaristía, comunión con Cristo en el acto mismo de su sacrificio, donde, efectivamente, el creyente encuentra el Pan de vida como «viático» para afrontar y superar los obstáculos de su terreno peregrinar. El sacramento de la Reconciliación, a través de la gracia que le es propia y con la ayuda de la dirección espiritual, no solamente refuerza la capacidad de resistencia al mal, sino que confiere energía para levantarse después de una caída.
Estos sacramentos son ofrecidos y celebrados en la comunidad eclesial. Quien se inscribe vitalmente en el seno de tal comunidad, halla en los sacramentos la fuerza para llevar, en su estado, una vida casta.
46. La oración personal y comunitaria es el medio insustituible para obtener de Dios fidelidad a las promesas del bautismo, resistencia a los impulsos de la naturaleza humana herida por el pecado y equilibrio de las emociones que surgen por influencias negativas del medio ambiente.
El espíritu de oración ayuda a vivir coherentemente la práctica de los valores evangélicos cuales son la lealtad y sinceridad de corazón y la pobreza y humildad, en el esfuerzo diario de trabajo y de interés por el prójimo. La vida interior lleva a la alegría cristiana, siempre victoriosa, más allá de todo moralismo y ayuda psicológica, en la lucha contra el mal.
Del contacto íntimo y frecuente con el Señor todos, y los jóvenes en particular, recaban fuerza y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás.
A nadie debe escapársele la importancia de estas afirmaciones, pues hay muchas personas que, implícita o explícitamente, tienen una actitud pesimista respecto a la capacidad de la naturaleza humana para asumir un compromiso definitivo para toda la vida, especialmente en el matrimonio. La educación cristiana debe reforzar la confianza de los jóvenes de manera que su comprensión y preparación para un compromiso de este género esté acompañada de la certeza de que Dios les ayuda con su Gracia para que puedan llevar a cabo sus designios sobre ellos.
47. La imitación y unión con Cristo, vividos y transmitidos por los santos, son las motivaciones más profundas de nuestra esperanza de realizar el alto ideal de vida casta inalcanzable con las solas fuerzas humanas.
 La Virgen María es ejemplo eminente de vida cristiana. La Iglesia, por secular experiencia, certifica que los fieles, especialmente los jóvenes, que le son devotos, han sabido realizar este sublime ideal.

II. RESPONSABILIDAD EN LA REALIZACIÓN DE LA EDUCACION SEXUAL 
Función de la familia 
48. La educación corresponde, especialmente, a la familia que «es escuela del más rico humanismo».(37) La familia, en efecto, es el mejor ambiente para llenar el deber de asegurar una gradual educación de la vida sexual. Ella cuenta con reservas afectivas capaces de hacer aceptar, sin traumas, aun las realidades más delicadas e integrarlas armónicamente en una personalidad equilibrada y rica.
49. El afecto y la confianza recíproca que se viven en la familia ayudan al desarrollo armónico y equilibrado del niño desde su nacimiento. Para que los lazos afectivos naturales que unen a los padres con los hijos sean positivos en el máximo grado, los padres, sobre la base de un sereno equilibrio sexual, establezcan una relación de confianza y diálogo con sus hijos, siempre adecuada a su edad y desarrollo.
50. Para brindar a los hijos orientaciones eficaces necesarias para resolver los problemas del momento, antes de dar conocimientos teóricos, sean los adultos ejemplo con el propio comportamiento. Los padres cristianos deben tener conciencia de que ese ejemplo constituye la aportación más válida a la educación de sus hijos. Éstos, a su vez, podrán adquirir la certeza de que el ideal cristiano es una realidad vivida en el seno de la propia familia
51. La apertura y la colaboración de los padres con los otros educadores corresponsables de la formación, influirán positivamente en la maduración del joven. La preparación teórica y la experiencia de los padres ayudarán a los hijos a comprender el valor y el papel específicos de la realidad masculina y femenina.
52 La plena realización de la vida conyugal y, en consecuencia, la estabilidad y santidad de la familia dependen de la formación de la conciencia y de los valores asimilados durante todo el proceso formativo de los mismos padres. Los valores morales vividos en familia se transmiten más fácilmente a los hijos.(38) Entre estos valores morales hay que destacar el respeto a la vida desde el seno materno y, en general, el respeto a la persona de cualquier edad y condición. Se debe ayudar a los jóvenes a conocer, apreciar y respetar estos valores fundamentales de la existencia.
Dada la importancia de los mismos para la vida cristiana, e incluso en la perspectiva de una llamada divina de los hijos al sacerdocio o a la vida consagrada, la educación sexual adquiere también una dimensión eclesial.

La comunidad eclesial
53. La Iglesia, madre de los fieles engendrados en la fe por ella en el Bautismo, tiene, confiada por Cristo, una misión educativa que se realiza especialmente a través del anuncio, la plena comunión con Dios y los hermanos y la participación consciente y activa en la liturgia eucarística y en la actividad apostólica.(39) La comunidad eclesial constituye, desde el abrirse a la vida, un ambiente adecuado a la asimilación de la ética cristiana en la que los fieles aprenden a testimoniar la Buena Nueva.
54. Las dificultades que la educación sexual encuentra a menudo en el seno de la familia, requieren una mayor atención por parte de la comunidad cristiana y, en particular de los sacerdotes, para lograr la educación de los bautizados. En este campo están llamados a cooperar con la familia, la escuela católica, la parroquia y otras instituciones eclesiales.
55. Del carácter eclesial de la fe deriva la corresponsabilidad de la comunidad cristiana en ayudar a los bautizados a vivir coherente y conscientemente las obligaciones asumidas en el bautismo. Corresponde a los Obispos dar normas y orientaciones adaptadas a las necesidades de las Iglesias particulares.

Catequesis y educación sexual
56. La catequesis está llamada a ser terreno fecundo para la renovación de toda la comunidad eclesial. Por tanto, para llevar a los fieles a la madurez de la fe, aquélla debe ilustrar los valores positivos de la sexualidad, integrándolos con los de la virginidad y el matrimonio, a la luz del misterio de Cristo y de la Iglesia.
Esta catequesis debería poner de relieve que la primera vocación del cristiano es amar, y que la vocación al amor se realiza por dos caminos diversos: el matrimonio o el celibato por el Reino.(40) «El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo».(41) 
57. Para que las familias tengan la certeza de que la catequesis no se separa en absoluto del Magisterio de la Iglesia, los Pastores deben preocuparse tanto de la elección y preparación del personal responsable cuanto del determinar los contenidos y métodos.
58. Persiste en su pleno valor la norma indicada en el n. 48: en lo que concierne a los aspectos más íntimos, biológicos o afectivos, se debería privilegiar la educación individual, preferiblemente en el ámbito de la familia. 
59. Siendo siempre válido que la catequesis realizada en familia constituye una forma privilegiada, si en algunas circunstancias, los padres no se sienten capacitados para asumir este deber, pueden acudir a otras personas que gocen de su confianza. Una iniciación sabia, prudente y adaptada a la edad y al ambiente, puede evitar traumas a los niños y hacerles más fácil la solución de los problemas sexuales. En todo caso, no bastan lecciones formales; para impartir estas enseñanzas lo mejor es aprovechar las múltiples ocasiones ofrecidas por la vida cotidiana.

Catequesis prematrimonial 
60. Un aspecto fundamental de la preparación de los jóvenes para el matrimonio consiste en darles una visión exacta la ética cristiana respecto a la sexualidad. La catequesis ofrece la ventaja de situarse en la perspectiva inmediata del matrimonio. Pero, para conseguir plenamente el objetivo, esta catequesis debe ser continuada convenientemente de manera que constituya un verdadero y propio catecumenado. Aspira, además, a sostener y robustecer la castidad propia de los novios, a prepararlos para la vida conyugal, vivida cristianamente, y para la misión específica que los esposos tienen en el Pueblo de Dios.
 61. Los futuros esposos deben conocer el significado profundo del matrimonio, entendido como unión de amor para su pleno desarrollo personal y para la procreación. La estabilidad del matrimonio y del amor conyugal exige, como condición indispensable, la castidad y el dominio de sí, la formación del carácter y el espíritu de sacrificio. En vista de las dificultades de la vida matrimonial, agudizadas en las condiciones de nuestro tiempo, la castidad juvenil, en cuanto preparación adecuada para la castidad matrimonial, será de ayuda decisiva para los esposos. Éstos, por otra parte, serán instruidos sobre la ley divina, declarada por el Magisterio eclesiástico, necesaria para la formación de su conciencia.(42)
62. Instruidos sobre el valor y la grandeza del sacramento del matrimonio, que especifica para ellos la gracia y la vocación del bautismo, los esposos cristianos estarán en grado de vivir conscientemente los valores y las obligaciones propias de su vida moral como exigencia y fruto de la gracia y de la acción del Espíritu, ya que «para cumplir dignamente su deber de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial».(43)
 Por otra parte, a fin de vivir su sexualidad y llevar a cabo sus responsabilidades de acuerdo con el designio divino (44) es importante que los esposos tengan conocimiento de los métodos naturales para regular su fertilidad. Como ha dicho Juan Pablo II: «Conviene hacer lo posible para que semejante conocimiento se haga accesible a todos los esposos, y ante todo a las personas jóvenes, mediante una información y una educación clara, oportuna y seria, por parte de parejas, de médicos y de expertos».(45) Hay que hacer notar que la contracepción, de la que actualmente se hace intensa propaganda, contrasta con estos ideales cristianos y estas normas de moralidad en que la Iglesia es maestra. Este hecho hace todavía más urgente la necesidad de que la enseñanza de la Iglesia sobre los medios artificiales de contracepción y los motivos de tales enseñanzas, sean transmitidos a los jóvenes a la edad conveniente para prepararlos a vivir su matrimonio responsablemente, pleno de amor y abierto a la vida.

Orientaciones para los adultos 
63. Una sólida preparación catequística de los adultos, sobre el amor humano, pone las bases para la educación sexual de los niños. Así se asegura la posesión de la madurez humana iluminada por la fe, que será decisiva en el diálogo que los adultos deben establecer con las nuevas generaciones. Además de las indicaciones concernientes a los métodos a usarse, dicha catequesis favorecerá un oportuno cambio de ideas sobre problemas particulares, hará conocer mejor el material a utilizar y permitirá eventuales encuentros con expertos, cuya colaboración podría ser particularmente útil en los casos difíciles.
64. La persona debería encontrar en la sociedad, expresados y vividos, los valores que ejercen un influjo no secundario en el proceso formativo. Será, por tanto, deber de la sociedad civil, en cuanto se trata del bien común,(46) vigilar con el fin de que se asegure un sano ambiente físico y moral en las escuelas y se promuevan las condiciones que respondan a la positiva petición de los padres o cuenten con su libre adhesión. 
65. Es deber del Estado tutelar a los ciudadanos contra las injusticias y desórdenes morales como el abuso de los menores y toda forma de violencia sexual, la degradación de costumbres, la permisividad y la pornografía, y la manipulación de los datos demográficos. 

Responsabilidad en la educación para el uso de los instrumentos de comunicación social
66. En el mundo actual los instrumentos de comunicación social, con su irrupción arrolladora y fuerza de sugestión, ejercen sobre los jóvenes y los menores, en general y sobre todo en el campo de la educación sexual, una continua y condicionarte obra de información y de amaestramiento bastante más incisiva que aquella propia de la familia.
 Juan Pablo II ha indicado la situación en la que vienen a encontrarse los niños frente a los instrumentos de comunicación social: «Fascinados y privados de defensas ante el mundo y ante los adultos, los niños están naturalmente dispuestos a acoger lo que se les ofrece, ya se trate del bien o del mal ... Los niños se sienten atraídos por la «pequeña pantalla» y por la «pantalla grande»: siguen todos los gestos que aparecen en ellas y perciben, antes y mejor que cualquier otra persona, las emociones y sentimientos consiguientes».(47) 
67. Hay que destacar, además, que por la misma evolución tecnológica se hace menos fácil el realizar oportunamente el necesario control. De aquí la urgencia, aun con miras a una recta educación sexual, de que «los destinatarios, sobre todo los jóvenes, procuren acostumbrarse a ser moderados y disciplinados en el uso de estos instrumentos; pongan, además, empeño en entender bien lo oído, visto y leído;  dialoguen con educadores y peritos en la materia y aprendan a formar recto juicio».(48)
68. En defensa de los derechos del niño en este campo, Juan Pablo II estimula la conciencia de todos los cristianos responsables, en particular de los padres y de los operadores de los medios de comunicación social, para que no escondan, bajo pretexto de neutralidad o de respeto por el espontáneo desarrollo del niño, lo que en realidad constituye un comportamiento de preocupante desinterés.(49)
 «Las autoridades civiles tienen peculiares deberes en esta materia en razón del bien común»,(50) el cual exige que un reglamento jurídico de los instrumentos de comunicación social proteja la moralidad pública, en particular el mundo juvenil, especialmente en lo que concierne a revistas, filmes, programas radio-televisivos, exposiciones, espectáculos y publicidad. 

Función de la escuela en relación a la educación sexual
69. Supuesto el deber primario de la familia, cometido propio de la escuela es el de asistir y completar la obra de los padres, proporcionando a los niños y jóvenes una estima de la «sexualidad como valor y función de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios».(51) 
70. El diálogo interpersonal, exigido por la educación sexual, tiende a suscitar en el educando una disposición interior apta para motivar y guiar el comportamiento de la persona.
 Ahora bien, tal actitud está estrechamente conectada con los valores inspirados en la concepción de la vida. La educación sexual no se reduce a simple materia de enseñanza o a sólo conocimientos teóricos; no consiste en un programa a desarrollar progresivamente, sino que tiene un objetivo específico: la maduración afectiva del alumno, el hacerlo llegar a ser dueño de sí y el formarlo para el recto comportamiento en las relaciones sociales. 
71. La escuela puede contribuir a la consecución de este objetivo de diversas maneras. Todas las materias se prestan al desarrollo de los temas relativos a la sexualidad; el profesor lo hará siempre en clave positiva y con gran delicadeza, discerniendo concretamente la oportunidad y el modo.
 La educación sexual individual por su valor prioritario, no puede ser confiada indistintamente a cualquier miembro de la comunidad escolar. En efecto, como se especificará más adelante, además de recto juicio, sentido de responsabilidad, competencia profesional, madurez afectiva y pudor, esta educación exige en el educador una sensibilidad exquisita para iniciar al niño y al adolescente en los problemas del amor y de la vida sin perturbar su desarrollo psicológico. 
72. Aun cuando el educador posea las cualidades necesarias para una educación sexual en grupo, hay que tener en cuenta la situación concreta del grupo mismo. Esto se aplica, sobre todo, en el caso de grupos mixtos que reclaman especiales precauciones. En todo caso, las autoridades responsables deben juzgar con los padres la oportunidad de proceder de este modo. Dada la complejidad del problema, es bueno proporcionar al educando ocasión para coloquios personales en los que se le facilite el pedir los consejos o aclaraciones que, por un instintivo sentido del pudor, no se atrevería a manifestar en públicoSólo una estrecha colaboración entre la escuela y la familia asegura un provechoso cambio de experiencias entre padres y profesores, en bien de los alumnos.(52)
 Corresponde a los Obispos, teniendo en cuenta las legislaciones escolásticas y las circunstancias locales, dar indicaciones sobre la educación sexual en grupos, sobre todo si son mixtos.
73. Puede, tal vez, ocurrir que determinados sucesos de la vida escolar exijan una intervención oportuna. En cuyo caso, las autoridades escolares, coherentes con el principio de colaboración, se pondrán en contacto con los padres interesados para acordar la solución oportuna. 
74. Personas particularmente aptas por su competencia y equilibrio y que gozan de la confianza de los padres, podrán ser invitadas y tener coloquios privados con los alumnos para ayudarlos a desarrollar su maduración afectiva y a dar el justo equilibrio a sus relaciones. Tales intervenciones de orientación personal se imponen en especial en los casos más difíciles, a menos que la gravedad de la situación no haga necesario el recurso al especialista en materia. 
75. La formación y el desarrollo de una personalidad armónica exigen una atmósfera serena, fruto de comprensión, confianza recíproca y colaboración entre los responsables. Esto se logra con el mutuo respeto a la competencia específica de los diversos operadores de la educación, a las respectivas responsabilidades y a la elección de los medios diferenciados a disposición de cada uno. 


 Material didáctico apropiado
76. Facilita la educación sexual correcta, un material didáctico apropiado. Para prepararlo adecuadamente, se requiere la colaboración de especialistas en teología moral y pastoral, de catequistas y de pedagogos y psicólogos católicos. Póngase particular atención al material destinado al uso inmediato de los alumnos. Ciertos textos escolares sobre la sexualidad, por su carácter naturalista, resultan nocivos al niño y al adolescente.
 Aún más nocivo es el material gráfico y audiovisual, cuando presenta crudamente realidades sexuales para las que el alumno no está preparado y así le proporciona impresiones traumáticas o suscita en él malsanas curiosidades que lo inducen al mal. Los educadores piensen seriamente en los graves daños que una irresponsable actitud en materia tan delicada puede causar a los alumnos. 

Grupos juveniles 
77. Existe en la educación un factor no despreciable que se asocia a la acción de la familia y de la escuela y, a menudo, tiene una influencia aún mayor en la formación de la persona: son los grupos juveniles que se constituyen en las actividades del tiempo libre y que ocupan intensamente la vida del adolescente y del joven. Las ciencias humanas consideran los 'grupos' como una condición positiva para la formación, porque no es posible la maduración de la personalidad sin eficaces relaciones interpersonales.

III. CONDICIONES Y MODALIDAD DE LA EDUCACIÓN SEXUAL 
78. La complejidad y delicadeza de esta tarea requiere esmerada preparación de los educadores, cualidades específicas para esta acción educativa y particular atención a objetivos precisos. 

Preparación para los educadores
79. La personalidad madura de los educadores, su preparación y equilibrio psíquico influyen fuertemente sobre los educandos. Una exacta y completa visión del significado y del valor de la sexualidad y una serena integración de la misma en la propia personalidad son indispensables a los educadores para una constructiva acción educativa. Su capacitación no es tanto fruto de conocimientos teóricos como resultado de su madurez afectiva, lo cual no dispensa de la adquisición de conocimientos científicos adaptados a su tarea educativa, particularmente ardua en nuestros días. Los encuentros con las familias podrán ser de gran ayuda. 
80. Las disposiciones que deben caracterizar al educador son el resultado de una formación general, fundada en una concepción positiva y constructiva de la vida, y en el esfuerzo constante por realizarla. Una tal formación rebasa la necesaria preparación profesional y penetra los aspectos más íntimos de la personalidad, incluso el religioso y espiritual. Este último, garantiza el recurso tanto a los principios cristianos como a los medios sobrenaturales que deben sostener las intervenciones educativas. 
81. El educador que desarrolla su tarea fuera del ambiente familiar, necesita una preparación psico-pedagógica adaptada y seria, que le permita captar situaciones particulares que requieren una especial solicitud. Así, estará en disposición de aconsejar aun a los mismos padres, sobre todo cuando el muchacho o la muchacha necesitan un psicólogo. 
82. Entre los sujetos normales y los casos patológicos, existe toda una gama de individuos con problemas, más o menos agudos y persistentes amenazados de escasa atención pese a su gran necesidad de ayuda. En estos casos, más que una terapia a nivel médico, se requiere una constante obra de apoyo y guía por parte de los educadores. Cualidades de los métodos educativos 
83. Se impone un conocimiento claro de la situación, porque el método utilizado no sólo condiciona grandemente el resultado de esta delicada educación, sino también la colaboración entre los diversos responsables. En realidad las críticas en curso, ordinariamente, se refieren más a los métodos usados por algunos educadores que al hecho de su intervención. Estos métodos deben tener determinadas cualidades, relativas unas al sujeto y a los educadores mismos y otras a la finalidad que tal educación se propone. 

Exigencias del sujeto e intervención educativa 
84. La educación afectivo-sexual, estando más condicionada que otras por el grado de desarrollo físico y psicológico del educando, debe ser siempre adaptada al individuo. En ciertos casos, es necesario prevenir al sujeto preparándolo para situaciones particularmente difíciles, cuando se prevé que deberá afrontarlas, o avisándole acerca de peligros inminentes o constantes.
85. Sin embargo, es preciso respetar el carácter progresivo de esta educación. Se debe intervenir gradualmente prestando atención a los momentos del desarrollo físico y psicológico que requieren una preparación más cuidadosa y un tiempo de maduración prolongado. Es necesario asegurarse de que el educando ha asimilado los valores, los conocimientos y las motivaciones que le han sido propuestos o los cambios y evoluciones que ha podido observar en sí mismo y de los que el educador indica oportunamente las causas, las relaciones y la finalidad. Cualidad de las intervenciones educativas 
86. Una válida contribución al desarrollo armónico y equilibrado de los jóvenes impone a los educadores regular sus intervenciones de acuerdo al particular papel que desempeñan. El sujeto no percibe ni acepta de la misma manera de parte de los diversos educadores las informaciones y motivaciones que le son dadas, porque afectan de modo diverso su intimidad. Objetividad y prudencia deben caracterizar tales intervenciones. 
87. La información progresiva requiere una explicación incompleta, pero siempre ajustada a la verdad. Han de evitarse explicaciones deformadas por reticencias o falta de franqueza. Sin embargo, la prudencia exige al educador no sólo una oportuna adaptación del argumento a las expectativas del sujeto, sino también la elección del lenguaje, del modo y del tiempo en el que intervenir; exige también que se tenga en cuenta el pudor del niño. El educador recuerde, además, la influencia de los padres: su preocupación por esta dimensión de la educación, el carácter particular de la educación familiar, su concepción de la vida y el grado de apertura a los otros ambientes educativos.
88. Se debe insistir, sobre todo, en los valores humanos y cristianos de la sexualidad para procurar su aprecio y para suscitar el deseo de proyectarlos en la vida personal y en las relaciones con los demás. Sin desconocer las dificultades que el desarrollo sexual supone, pero sin obsesionarse con ello, el educador tenga confianza en la acción educativa: ésta puede contar con la resonancia que los verdaderos valores encuentran en los jóvenes, cuando son presentados con convicción y confirmados por el testimonio de vida. 
89. Dada la importancia de la educación sexual en la formación integral de la persona, los educadores, habida cuenta de los varios aspectos de la sexualidad y de su incidencia sobre la personalidad global, se esfuercen, especialmente, por no separar los conocimientos de los valores correspondientes que dan un sentido y una orientación a las informaciones biológicas, psicológicas y sociales. Por tanto, cuando presenten las normas morales, es necesario que muestren su respaldo y los valores que involucran.

Educación para el pudor y la amistad
90. El pudor, elemento fundamental de la personalidad, se puede considerar —en el plano educativo— como la conciencia vigilante en defensa de la dignidad del hombre y del amor auténtico. Tiende a reaccionar ante ciertas actitudes y a frenar comportamientos que ensombrecen la dignidad de la persona. Es un medio necesario y eficaz para dominar los instintos, hacer florecer el amor verdadero e integrar la vida afectivo-sexual en el marco armonioso de la persona. El pudor entraña grandes posibilidades pedagógicas. y merece por tanto, ser valorizado. Niños y jóvenes aprenderán así a respetar el propio cuerpo como don de Dios, miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo; aprenderán a resistir al mal que les rodea, a tener una mirada y una imaginación limpias y a buscar el manifestar en el encuentro afectivo con los demás un amor verdaderamente humano con todos sus elementos espirituales. 
91. Con este fin se les presenten modelos concretos y atrayentes de virtud, se les desarrolle el sentido estético, despertándoles el gusto por la belleza presente en la naturaleza, en el arte y en la vida moral; se eduque a los jóvenes para asimilar un sistema de valores, sensibles y espirituales, en un despliegue desinteresado de fe y de amor. 
92. La amistad es el vértice de la maduración afectiva y se diferencia de la simple camaradería por su dimensión interior, por una comunicación que permite y favorece la verdadera comunión, por la recíproca generosidad y la estabilidad. La educación para la amistad puede llegar a ser un factor de extraordinaria importancia para la construcción de la personalidad en su dimensión individual y social.
93. Los vínculos de amistad que unen a los jóvenes de distinto sexo, contribuyen a la comprensión y a la estima reciproca, siempre que se mantengan en los limites de normales expresiones afectivas. Si en cambio, se convierten o tienden a convertirse en manifestaciones de tipo genital, esos vínculos pierden el auténtico significado de amistad madura, perjudicando los aspectos relacionales de ese momento y las perspectivas de un posible matrimonio futuro, y restando atención a una eventual vocación a la vida consagrada. 

IV. ALGUNOS PROBLEMAS PARTICULARES 
El educador podrá encontrarse, en el ejercicio de su misión, delante de algunos problemas particulares sobre los que, ahora, se juzga oportuno detenerse. 
94. La educación sexual debe conducir a los jóvenes a tomar conciencia de las diversas expresiones y de los dinamismos de la sexualidad, así como de los valores humanos que deben se respetados. El verdadero amor es capacidad de abrirse al prójimo en ayuda generosa, es dedicación al otro para su bien; sabe respetar su personalidad y libertad; no es egoísta, no se busca a sí mismo en el prójimo,(53) es oblativo, no posesivo. El instinto sexual, en cambio, si abandonado a sí mismo, se reduce a genitalidad y tiende a adueñarse del otro, buscando inmediatamente una satisfacción personal. 
95. Las relaciones íntimas deben llevarse a cabo sólo dentro del matrimonio, porque únicamente en él se verifica la conexión inseparable, querida por Dios, entre el significado unitivo y el procreativo de tales relaciones, dirigidas a mantener, confirmar y manifestar una definitiva comunión de vida —«una sola carne»— (54) mediante la realización de un amor «humano», «total», «fiel y exclusivo» y «fecundo»,(55) cual el amor conyugal. Por esto las relaciones sexuales fuera del contexto matrimonial, constituyen un desorden grave, porque son expresiones de una realidad que no existe todavía;(56) son un lenguaje que no encuentra correspondencia objetiva en la vida de las dos personas, aún no constituidas en comunidad definitiva con el necesario reconocimiento y garantía de la sociedad civil y, para los cónyuges católicos, también religiosa.
96. Se van difundiendo, cada vez más, entre los adolescentes y jóvenes ciertas manifestaciones de tipo sexual que de suyo disponen a la relación completa, aunque sin llegar a ella. Estas manifestaciones genitales son un desorden moral porque se dan fuera de un contexto matrimonial. 
97. La educación sexual ayudará a los adolescentes a descubrir los valores profundos del amor y a comprender el daño que tales manifestaciones producen a su maduración afectiva, en cuanto conducen a un encuentro no personal, sino instintivo, con frecuencia desvirtuado por reservas y cálculos egoístas, y desprovisto del carácter de una verdadera relación personal y mucho menos definitiva. Una auténtica educación conducirá a los jóvenes hacia la madurez y el dominio de sí, frutos de una elección consciente y de un esfuerzo personal. 
98. Es objetivo de una auténtica educación sexual favorecer un progreso continuo en el control de los impulsos, para abrirse a su tiempo a un amor verdadero y oblativo. Un problema particularmente complejo y delicado que puede presentarse, es el de la masturbación y sus repercusiones en el crecimiento integral de la persona. La masturbación, según la doctrina católica, es un grave desorden moral,(57) principalmente porque es usar de la facultad sexual de una manera que contradice esencialmente su finalidad, por no estar al servicio del amor y de la vida según el designio de Dios.(58) 
99. Un educador y consejero perspicaz debe esforzarse por individuar las causas de la desviación, para ayudar al adolescente a superar la inmadurez que supone este hábito. Desde el punto de vista educativo, es necesario tener presente que la masturbación y otras formas de autoerotismo, son síntomas de problemas mucho más profundos los cuales provocan una tensión sexual que el sujeto busca superar recurriendo a tal comportamiento. Este hecho requiere que la acción pedagógica sea orientada más hacia las causas que hacia la represión directa del fenómeno.(59) Aun teniendo en cuenta la gravedad objetiva de la masturbación se requiere gran cautela para evaluar la responsabilidad subjetiva de la persona.(60) 
100. Para ayudar al adolescente a sentirse acogido en una comunión de caridad y liberado de su cerrazón en sí mismo, el educador «debe despojar de todo dramatismo el hecho de la masturbación y no disminuir el aprecio y benevolencia al sujeto»;(61) debe ayudarlo a integrarse socialmente, a abrirse e interesarse por los demás, para poder liberarse de esta forma de autoerotismo, orientándose hacia el amor oblativo, propio de una afectividad madura; al mismo tiempo lo animará a recurrir a los medios recomendados por la ascesis cristiana, como la oración y los sacramentos, y a ocuparse en obras de justicia y caridad. 
101. La homosexualidad que impide a la persona el llegar a su madurez sexual, tanto desde el punto de vista individual como interpersonal, es un problema que debe ser asumido por el sujeto y el educador, cuando se presente el caso, con toda objetividad.
«Esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos, por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable».(62) 
102. Será función de la familia y del educador buscar, sobre todo, el individuar los factores que impulsan hacia la homosexualidad, ver si se trata de factores fisiológicos o psicológicos, si es el resultado de una falsa educación o de la falta de una evolución sexual normal, si proviene de hábitos contraídos o de malos ejemplos (63) o de otros factores. En concreto, al buscar las causas de este desorden, la familia y el educador tendrán en cuenta primeramente los elementos de juicio propuestos por el Magisterio y se servirán de la contribución que diversas disciplinas pueden ofrecer. Después se analizarán diferentes elementos: falta de afecto, inmadurez, impulsos obsesivos, seducción, aislamiento social, la depravación de costumbres y lo licencioso de los espectáculos y las publicaciones. Tendrán presente que en lo profundo del hombre yace su innata debilidad, consecuencia del pecado original, que puede desembocar en pérdida del sentido de Dios y del hombre y tener sus repercusiones en la esfera de la sexualidad. (64) 
103. Individuadas y comprendidas las causas, la familia y el educador ofrecerán una ayuda eficaz al proceso de crecimiento integral: acogiendo con comprensión; creando un clima de confianza; animando a la liberación y progreso en el dominio de sí; promoviendo un auténtico esfuerzo moral de conversión hacia el amor de Dios y del prójimo; sugiriendo —si fuera necesario— la asistencia médico-psicológica de una persona atenta y respetuosa a las enseñanzas de la Iglesia. 
104. Una sociedad permisiva que no ofrece valores sobre los que fundamentar la vida, favorece evasiones alienantes a las que son sensibles, en modo particular, los jóvenes. Su carga de idealismo choca con la dureza de la vida originando una tensión que puede provocar, a causa de la debilidad de la voluntad, una demoledora evasión en la droga. 
Este es un problema que se agrava cada vez más y que toma aspectos dramáticos para el educador. Algunas substancias psicotrópicas aumentan la sensibilidad para el placer sexual y, en general, disminuyen la capacidad de autocontrol y, por tanto, de defensa. El abuso prolongado de la droga lleva a la destrucción física y psíquica. Droga, autonomía mal entendida y desorden sexual se encuentran a menudo juntos. La situación psicológica y el contexto humano de aislamiento, abandono y rebelión, en que viven los drogados, crean condiciones tales que llevan fácilmente a abusos sexuales.
105. La intervención reeducativa, que exige una profunda transformación interna y externa del individuo, es fatigosa y larga porque debe ayudar a reconstruir la personalidad y sus relaciones con el mundo de las personas y de los vares. Más eficaz es la acción preventiva. Ésta procura evitar las carencias afectivas profundas. El amor y la atención educan en el valor; la dignidad y el respeto a la vida, al cuerpo, al sexo y a la salud. La comunidad civil y cristiana debe saber acoger oportunamente a los jóvenes abandonados, marginados, solos o inseguros, ayudándolos a inserirse en el estudio y en el trabajo, a ocupar el tiempo libre ofreciéndoles lugares sanos de encuentro, de alegría, de ocupaciones interesantes y proporcionándoles ocasiones para nuevas relaciones afectivas y de solidaridad. 
En especial el deporte, al servicio del hombre, posee un gran valor educativo no sólo como disciplina corporal, sino también como ocasión de sana distensión en la que el sujeto se ejercita en renunciar a su egoísmo y a competir con los otros. Sólo una libertad auténtica, educada, ayudada y promovida, defiende de la búsqueda de la libertad ilusoria de la droga y del sexo.

CONCLUSIÓN 
106. De estas reflexiones se puede concluir que, en la actual situación socio-cultural es urgente dar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes una positiva y gradual educación afectivo-sexual, ateniéndose a las disposiciones conciliares. El silencio no es una norma absoluta de conducta en esta materia, sobre todo cuando se piensa en los numerosos «persuasores ocultos» que usan un lenguaje insinuante. Su influjo hoy es innegable, por tanto, corresponde a los padres vigilar no sólo para reparar los daños causados por intervenciones inoportunas y nocivas, sino, especialmente, para prevenir a sus hijos ofreciéndoles una educación positiva y convincente. 
107. La defensa de los derechos fundamentales del niño y del adolescente para el desarrollo armónico y completo de la personalidad conforme a la dignidad de hijos de Dios, corresponde en primer lugar a los padres. La maduración personal exige, en efecto, una continuidad en el proceso educativo protegido por el amor y la confianza propias del ambiente familiar. 
108. En el cumplimiento de su misión la Iglesia tiene el deber y el derecho de atender a la educación moral de los bautizados. La intervención de la escuela en toda la educación, y particularmente en esta materia tan delicada, debe llevarse a cabo de acuerdo con la familia. Esto supone en los educadores, y en aquellos que intervienen por deber explícito o implícito, un criterio recto acerca de la finalidad de su intervención y la preparación adecuada para poder exponer este tema con delicadeza y en un clima de serena confianza. 
109. Para que la información y la educación afectivo-sexual sean eficaces, deben efectuarse con oportuna prudencia, con expresiones adecuadas y preferiblemente en forma individual. El éxito de esta educación dependerá, en gran parte, de la visión humana y cristiana con que el educador presentará los valores de la vida y del amor. 
110. El educador cristiano, sea padre o madre de familia, profesor o de alguna forma responsable, puede, hoy sobre todo, sentir la tentación de remitir a otros un deber que exige tanta delicadeza, criterio, paciencia y esfuerzo y que requiere también mucha generosidad y empeño por parte del educando. Por tanto, es necesario, al terminar este documento, reafirmar que este aspecto de la acción educativa es, sobre todo para un cristiano, obra de fe y de confiado recurso a la gracia: todo aspecto de la educación sexual se inspira en la fe y saca de ella y de la gracia la fuerza indispensable. La carta de S. Pablo a los Gálatas incluye el dominio de sí y la templanza en el ámbito de cuanto el Espíritu, y sólo Él, puede realizar en el creyente. Es Dios el que da la luz, es Dios el que comunica la energía suficiente.(65)
 111. La Congregación para la Educación Católica confía que las Conferencias Episcopales promuevan la unión de los padres, las comunidades cristianas y los educadores con miras a la acción convergente en un sector tan importante para el futuro de los jóvenes y el bien de la sociedad. Invita a asumir esta tarea educativa con recíproca confianza y gran respeto de los derechos y competencias específicas para lograr una completa formación cristiana.

Roma, 1 de noviembre de 1983, fiesta de Todos los Santos. 
WILLIAM Card. BAUM Prefecto 
Antonio M. Javierre, Secretario Arzobispo ti
Notas 
(1) Conc. Ec. Vat. II: Decl. Gravissimum educationis, n. 1. (2) Ibid. (3) S. Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaración acerca de algunas cuestiones de ética sexual, Persona humana, 29 diciembre 1975, AAS 68 (1976) p. 77, n. 1. (4) Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris consortio, 22 noviembre 1981, AAS 74. (1982) p. 128, n. 37; cf. infra n. 16. (5) Pío XI en su Encíclica Divini illius Magistri, del 31 diciembre 1929, declaraba errónea la educación sexual tal y como se hacía en su tiempo, es decir una información naturalista, impartida precoz e indiscriminadamente, (AAS 22 (1930) pp. 49-86). Con esta misma visión se debe leer el Decreto del S. Oficio del 31 de marzo de 1931, (AAS 23 (1931) pp. 118-119). Sin embargo, Pío XI consideraba la posibilidad de una educación sexual positiva, individual «por parte de aquellos que han recibido de Dios la misión educativa y la gracia de estado», (AAS 22 (1930) p. 71). Este valor positivo de la educación sexual, señalado por Pío XI, ha sido gradualmente desarrollado por los sucesivos Pontífices. Pío XII, en el discurso al V Congreso Internacional de Psicoterapia y Psicología clínica del 13 de abril de 1953 (AAS 45 (1953) pp. 278-286) y en la Alocución a las Mujeres de Acción Católica italiana del 26 de octubre de 1941 (AAS 33 (1941) pp. 450-458) concreta cómo debe realizarse la educación sexual en familia. Cf. también Pío XII a los Carmelitas: AAS 43 (1951) pp. 734-738; a los padres de familia franceses; AAS 43 (1951) pp. 730-734) . El Magisterio de Pío XII prepara el camino para la declaración conciliar Gravissimum educationis. (6) Cf. Gravissimum educationis, n. 1. (7) Ibid. (8) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Cons. Gaudium et spes, n. 49. (9) Cf. Gravissimum educationis, n. 5. (10) Ibid; n. 3; cf. Gaudium et spes, n. 52. (11) Familiaris consortio, n. 37. (12) Ibid. (13) Ibid. (14) Familiaris consortio, n. 37. (15) Ibid.


(16) Gaudium et spes, n. 11. (17) Juan Pablo II: Audiencia general 14 noviembre 1979, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1979, II-2, p. 1156, n. 4. (18) Juan Pablo II: Audiencia general 9 enero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III- I, p. 90, n. 4. (19) Juan Pablo II: Audiencia general 20 febrero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 430, n. 4. (20) Juan Pablo II: Audiencia general: 9 enero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 90, n. 4. (21) Ibid.: «Precisamente atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en la dimensión del don recíproco, cuya expresión —que por esto mismo es expresión de su existencia como persona— es el cuerpo humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad. El cuerpo que expresa la feminidad «para» la masculinidad, y viceversa, la masculinidad «para» la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal». (22) Cf. Juan Pablo II: Audiencia general 26 marzo 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, pp. 737-741. (23) Cf. Gaudium et spes, n. 49. (24) Ibid., n. 12. (25) Ibid., donde se comenta el sentido social de Gen, 1, 27. (26) Ibid., nn. 47-52. (27) Juan Pablo II: Audiencia general 20 febrero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 429, n. 2. (28) Gaudium et spes, n. 22. (29) Ef 4, 13. (30) Cf. Mt. 19,3-12. (31) Cf. 1 Cor. 7,32-34. (32) Ibid., 13,4-8; cf. Familiaris consortio, n. 16. (33) Cf. Conc. Vat. II: Cons. Lumen gentium, n. 39. (34) S. Congregación para la Educación Católica: Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 11 abril 1974, n. 22. (35) Cf. 1 Cor. 6, 15. 19-20. (36) Cf. Rom. 7, 18-23. (37) Gaudium et spes, n. 52, cf. Familiaris consortio, n. 37. (38) Cf. Familiaris consortio, n. 37. (39) Cf Gravissimum educationis, nn. 3-4; cf. Pío XI, Divini illius Magistri, I. c., pp. 53ss., 56ss. (40) Cf. Familiaris consortio, n. 11. (41) Familiaris consortio, n. 16. (42) Cf. Pablo VI, Enc. Humanae vitae, 25 julio1968, AAS 60 (1968) p. 493ss., n. 17ss. (43) Gaudium et spes, n. 48. (44) Cf Humanae vitae, n. 10. (45) Familiaris consortio, n. 33. Respecto a la actual propaganda contraceptiva tan ampliamente difundida, cf. Humanae vitae, nn. 14-17. (46) Cf. Gaudium et spes, n. 26; cf. Humanae vitae, n. 23. (47) Juan Pablo II, Mensaje para la XIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 23 mayo 1979, AAS 71 (1979-II) p. 930. (48) Conc. Ec. Vat. II: Decr. Inter mirifica, n. 10; cf. Comisión Pontificia para las Comunicaciones Sociales: Inst. past. Communio et progressio, AAS 63 (1971) p. 619, n. 68. (49) Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XIII Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales, 23 mayo 1979, AAS 71 (1979-II) pp. 930-933. (50) Inter mirifica, n. 12. (51) Familiaris consortio, n. 32. (52) Cf. supra n. 58. (53) Cf. 1 Cor. 13,5. (54) Mt. 19,5. (55) Humanae vitae, AAS 60 (1968) p. 486, n. 9. (56) Cf. Persona humana, n. 7. (57) Ibid., n. 9. (58) Ibid. (59) Ibid. (60) Ibid. pp. 85-87, n. 9. (61) Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, n. 63. (62) Persona humana, n. 8. (63) Cf. Ibid. (64) Cf. Rom. 1,26-28; Cf., por analogía, Persona humana, n. 9. (65) Cf. Gál. 5, 22-2



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Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, 
la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe

Introducción .................................................................................................................................. 2 
I Necesidades, dificultades y posibilidades en la transmisión de la fe ................................ .............3 
II. Responsables de la coordinación en la transmisión de la fe ....................................................... 8 
III. El servicio de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe ............................. 1
IV. Elementos al servicio de la transmisión de la fe en la familia, la parroquia y la 
escuela ....................................................................................................................... ..................23 
V. Medios y modos para la coordinación en la transmisión de la fe ................................................ 28 
Conclusión ...................................................................................................................... ..............32 

Introducción 
1. «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20). Desde la primera proclamación del kerigma apostólico, a la pregunta que les dirigen aquellos a quienes Dios ha abierto el corazón y perseveraban en la enseñanza (cf. Hch 2, 37. 42), los apóstoles y sus sucesores no tienen otra respuesta más que el mandato que el Señor les dio antes de subir al cielo: ofrecer el pan de la Palabra y la gracia de los sacramentos para que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven. 

El mandato del Señor 
2. Así, desde los primeros compases de la Iglesia en el mundo, la enseñanza tuvo un puesto significativo en su seno con acentos diversos: didajé (enseñanza), didascalía (instrucción) o catequesis (catecumenado). Más tarde, la creación de las escuelas catedralicias y parroquiales, por un lado, y el esfuerzo de tantas congregaciones y Órdenes religiosas dedicadas a la educación, por otro, son testimonio de dicha atención maternal. En las últimas décadas, la preocupación y ocupación eclesiales por esta tarea han llevado al Episcopado en España, especialmente por la Conferencia Episcopal y, en concreto, a través de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, a ofrecer valiosas reflexiones y orientaciones: a las familias, en su responsabilidad de dar testimonio de la fe a sus hijos; a las parroquias, en su responsabilidad de proponer la iniciación cristiana a niños, adolescentes y jóvenes; a las instituciones y a los agentes de enseñanza en general, y de la enseñanza religiosa en particular, en su responsabilidad de ofrecer una formación religiosa y moral y como propuesta de diálogo entre la fe y la cultura. Esto muestra el testimonio vivo y el interés permanente de la Iglesia por la educación al servicio del hombre y de la sociedad[1]. 

La emergencia educativa 
3. En efecto, la Iglesia, consciente en todo momento de su misión de anunciar el Evangelio, ha considerado siempre la formación de los fieles como una de sus tareas esenciales. Hoy, atenta a dicha misión y dadas las circunstancias socioculturales, donde todo cambia con vertiginosa rapidez y donde la fe de los creyentes se encuentra acosada y contrastada por tantos interrogantes, la Iglesia ofrece, también, su regazo de madre y maestra al servicio de la educación integral del hombre. 

4. Reconocemos con profundo agradecimiento que la cultura de nuestro tiempo ha logrado conquistar y ha adquirido valores importantes que humanizan muchos aspectos de la vida personal, comunitaria y social. Con todo, percibimos en ella algunos factores característicos que influyen de modo particular en la crisis de la transmisión de valores humanos y referencias específicamente religiosas y, más en concreto, en lo referente a la comunicación y educación en la fe. Ante este hecho generalizado en la mayor parte del mundo, con algunas características propias en nuestro país, el papa Benedicto XVI ha llamado la atención sobre lo que él ha denominado la «emergencia educativa», o, lo que es lo mismo, la urgencia educativa. Al hablar de ella en distintos escenarios, el pontífice subraya la necesidad de «redescubrir y reactivar un itinerario que, con formas actualizadas, ponga de nuevo en el centro la formación plena e integral de la persona humana»[2]. 

Comunión y corresponsabilidad
 5. Al acoger estas orientaciones del Santo Padre en lo referente a la urgencia educativa, entre las que destaca el estudio y análisis de las raíces de dicha emergencia para responder de manera apropiada a la misma y ofrecer elementos positivos a los destinatarios, entendemos que una de las primeras respuestas que nuestra Iglesia debe dar es la de aunar esfuerzos, compartir experiencias, dedicar personas y priorizar recursos, con el fin de coordinar objetivos y acciones entre los diversos ámbitos: familia, parroquia y escuela, en orden a la transmisión de la fe, hoy. 

Destinatarios 
6. Los obispos miembros de la Conferencia Episcopal Española, fieles al mandato del Señor, servidores del Evangelio en esta hora de la Iglesia, y deseando ardientemente ofrecer orientaciones adecuadas para coordinar la transmisión de la fe, buscamos y queremos ayudar a los padres de familia en su difícil y hermosa responsabilidad de educar a sus hijos; a los sacerdotes y catequistas en las parroquias en la paciente y apasionante misión de iniciar en la fe a las nuevas generaciones de cristianos; así como a los profesores de religión en los centros de enseñanza, estatales y de iniciativa social, católicos o civiles, preocupados y entregados a la noble tarea de formación de niños y jóvenes. 

Estructura 
7. El presente documento que ponemos en vuestras manos está estructurado en cinco capítulos: en el primero, hacemos un sencillo análisis de las necesidades, dificultades y posibilidades de la transmisión de la fe en la familia cristiana, la catequesis parroquial y la enseñanza religiosa escolar; en el segundo, tratamos de los responsables para una adecuada coordinación, en el sentido de aunar esfuerzos, compartir experiencias y priorizar recursos y personas; en el tercero, exponemos los servicios distintos y complementarios que corresponden a las respectivas instituciones mencionadas; en el cuarto, señalamos las dimensiones específicas de estos servicios en la transmisión de la fe; y, en el quinto, ofrecemos aquellos medios que favorecen y ayudan a la transmisión de la fe, hoy, según las distintas situaciones de los destinatarios y las diversas responsabilidades de padres, catequistas y profesores.

 I. Necesidades, dificultades y posibilidades en la transmisión de la fe.

8. Muchos creyentes, que vivimos con gozo nuestra fe cristiana, somos conscientes del servicio que otros, en la familia, en la escuela, en la parroquia y en los grupos, por diversos medios eclesiales, nos han ayudado a recibirla y a crecer en ella. Les estamos profundamente agradecidos porque nos han transmitido lo más valioso que poseemos. Sin embargo, en lo más  profundo de nuestra experiencia creyente, hemos llegado a descubrir que la fe es para nosotros un don, una gracia de Dios. Sabemos que desde nuestra libertad, en ocasiones con esfuerzo y no sin cierta dificultad, de modo especial en determinadas edades y situaciones, hemos llegado a reconocer y acoger el don de la fe. Estamos asimismo convencidos, sobre todo, de haber llegado a conocer a quien, a través de otros creyentes y desde lo más íntimo de nuestro ser, nos estaba llamando a un encuentro personal con él: el mismo Dios, nuestro Padre del cielo. «El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo»[3].

En qué consiste la transmisión de la fe 
9. No se trata, pues, solo de un traspaso o exportación de ideas o valores, normas o prácticas a los que los destinatarios serían ajenos. Se trata de ayudar a la persona a prestar atención, a tomar conciencia y a consentir con una Presencia con la que dicha persona ha sido ya agraciada. Es la presencia de Dios que hace de la persona un sujeto creado a su imagen y dotado de una fuerza divina de atracción que le inscribe en el horizonte sobrenatural de su gracia. De ahí que «la fe sea decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso. La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación»[4].
 10. Por ello transmitir o comunicar la fe consiste, fundamentalmente, en ofrecer a otros nuestra ayuda, nuestra experiencia como creyentes y como miembros de la Iglesia, para que ellos, por sí mismos y desde su propia libertad, accedan a la fe movidos por la gracia de Dios. Transmitir la fe es, pues, preparar o ayudar a otros a creer, a encontrarse personalmente con Dios revelado en Jesucristo. Toda verdadera transmisión de la fe ha de respetar la táctica que Jesús usó con los discípulos de Emaús: diálogo, relación y conocimiento, comunión e Iglesia, conversión y sacramentos[5]. 
11. Nuestro servicio a la fe de los demás no tiene como efecto directo e inmediato una respuesta creyente de la persona. Más aún, en esta tarea de comunicar la fe no nos encontramos solos, apoyados a nuestras propias fuerzas y capacidades. Somos conscientes que, antes y por encima de todo, actúa la gracia de Dios, que ofrece a todos el don de la fe. Pero a sabiendas que ni el mismo Dios con su don priva a nadie de la libertad personal de creer o no creer, ni nos exime a nosotros de la responsabilidad de comunicar activamente la fe que hemos recibido. Al conjugar don y tarea en la transmisión es donde percibimos las necesidades, dificultades y posibilidades. 
12. Sin pretender analizar con profundidad esta cuestión, podemos destacar algunos factores que, junto a la complejidad y celeridad de los cambios de todo orden que se vienen produciendo durante las últimas décadas en nuestra sociedad, nos ayudan a comprender el origen, la amplitud y la persistencia de la crisis en la comunicación de la fe. 

Necesidades y dificultades 
13. La mayoría de nosotros vivimos de prisa y, si bien nuestras relaciones con otras personas se multiplican, estas quedan reducidas muchas veces a un trato superficial, poco profundo, que se desvanece sin apenas dejar huella. La vida cotidiana se dispersa en diferentes ámbitos de actividad, desconectados entre sí, distintos y, a veces, en espacios distantes. Esto puede originar una fragmentación de la persona en el desempeño de papeles o roles diversos, faltos de integración y coherencia, que repercute en todos los órdenes de la vida. Pensemos, por ejemplo, dentro de las relaciones humanas, lo que esto puede suponer para el desarrollo afectivo en niños, adolescentes y jóvenes. Ello puede conducir de manera progresiva, y a veces inconsciente, a un individualismo ciego y caprichoso. En este mismo sentido, el pluralismo ideológico, cultural y religioso, rasgo de nuestra situación social, que exige una actitud de respeto y tolerancia, lleva a confundir, muchas veces, la afirmación de libertades personales con una postura individualista de desinterés práctico hacia los derechos y necesidades de los otros. Esto desemboca tarde o temprano en un profundo relativismo: puedo pensar y decir lo que quiera, de cualquier cosa, sin dar cuenta ni justificación de lo que afirmo. Al mismo tiempo, bajo el influjo de la globalización económica y socio-cultural, se van borrando las señas de identidad peculiares de los distintos pueblos o grupos humanos, dejando reducidas a simple recuerdo costumbrista antiguas tradiciones despojadas de su sentido y valor original. Los medios de comunicación, por su parte, han adquirido un grado de desarrollo tal que constituyen una fuerza dominante en la selección y sucesión de los cambiantes centros de atención e interés de la opinión pública. Cuentan con una rápida difusión, tienen un enorme poder de convocatoria, ejercen una gran influencia modeladora de criterios, actitudes y comportamientos, y ofrecen, de modo indiscriminado, modelos de referencia muy poco consistentes.

 Posibilidades y nueva evangelización 
14. Todos estos factores son signo y causa de un radical cambio de mentalidad respecto al valor de lo recibido por herencia y tradición. Esto ha repercutido de manera significativa en los lugares de la transmisión de la fe: la familia, la escuela, el ambiente, e incluso, en grupos de identidad eclesial. De ahí que el papa Benedicto XVI, como antes lo hiciera el beato Juan Pablo II, conscientes de esta situación, hayan convocado a toda la Iglesia a una «nueva evangelización». Se trata, en el fondo, del esfuerzo de renovación que la Iglesia, en cada una de sus comunidades y cada uno de los cristianos, está llamada a hacer para responder a los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, al anuncio y testimonio de la misma. Más allá de la resignación, el lamento, el repliegue o el miedo, los papas alientan a la Iglesia a revitalizar su propio cuerpo, poniendo en el centro a Jesucristo, el encuentro con él y la luz y la fuerza del Evangelio. En la nueva evangelización se trata de renovación espiritual en la vida de las iglesias particulares, de puesta en marcha de caminos de discernimiento de los cambios que afectan a la vida cristiana, de relectura de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en orden a una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo. 
15. Nuestra propuesta se enmarca, pues, en este contexto de nueva evangelización. Es verdad que percibimos las necesidades y que son muchas las dificultades para que la comunicación de la fe, en la tradición viva de la Iglesia, sea acogida por los niños, adolescentes y jóvenes. Somos conscientes de ello, pero como san Pablo nos atrevemos a decir: «Apoyados en nuestro Dios, tenemos valor para predicaros el Evangelio en medio de una fuerte oposición… pero quién, sino vosotros, puede ser nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra hermosa corona ante nuestro Señor… Sí, vosotros sois nuestra gloria y alegría» (1 Tes 2, 2. 19-20). Estamos persuadidos de que, a pesar de todo, y desde una sana antropología, los niños, adolescentes y jóvenes poseen un gran depósito de bondad, de verdad y de belleza que los antivalores reseñados no pueden ocultar ni destruir. De hecho «se advierte una sed generalizada de certezas, de valores» y de objetivos elevados que orienten la propia vida. En el fondo, «se debaten entre las ganas de vivir, la necesidad de tener certezas, el anhelo de amor y la sensación de desconcierto, la tentación del escepticismo y la experiencia de la desilusión»[6]. Con todo, ellos llevan dentro de sí la búsqueda de la verdad y el ansia por el sentido último de su vida, en consecuencia, la búsqueda de Dios.

1. En la familia cristiana 
16. La familia, reconocida tradicionalmente como importante transmisora de valores básicos, últimamente experimenta también cambios profundos, no solo en su estructura, sino en sus relaciones interpersonales. Los lazos y relaciones familiares han mejorado en espontaneidad y libertad, pero han perdido densidad, hondura y estabilidad. Para bien o para mal, cada uno de los miembros de la familia tiene un mayor margen de autonomía e independencia personal en sus opciones y decisiones desde temprana edad. Es verdad que la familia sigue siendo un ámbito de referencia altamente reconocido y valorado por sus miembros, pero no ejerce sobre ellos la influencia determinante de otros tiempos, en especial si no se asume con responsabilidad el cultivo de sus potencialidades frente a otras esferas de influencia. 

Sensibilidades y respuestas diversas 
17. Reconocemos que muchos padres se interesan y comprometen en la educación de sus hijos, pero experimentan gran dificultad en la comunicación de los valores y criterios que ellos consideran referencias importantes para su vida personal y social. Asimismo, padres y madres creyentes experimentan la misma dificultad a la hora de transmitir la fe a sus hijos. En este sentido detectamos diversas sensibilidades: la de aquellos padres que, por respetar la libertad de sus hijos, creen que proponer la fe o invitar a ella a sus hijos contradice dicha libertad; otros padres consideran que la práctica religiosa y los hábitos morales son un camino fundamental para la comunicación de la fe, e incluso se esfuerzan en inculcarlos a sus hijos, pero pronto se ven perplejos y desbordados por el abandono de la práctica religiosa y la contestación de los principios morales cristianos que descubren en los más jóvenes; en otras familias se percibe el descuido de todo lo religioso, una escasa valoración práctica por el cultivo de la vida cristiana y, más en concreto, un debilitamiento de los vínculos de pertenencia a la Iglesia. No podemos entrar aquí en tantos y diversos casos de familias desestructuradas y situaciones complejas que tanto dificultan la propuesta de la fe. Sin embargo, acogemos con agradecimiento a Dios y tantos hombres y mujeres, padres y madres de familia que, solos o en matrimonio, se esfuerzan por vivir en coherencia con su fe en Jesucristo y su adhesión a la Iglesia, haciendo de su vida un servicio generoso y humilde a la sociedad. Ellos, a pesar de las dificultades, se preocupan por comprender la fe, la comparten con otros creyentes y dan testimonio de ella. Hay padres y madres que para educar a sus hijos en la fe buscan formarse adecuadamente; los hay también que, para asumir un papel más activo, se ofrecen y capacitan como catequistas en las comunidades parroquiales; y los hay, finalmente, que para poder asumir desde la fe compromisos de servicio a los demás, ahondan en su propia condición de creyentes y discípulos de Jesús, el Señor. 
18. En medio de las sensibilidades reseñadas, es de constatar con alegría y esperanza que son 
muchas las familias españolas que envían y acompañan a sus hijos a la parroquia para la catequesis y la recepción de los sacramentos de iniciación cristiana; y son mayoría las familias que cada año optan libremente por la formación religiosa de sus hijos en la escuela. Los padres confían y necesitan de la Iglesia para la educación de sus hijos. Por todo ello, hemos de hacer el máximo esfuerzo en ayudar, servir y acompañar a la familia, «objeto fundamental de la evangelización y de la catequesis de la Iglesia»[7]. 2. 

En la catequesis parroquial 
19. La catequesis es un proceso de profundización en el conocimiento y vivencia de la fe que se desarrolla a partir de una adhesión fundamental a Jesucristo, a quien se ha llegado a descubrir, al menos de manera inicial, como revelación de Dios y centro de unificación de nuestra propia vida. En este sentido, y en función de los destinatarios, hay procesos catequéticos de infancia, de adolescencia, de jóvenes y de adultos. 

Catequesis y catequistas al servicio de la iniciación cristiana
20. Reconocemos y agradecemos el esfuerzo grande y la entrega generosa de tantos catequistas, sacerdotes, laicos y religiosos. Constituyen uno de los mejores frutos de nuestras comunidades y grupos apostólicos. Comprobamos con satisfacción cómo la catequesis va mejorando en muchos casos en sus distintas dimensiones: en la exposición del mensaje cristiano, en la iniciación a la oración, en el estímulo a la escucha de la Palabra, en la sencillez y hondura, a la vez, de las celebraciones, en las propuestas de vida cristiana, en la invitación al seguimiento de Cristo, etc. En sus diversos procesos de la catequesis se cuenta con catequistas capacitados, catecismos renovados y materiales adecuados. En ellos participan niños, adolescentes, jóvenes y adultos que crecen en la fe y llegan a una digna madurez cristiana. 
21. No obstante, quienes trabajan en la catequesis con los niños y los jóvenes destacan la dificultad que encuentran para contribuir eficazmente con estos procesos a la deseada iniciación cristiana. Muchas veces, en el origen de esta dificultad está la relación entre dichos procesos y la celebración de los sacramentos. La Iglesia celebra los sacramentos que suponen, expresan y acrecientan la fe y, en consecuencia, un serio proceso de formación y preparación, mientras que muchos de los convocados desean el rito sacramental principalmente por su relieve social. Este desajuste entre la propuesta de la Iglesia y el deseo de muchos candidatos constituye un serio problema pastoral. La situación actual reclama con urgencia el desarrollo de una nueva evangelización en todos los ámbitos educativos y en todas las edades. En esta nueva etapa el anuncio misionero y la catequesis, junto con la educación religiosa escolar y la acción educativa de la familia constituyen una clara prioridad.

De la indiferencia a la confianza
 22. Es de subrayar también que muchos cristianos adultos, a veces con un pasado de formación y práctica religiosa, pero inmaduros en su fe, experimentan el desconcierto originado por los profundos cambios sociales y culturales de nuestro tiempo. Algunos aprovechan la oportunidad de grupos de inspiración catecumenal, de oración y formación cristiana, para profundizar y renovarse en su vida de fe; otros, por el contrario, viven manteniendo débilmente los rescoldos del pasado, sin acertar a revitalizar su vida creyente, dejándose deslizar hacia actitudes de abandono e indiferencia religiosa. Hay también entre nosotros un número creciente de hombres y mujeres que se plantean con sinceridad cuestiones fundamentales en su vida buscando respuestas a sus dudas de fe; pero muchas veces no llegan a encontrar a quien dirigirse en busca de ayuda y apoyo, pues más allá de respuestas prefabricadas a cuestiones que nadie se plantea necesitan de una acogida reposada y dialogante, servicial y desinteresada por parte de creyentes, laicos, religiosos o sacerdotes, que les orienten en su camino de fe. 3. En la enseñanza escolar 
23. Los centros educativos, en sus distintos niveles, contribuyen de manera significativa al proceso de socialización de los niños y jóvenes. Son depositarios de la confianza de los padres y de la sociedad en la tarea de comunicar los valores más relevantes de la cultura, desarrollando de modo progresivo las capacidades físicas, intelectuales y morales de los alumnos. En este proceso educativo la enseñanza de la religión y la escuela católica tienen la misión de integrar la dimensión religiosa de la persona y, más en concreto en nuestra cultura, la tradición de la fe cristiana. 

La enseñanza religiosa, un derecho y un deber 
24. Constatamos, sin embargo, cómo en la sociedad actual la aportación de los centros de enseñanza al desarrollo personal de sus alumnos se ve muy limitada y condicionada por otras influencias, de manera especial en lo que se refiere a la educación moral y religiosa. Además, en el marco del sistema educativo actual no se desarrolla, salvo honrosas excepciones, una formación en principios y valores éticos o morales fuera de la asignatura de religión. La enseñanza religiosa escolar es una apuesta por la integración de la cultura religiosa católica en el conjunto de las ciencias humanas, que no debe confundirse con la catequesis. A pesar del esfuerzo de la Iglesia en las últimas décadas por cuidar el derecho y deber de padres y alumnos católicos a la enseñanza religiosa en la escuela, así como en preparar a un profesorado capacitado y en elaborar los programas adecuados, las dificultades legislativas y administrativas, la indiferencia e infravaloración por parte de padres y alumnos, y hasta el menosprecio que la enseñanza religiosa experimenta entre los conocimientos científicos y sociales, hacen de ella un medio que, siendo importante, es insuficiente para trasmitir la fe.

Humanismo y tecnología 
25. Es de notar, también, cómo los profundos cambios afectan a la función social, que desde siempre han venido desarrollando las instituciones de enseñanza. Aunque felizmente hoy acceden a los diversos niveles educativos amplios sectores de la sociedad, puede constatarse una pérdida de influencia de la escuela frente al peso de otras instancias en la transmisión de la cultura. La cultura predominante se ha tecnificado, modificando de raíz los presupuestos doctrinales en la formación de los alumnos. De una concepción humanista se ha pasado a un aprendizaje de las ciencias y la tecnología. La educación no se concibe ya solo, ni principalmente, como educación para el perfeccionamiento personal del individuo, sino, ante todo, como una preparación para la vida profesional. La crisis en la transmisión de valores y saberes, así como el empeño excesivo por unas metodologías donde prima el activismo, han sido determinantes en la evolución de la educación. A ello hay que unir el empeño por la deconstrucción de lo existente, que ha llegado a desechar todo valor que pudiera ser considerado como tradicional o antiguo. Así, el esfuerzo, la memoria, el sacrificio y, sobre todo, el sentido de la vida han sido eliminados de la educación escolar. En este contexto, la dimensión trascendente de la persona humana, elemento fundamental de la educación integral, resulta anacrónico, cuando no es excluido y combatido en el quehacer escolar. Como consecuencia, la enseñanza religiosa pasa a un segundo o tercer plano en el aprendizaje. 
26. Con todo, el profesor de religión católica tiene demasiados frentes y retos a los que atender para que su enseñanza sea la que la Iglesia le ha encomendado. Es de justicia reconocer su dedicación y entrega y, a la vez que reiteramos nuestro apoyo y cercanía, ofrecemos este mensaje del papa Benedicto XVI: «Quisiera reiterar a todos los exponentes de la cultura que no han de temer abrirse a la Palabra de Dios; esta nunca destruye la verdadera cultura, sino que representa un estímulo constante en la búsqueda de expresiones humanas cada vez más apropiadas y significativas»[8]. 

II. Responsables de la coordinación en la transmisión de la fe
27. Transmitir o comunicar la fe es responsabilidad propia de todos los creyentes de cualquier edad y condición. Podemos decir que se trata de una tarea de corresponsabilidad entre los pastores de la Iglesia, padres de familia, catequistas, profesores, animadores de grupos, etc. Todo el que hace de la fe el eje y centro de su vida no puede menos de sentir el deseo de compartir con los demás aquello que reconoce como un verdadero tesoro. Sí, todos somos corresponsables en la transmisión de la fe, tanto a nivel personal como comunitario, aunque no todos estemos llamados a desarrollar las mismas tareas. Los laicos cristianos tienen un papel especial e insustituible en la comunicación de la fe en la familia y en los ambientes; los 9 religiosos y profesores desarrollan su tarea con el testimonio y a través de la cultura, más aún si son profesores de religión católica; los sacerdotes y catequistas a través de los diversos procesos de iniciación cristiana en las parroquias. Y aquí sí que necesitamos una coordinación y corresponsabilidad.

En comunión al servicio de la misión 
28. En este empeño educativo común es fundamental la comunión en la vida y misión de la Iglesia particular para trabajar juntos, para «formar una red», para testimoniar nuestra unión con el Señor y entre nosotros, bajo la autoridad del obispo, maestro de la fe y principal dispensador de los misterios de Dios. Los obispos reciben del Señor la misión de enseñar y de anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A ellos les está confiado el ministerio pastoral, es decir, el cuidado general y diario de los fieles de su Iglesia particular. El obispo es maestro auténtico por estar dotado de la autoridad de Cristo[9]. En la Iglesia particular el obispo es «el moderador de todo el ministerio de la Palabra». Al obispo le están confiados el cuidado, la reglamentación y la vigilancia de la catequesis, así como la responsabilidad última en la diócesis para autorizar la enseñanza de las materias relacionadas con la transmisión de la fe y sus contenidos; esta enseñanza abarca la clase de religión y moral católica, tanto en la escuela católica como en la escuela estatal y en otras de iniciativa social. En consecuencia, solo corresponde al obispo la «missio canonica». El Directorio Apostolorum successores contempla la acción pastoral de los colaboradores del obispo en el ministerio de la Palabra y ofrece el ordenamiento general que el obispo ha de hacer de dicho ministerio, incluyendo orientaciones precisas sobre su responsabilidad en la catequesis, en la enseñanza religiosa y en la escuela católica[10]. 
29. Así pues, conforme a la voluntad del Señor y bajo la guía de los apóstoles y de sus sucesores, los obispos, los hijos de la Iglesia, colaboran en la tarea de la evangelización según su propia vocación y ministerio recibido. Los ministros ordenados, las personas de especial consagración y los fieles cristianos laicos, que trabajan en el ámbito concreto de la Iglesia particular, participan en la misma y única misión de la Iglesia universal. La comunión viva de la Iglesia se hace visible en la rica variedad de ámbitos en que los cristianos nacen a la fe, se educan en ella y la viven, como son, de modo privilegiado, la familia, la parroquia y la escuela. «Porque Cristo es quien vive en su Iglesia, quien por medio de ella enseña, gobierna y confiere la santidad, Cristo es también quien de varios modos se manifiesta en sus diversos miembros sociales»[11]. 
30. Para cumplir su misión, la Iglesia ofrece a todos sus fieles «el camino firme y sólido para participar plenamente en el misterio de Cristo»; asimismo, les ofrece firmeza y seguridad en la verdad «en virtud del mandato expreso, que de los apóstoles heredó el orden de los obispos con la cooperación de los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la Iglesia»[12]. La Iglesia católica es maestra de verdad; su misión no es otra que anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana. «La conservación integra de la revelación, Palabra de Dios contenida en la Tradición y en la Escritura, así como su continua transmisión, está garantizada en su autenticidad»[13]. Corresponde, pues, al Magisterio de la Iglesia la función de interpretar auténticamente la Palabra de Dios y todo el ministerio que de ella depende. El encuentro con Cristo, objetivo primordial en la transmisión de la fe, se manifiesta en la escucha de la Palabra y en la fracción del pan. Por ello, las dimensiones bíblica y eucarística deben impregnar nuestra tarea. 

En la parroquia 
31. A la hora de poner en práctica estas orientaciones, tiene una responsabilidad básica la parroquia, encomendada a uno o varios sacerdotes bajo la autoridad del obispo, en cuyo ministerio han sido llamados a participar. Los sacerdotes, junto con toda la comunidad parroquial, están llamados a poner en práctica el proyecto educativo que la diócesis elabore, con un equipo formado por responsables de catequesis, familia, movimientos, escuela católica y enseñanza religiosa escolar, conforme a sus circunstancias, medios y posibilidades.

En el arciprestazgo 
32. En este sentido, una de las vías más eficaces para dicho proyecto podría ser la programación y la acción conjunta en el arciprestazgo. En él, las condiciones sociales, educativas y religiosas confluyen y hacen posible una propuesta adecuada de evangelización a través de la parroquia, la familia, los grupos y la escuela, como expresión de la fraternidad presbiteral y como espacio para vivir la comunión y la corresponsabilidad en la misión entre los presbíteros, religiosos y laicos comprometidos. La comunión entre todos los agentes favorece la solidaridad ante los problemas y la búsqueda de soluciones. «Los pastores de la Iglesia, a ejemplo de su Señor, deben estar al servicio los unos de los otros y al servicio de los demás fieles. Estos, por su parte, han de colaborar con entusiasmo con los maestros y los pastores»[14]. 

En corresponsabilidad
 33. Sin rebajar ninguna de las responsabilidades pastorales sobre esta tarea, es conveniente y necesario indicar lo propio de cada cual. Cada uno de los agentes de la transmisión de la fe han de ser testigos de la Iglesia, en total comunión de fe, de actitudes y de esperanzas, bajo la acción del Espíritu Santo, que actúa mediante la gracia y concede a todos el aceptar y creer la verdad. Todos ellos se necesitan mutuamente, tanto más cuanto mayores son las dificultades e influencias que han de superar en el noble ejercicio de la educación. En este sentido, la formación de los agentes de pastoral educativa es vital para que dicha coordinación pueda ser eficaz. 

La escuela católica 
34. A este respecto, la escuela católica, por su misión, sus medios y sus agentes debe ser responsable, estar disponible e, incluso, tener protagonismo en las orientaciones que aquí presentamos. Ella cumple su misión basándose en un proyecto educativo, que pone el Evangelio como centro y referente en la formación de la persona y para toda la propuesta cultural. «El contexto socio-cultural actual corre el peligro de ocultar el valor educativo de la escuela católica, en el cual radica fundamentalmente su razón de ser y en virtud del cual ella constituye un auténtico apostolado»[15]

La escuela católica debe ser un referente educativo no solo en su acción formativa, sino en el testimonio de las personas consagradas y profesores cristianos laicos. Este testimonio solo será eficiente si se realiza dentro de la espiritualidad de comunión eclesial. La autoridad del obispo en la escuela católica no afecta tan solo a la catequesis y a la vigilancia sobre la clase de religión, sino a la salvaguarda de su identidad y organización, incluso cuando la escuela católica es promovida por institutos religiosos. «Compete al obispo el derecho de vigilar y visitar las escuelas católicas establecidas en su territorio, aun las fundadas y dirigidas por miembros de institutos religiosos; asimismo le compete dar normas sobre la organización general de las escuelas católicas; tales normas también son válidas para las escuelas dirigidas por miembros de esos institutos, sin perjuicio de su autonomía en lo que se refiere al régimen interno de esas escuelas»[16].
  
Una espiritualidad de comunión 
35. Hemos de tener presente que en la sociedad actual es fundamental para la transmisión de la fe la presencia activa y testimonial de comunidades cristianas renovadas, espiritualmente vigorosas, unidas y conscientes del tesoro que poseen y de la misión que les incumbe. Nos referimos, sí, a las parroquias, pero también a las comunidades religiosas, especialmente las dedicadas a la educación de niños y jóvenes, sin olvidar a los sacerdotes, a los catequistas, a los padres, a los profesores cristianos y a los profesores de religión y moral católica, a las asociaciones de padres, etc. La transmisión de la fe nos pide a todos que «antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. La espiritualidad de comunión significa, ante todo, una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado»[17]. La autonomía del educando en su proceso formativo, el desvalimiento de los jóvenes sin los necesarios referentes educativos y la ausencia de valores morales y cristianos, nos instan a la promoción y compromiso de las comunidades cristianas en pro de la formación religiosa.
 36. Nuestra propuesta de coordinación educativa se enmarca en el documento de la Conferencia Episcopal sobre la iniciación cristiana[18]. No se pretende ahora proponer un nuevo camino paralelo a dicho documento, sino de servir y complementar a la acción catequética propuesta allí. La iniciación cristiana es elemento fundamental y prioritario de toda acción evangelizadora de la Iglesia, pero no debe ser confundida con la totalidad del proyecto evangelizador. Las acciones coordinadas de la catequesis, la familia, la escuela católica y la enseñanza religiosa escolar, cooperan, sirven y completan el proceso de iniciación cristiana para niños, adolescentes y jóvenes. 
37. Dicha propuesta pretende aportar elementos para la elaboración de un «proyecto educativo que brote de una visión coherente y completa del hombre, como puede surgir únicamente de la imagen y realización perfecta que tenemos en Jesucristo»[19]. Este proyecto hace referencia a la educación plena e integral que tiene su raíz en el mismo hombre, llamado a vivir en la verdad y en el amor. En dicho proyecto, la educación debe potenciar, motivar y facilitar lo mejor de cada alumno, sus potencialidades, su identidad, sus raíces y el sentido último de su vida. «La educación en la fe debe consistir, antes que nada, en cultivar lo bueno que hay en el hombre». El ser humano recorre en su vida un camino de búsqueda y comprensión de sí mismo: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo (…) debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad (…) acercarse a Cristo»[20]. 
38. La acción formativa de la Iglesia debe estar presente en toda edad y en todos los ámbitos educativos, si bien aquí no abordamos específicamente lo que concierne a la transmisión de la fe a los adultos. Es necesario conseguir una sinergia mayor «entre las familias, la escuela y las parroquias para una evangelización profunda y para una animosa promoción humana, capaces de comunicar a cuantos más posibles la riqueza que brota del encuentro con Cristo»[21].

III. El servicio de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe 
39. La transmisión de la fe forma parte del proceso global de la evangelización pero sin confundirse con él. Puede estar presente en cualquier momento de este proceso, pero se distingue de otras actividades específicas como la catequesis, la liturgia o la oración. Dicha transmisión tiene en cuenta los agentes, los destinatarios, los fines propios, los contenidos fundamentales, los modos y medios posibles, así como los ámbitos competentes en la educación cristiana. En una primera aproximación, pretendemos ofrecer los rasgos básicos que identifican y distinguen el despertar religioso en la familia, la acción catequética en la parroquia y la enseñanza religiosa en la escuela; en consecuencia, aquellos elementos que contribuyen y facilitan un trabajo común de coordinación. 

1. El despertar religioso en la familia
40. La fe necesita un clima y, para la gran mayoría, la familia es el ámbito en el que las complejas relaciones, que establecemos en la vida cotidiana, afectan a lo más profundo de nuestra persona, porque tocan directamente lo más íntimo de nosotros mismos. Los valores más profundos y los bienes más valiosos los compartimos en el marco de la vida familiar. Es ahí donde estamos llamados a compartir el tesoro de la fe. Muchos podemos afirmar que en nuestra familia aprendimos a rezar y a fiarnos de Dios. Hoy es necesario, antes que nada, cuidar en las familias el despertar religioso de los hijos y acompañar adecuadamente los pasos sucesivos del crecimiento de la fe.

 La familia, primera escuela e iglesia doméstica 
41. En efecto, la familia es la primera escuela y la «iglesia doméstica». Los padres son los principales y primeros educadores. Ellos son el espejo en el que se miran los niños y adolescentes. Ellos son los testigos de la verdad, el bien y el amor; de ahí su gran responsabilidad en el crecimiento armónico de sus hijos. La iniciación en la fe cristiana es recibida por los hijos como la transmisión de un tesoro que sus padres les entregan, y de un misterio que progresivamente van reconociendo como suyo y muy valioso. Los padres son maestros porque son testimonio vivo de un amor que busca siempre lo mejor para sus hijos, fiel reflejo del amor que Dios siente por ellos. La familia cristiana se constituye así en ámbito privilegiado donde el niño se abre al misterio de la transcendencia, se inicia en el conocimiento de Dios, comienza a acoger su Palabra y a reconocer las formas de vida de los que creen en Jesús y forman la Iglesia. 

42. Los acontecimientos más importantes de la vida familiar, especialmente las fiestas cristianas, cobran un valor transcendente para el sentido religioso de la vida. De ahí que a las familias les esté encomendada esta gran misión en el despertar religioso de los hijos: «Uno de los campos en los que la familia es insustituible es ciertamente el de la educación religiosa, gracias a la cual la familia crece como “Iglesia doméstica”»[22]. La experiencia de amor gratuito de los padres, que ofrecen de manera incondicional a sus hijos la propia vida, prepara ya para que el don de la fe, recibido en el bautismo, se desarrolle de manera adecuada. Se «dispone así a la persona para que pueda conocer y acoger el amor de Dios Padre manifestado en Jesucristo, y a construir la vida familiar en torno al Señor, presente en el hogar por la fuerza del sacramento»[23]. 
43. La propia vivencia de fe en la familia, como testimonio cristiano, será el medio educativo más eficaz para suscitar y acompañar en el crecimiento de esa fe a los hijos, pues en la familia cristiana se dan las condiciones adecuadas para que se pueda vivir la fe en el día a día. Es la misma fe celebrada en los sacramentos, que son acontecimientos significativos en la historia de la familia, de modo especial la Eucaristía dominical, y en la oración, expresión de fe y ayuda a la integración de fe y vida[24]. 

Valores y virtudes
 45. La familia debe ser también el marco propicio donde se descubran, asuman y practiquen las virtudes cristianas, más aún en medio de un ambiente social desfavorable. «La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma»[26]. Y esto se adquiere por repetición de actos y por la gracia de Dios; su práctica va construyendo una personalidad armónica de tal manera que el ejercicio de una virtud llama y promueve otras virtudes, como son las teologales, que informan y motivan a las morales. «Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino»[27]. Las distintas dimensiones que conforman la virtud, como son el conocimiento, la afectividad y la práctica, deben ser tratadas y coordinadas desde los ámbitos escolares, parroquiales y familiares, coordinados adecuadamente. 
46. La educación en valores, por otra parte, debe tener en cuenta que el valor en sí se constituye en referente de la persona a la hora de buscar criterios para actuar. El concepto de «valor» es particularmente susceptible de una interpretación relativista de la vida moral, y la percepción de los valores depende cada vez más de su vigencia en la sociedad y la cultura. Por ello, es necesario juzgar a la luz de la fe «aquellos valores que gozan hoy de la máxima consideración y ponerlos en conexión con su fuente divina. Pues estos valores, en cuanto proceden de la inteligencia con que Dios ha dotado al hombre, son excelentes; pero, a causa de la corrupción del ser humano, muchas veces se desvían de su recto orden de modo que necesitan purificación»[28]. En este sentido, es indispensable presentar los valores en sus raíces más profundas, con las razones que fundamentan su ser y con la continua verificación de su influencia en los comportamientos de los hijos. Conviene tener en cuenta que los valores se conforman y desarrollan desde las distintas dimensiones (neuronal, cognitiva, afectiva y comportamental). La coordinación exige una distribución de las responsabilidades de cada ámbito educativo, teniendo en cuenta sus peculiaridades.

La vocación al amor 
47. El amor es «la vocación fundamental e innata de todo ser humano»[29]. La educación, por lo tanto, está orientada a formar a la persona para que sea capaz de vivir la expresión plena de la libertad: entregar la propia vida con el don sincero de sí misma[30]. El lugar propio donde la persona recibe y comprueba la autenticidad del amor es la familia, cuya misión consiste en «custodiar, revelar y comunicar el amor»[31]. En el clima de confianza propio del hogar, los hijos reciben la experiencia fundamental de ser amados y son instruidos de modo natural para aprender el significado del don del sí mismos. «La familia es la primera y fundamental escuela de socialización como comunidad de amor. Ello se lleva a cabo mediante la educación con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana»[32]. 
48. La familia creyente aporta, por un lado, una especial y auténtica comunicación de valores y virtudes humanas, como son la educación en la corresponsabilidad, el servicio a los demás, comenzando por la misma familia, o el respeto a las diferencias, empezando por los propios hermanos; y, por otro lado, aporta una comunicación de valores y virtudes cristianas, como son el perdón, la comprensión, el amor a la verdad, la alegría del compartir, la solidaridad y la caridad ante el dolor, la pobreza y la soledad. Dicha transmisión de valores y virtudes humanas y cristianas en la familia tiene un doble fundamento: el amor de Dios y el amor de los padres. «El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor»[33]. 

Padres y pedagogos
 49. Por todo ello, son los padres los verdaderos pedagogos; ellos son quienes conducen al hijo de la mano hacia el bien; quienes pueden iniciar en la experiencia cristiana y hacer significativo el mensaje de Jesús. «En virtud del ministerio de la educación, los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más, rezando con ellos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo eucarístico y eclesial de Cristo, mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente padres»[34]. Su aportación como iniciadores de la experiencia de fe y del encuentro con Cristo constituye las claves del primer anuncio. Los niños deben saber sobre Jesucristo lo más esencial, de modo entrañable y asequible a su edad; lo que aprenden, quieren verlo realizado en su familia y gustan de practicarlo y testimoniarlo.

Educar para el amor 
50. Después, a medida que crecen, sobre todo en los años primeros de la adolescencia, surge, por imperativo de la propia naturaleza, el deseo de autonomía personal que los adolescentes comparten con otros compañeros. Es entonces cuando se dan los primeros síntomas de alejamiento de la familia. Es en este momento cuando la ayuda de los padres es vital y decisiva; la cercanía del sacerdote, el catequista o el profesor es indispensable al presentar el rostro amable de la Iglesia y el amor de Cristo. Los esposos tienen ahí su vocación propia de ser, el uno para el otro y ambos para sus hijos, testigos de la fe y del amor de Cristo. A este respecto, consideramos que uno de los elementos negativos contra el amor en familia es la banalización de este y su interpretación reductiva. La educación para el amor, como don de sí mismo, constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación afectiva clara y delicada. Dentro de la educación en las virtudes, adquiere una importancia especial la educación en el amor, que integra y dirige adecuadamente los afectos para que la sexualidad signifique y se exprese en autenticidad[35]. «En este contexto es del todo irrenunciable la educación para la castidad como virtud, que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el “significado esponsal” del cuerpo. Más aún, los padres cristianos reserven una atención y cuidado especial, discerniendo los signos de la llamada de Dios a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo, que constituye el sentido de la sexualidad humana. Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales, como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana»[36]

Educar es un servicio 
51. Ciertamente, la acción educativa de la familia es «un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo»[37]. En resumen, «la catequesis familiar es, en cierto modo, insustituible, sobre todo: 

— por el ambiente positivo y acogedor,
 — por el atrayente ejemplo de los adultos,
 — por la primera y explícita sensibilización de la fe y 
— por la práctica de la misma»[38]. 

52. Con los últimos pontífices señalamos que «la familia debe ser un espacio donde el Evangelio es trasmitido y desde donde este se irradia»[39]. En dicha transmisión, la Palabra de Dios ha de ocupar un lugar privilegiado, dando a conocer a los niños aquellos personajes más importantes, las palabras y hechos de Jesús más cercanos a cada edad. Hemos de dar a la familia la debida confianza en su quehacer educativo, pues «la tarea educativa de la familia cristiana tiene, por esto, un puesto muy importante en la pastoral orgánica»[40]. La mutua colaboración entre familia, parroquia y escuela hará posible una eficaz formación integral de los hijos. Es imprescindible y urgente facilitar a las familias materiales adecuados para la formación y educación de la fe en todas las edades. Asimismo, es necesario preparar catequistas y profesores que sirvan a este objetivo y faciliten con su saber, entrega y testimonio, el servicio a la fe en la familia. 

2. La acción catequética en la parroquia
53. El trasfondo del panorama espiritual en España tiene su origen en una cultura pública que se aleja decididamente de la fe cristiana y camina hacia un «humanismo inmanentista». Tal humanismo envuelve e impregna casi todos los aspectos importantes de la vida de nuestros conciudadanos y es una causa fundamental de la misma emergencia o urgencia educativa, especialmente en lo que se refiere a la comunicación de la fe. No nos resulta sorprendente que la pregunta crucial de los pastores y sus colaboradores sea: ¿cómo hacer un creyente, hoy? 

¿Cómo se hace un cristiano, hoy?
 54. Hemos de reconocer que para la Iglesia, en el contexto europeo, la respuesta no es en absoluto diáfana ni evidente. Desde los años anteriores al concilio Vaticano II, la acción pastoral de la Iglesia está encontrando dificultades cre-cientes para engendrar en la fe a las nuevas generacio-nes. El ambiente familiar resulta tibio o, al menos, insuficiente. La enseñanza religiosa apenas logra que la fe de sus alumnos resista ante las diversas concepciones de la vida vigen-tes en la sociedad. La catequesis infantil y juvenil es en muchas ocasiones algo semejante a una débil corriente de aire fresco en medio de la canícula. La iniciación a la fe que reciben hoy muchos bautizados desde la cuna resulta un proceso discontinuo, incompleto y muy débil para asegurarles consistencia y coherencia cristiana.

Modelo: el catecumenado
55. La Iglesia tuvo durante siglos de paganismo ambiental un proceso de iniciación sólido, bien trabado y completo, que asumía a los candidatos a las puertas de la fe, los acompañaba a lo largo de varias etapas y los conducía a una fe adulta. Tal iniciación ofrecía eficazmente a las nuevas generaciones de cristianos una adhesión firme a Jesucristo, una vinculación estable a la Iglesia, una ver-tebración de los contenidos doctrinales del mensaje cristiano, un programa de conducta moral, una dirección para el compromi-so cristiano y una experiencia de oración individual y litúrgica. La atmósfera que rodea hoy a nuestras generacio-nes infantiles y juveniles es muy propicia para engendrar una tupida indi-ferencia religiosa. Solo una iniciación cristiana de muchos qui-lates puede asegurar, bajo la continua acción de la gracia, la emergencia de cristianos del siglo XXI. 
56. Dicha iniciación «se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para transformarlo en Él»[41]. Esta inserción en el misterio de Cristo va unida a un itinerario catequético que ayuda a crecer y madurar la vida de la fe. Pues «la catequesis es elemento fundamental de la iniciación cristiana y está estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación»[42]. Mediante la catequesis que precede, acompaña o sigue a la celebración de los sacramentos, el catequizando descubre a Dios y se entrega a Él; alcanza el conocimiento del misterio de la salvación, afianza su compromiso personal de respuesta a Dios y de cambio progresivo de mentalidad y de costumbres; fundamenta su fe acompañado por la comunidad eclesial. 
57. En la situación actual, todo el proceso de iniciación cristiana exige una atenta reflexión sobre su significado y su forma de realización. A este respecto, valoramos la renovación catequética en nuestra Iglesia que, a pesar de lagunas y deficiencias que hay que subsanar, va dando frutos positivos. Estos frutos se notan de modo significativo en la catequesis parroquial, a la que nos referimos aquí como servicio a la transmisión de la fe. Más aún, en el proyecto que nos ocupa, dicha catequesis tiene un papel fundamental, además de la dimensión educativa que conllevan la liturgia y las otras acciones eclesiales. 

Catequesis de iniciación
58. En el proceso de conversión y adhesión a Jesucristo es necesario situar la catequesis dentro de la acción evangelizadora de la Iglesia: «El primer anuncio tiene el carácter de llamar a la fe; la catequesis el de fundamentar la conversión, estructurando básicamente la vida cristiana; y la educación permanente, en la que destaca la homilía, el carácter de ser alimento constante que todo organismo adulto necesita para vivir»[43]. Por ello, sin la catequesis de iniciación, «la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda. Sin ella, la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y confusa»[44]. En efecto, la catequesis se propone fundamentar y ahondar la adhesión personal a Cristo y la maduración de la vida cristiana. La catequesis no es una cuestión de método, sino de contenido, como indica su propio nombre: se trata de una comprensión orgánica (cat-echein) del conjunto de la revelación cristiana. Así, la catequesis hace resonar en el corazón de todo ser humano una sola llamada, siempre renovada: «Sígueme». Atendiendo a su etimología, podemos decir que la catequesis consiste en ayudar a que el mensaje resuene en el corazón del oyente para convertirlo en creyente y transformarlo en discípulo y testigo. 

El primer anuncio
59. La catequesis parroquial recoge el despertar religioso que ha surgido en el seno de la familia, aunque no debe suponerse siempre, pues en muchos casos dicho despertar se circunscribe al mero conocimiento de elementos religiosos del entorno. Por ello, concierne a la parroquia promover ese primer anuncio de llamada a la fe. En todo caso, lo que la catequesis aporta es «una fundamentación a esa primera adhesión a Jesucristo»[45]. Esta relación entre iniciación cristiana familiar y catequesis parroquial es básica. El niño adquiere en la familia la vivencia del amor de Dios y al prójimo; después la parroquia lo recibe en la comunidad que, retomando esa vivencia inicial y acogiéndola con esmero, tratará de arraigarla y fundamentarla, procurando su maduración en la catequesis, «en la comunión eucarística, donde está incluido a la vez el ser amados y amar a los otros»[46], y en la comunión con los hermanos, a fin de «hacer del catecúmeno un miembro activo de la vida y misión de la Iglesia. La fe cristiana es una fe eclesial»[47].

La primera síntesis de fe 
60. La catequesis de la iniciación cristiana se presenta como catequesis integral, en la cual su dimensión cognoscitiva se enriquece «con una iniciación en la vida evangélica, con una iniciación en la oración, en la liturgia y en la responsabilidad pastoral y misionera de la Iglesia»[48]. La catequesis es así un «elemento fundamental de la iniciación cristiana y está estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al Bautismo, sacramento de la fe. «La finalidad de la acción catequética consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe»[49], «poniendo a uno no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo»[50]. «En síntesis, la catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo meramente circunstancial u ocasional; por ser formación para la vida cristiana, desborda, incluyéndola, a la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en lo común para el cristiano, sin entrar en cuestiones disputadas ni convertirse en investigación teológica. En fin, por ser iniciación, incorpora a la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo tiempo, tareas de iniciación, de educación y de instrucción»[51]. La comunión entre instituciones y agentes de la educación cristiana al servicio de la transmisión de la fe, pasa necesariamente por la comunidad de fe, fuente de los auxilios necesarios para ser sal de la tierra y luz del mundo. 

Objetivos
61. Así pues, resumiendo, podemos decir que la catequesis parroquial se propone ofrecer y lograr los siguientes objetivos: 

• Una iniciación orgánica en el conocimiento del misterio de Cristo y del designio salvador de Dios.
• Una iniciación en la vida evangélica, una vida nueva según las bienaventuranzas.
• Una enseñanza de los principios de la moral y una adecuada pedagogía de las virtudes y de los valores.
• Una iniciación en la experiencia religiosa, en la oración, la vida litúrgica y sacramental.
• Una iniciación en el compromiso apostólico y misionero.
• Una integración progresiva en la comunidad cristiana. 

62. Estos objetivos de la catequesis solo se realizarán de manera adecuada si se capacita bien a los catequistas en el conocimiento, desarrollo y aplicación de cada uno de ellos; formarlos mucho y bien para que puedan afrontar los desafíos que la cultura moderna presenta a la fe cristiana. Su función en la transmisión de la fe constituye un verdadero ministerio eclesial, pues «el ministerio catequético tiene en el conjunto de los ministerios y servicios eclesiales, un carácter propio que deriva de la especificidad de la acción catequética dentro del proceso de la evangelización»[52]. Es un servicio eclesial fundamental en la realización del mandato misionero de Jesús. 

Agentes pastorales parroquiales 
63. El proyecto de coordinación será eficaz si es asumido por cada uno de los ámbitos competentes en la transmisión de la fe, teniendo en cuenta que es la parroquia la que debe asumir el protagonismo de dicha coordinación. «En ella se vive la comunión de fe, de culto y de misión con toda la Iglesia (…). En ella están presentes todas las mediaciones esenciales de la Iglesia de Cristo: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los sacramentos, la oración, la comunión en la caridad, el ministerio ordenado y la misión. (…) Las parroquias deben crecer espiritual y pastoralmente para ser, como les corresponde, puntos de referencia privilegiados para los que se acercan a la Iglesia de Cristo y quieren vivir como cristianos»[53]. La liturgia viva, cuidada y propuesta en todas las edades y acciones educativas, constituye una participación en la admirable escuela de la Palabra y de la Eucaristía, en los signos y en la presencia viva de Jesucristo en su Iglesia. Poner en práctica esta acción educativa exige una preparación cualificada de sacerdotes, catequistas y profesores. Su urgencia demanda que esta preparación ocupe un lugar privilegiado en la formación permanente de todos los agentes de educación religiosa. 
64. El eslabón que une la catequesis con el bautismo es la profesión de fe: la adhesión madura a la persona de Jesucristo, «obsequium fidei». Dicha adhesión se lleva a cabo de manera progresiva a través del catecumenado postbautismal, en estrecha vinculación a los sacramentos de la iniciación[54]. Es necesario anunciar y facilitar a los niños, adolescentes y jóvenes, mediante itinerarios catequéticos adecuados, el encuentro con el Señor. Un encuentro que conlleva «promover la intimidad personal con Jesucristo y el testimonio comunitario de su verdad, que es amor, y que es indispensable en las instituciones formativas católicas (…) Mientras hemos buscado diligentemente atraer la inteligencia de nuestros jóvenes, quizá hemos descuidado su voluntad»[55]. 
65. Los adolescentes y jóvenes, cuando se sienten respetados y tomados en serio en su libertad, se interesan por los grandes retos, sobre todo cuando los ven plasmados en referentes de confianza en la misma fe. Cuando esas propuestas son exigentes, razonables y responden a sus anhelos más profundos, se muestran dispuestos a dejarse interpelar y orientar su vida. Hay muchos jóvenes que buscan hoy a alguien que les ayude a encontrar el sentido de la vida, la integridad de la fe y la autenticidad de aquellos que presentan el mensaje de Jesucristo. 
3. La enseñanza religiosa en la escuela 
66. Podemos afirmar que la enseñanza religiosa escolar está al servicio de la evangelización, es decir, es una mediación eclesial al servicio del reino de Dios. Lo peculiar de la enseñanza religiosa escolar consiste en una presentación del mensaje y acontecimiento cristianos en sus elementos fundamentales, en forma de síntesis orgánica y explicitada de modo que entre en diálogo con la cultura y las ciencias humanas, a fin de procurar al alumno una visión cristiana del hombre, de la historia y del mundo, y abrirle desde ella a los problemas del sentido último de la vida.

El saber sobre la fe 
67. A este respecto, hemos de cuidar que dicha mediación eclesial al servicio del reino de Dios se adapte adecuadamente al marco escolar que tiene sus características propias. La religión no es solo una realidad interior, aunque para el creyente esto sea lo decisivo; la religión ha sido a lo largo de la historia, como lo es en el momento actual, un elemento integrante del entramado colectivo humano y un ineludible hecho cultural. El patrimonio cultural de los pueblos está vertebrado por las cosmovisiones religiosas, que se manifiestan en el sistema de valores, en la creación artística, en las formas de organización social, en las manifestaciones y tradiciones populares, en las fiestas y el calendario. Por ello, los contenidos fundamentales de la religión dan claves de interpretación de las civilizaciones. Y si la religión es un hecho cultural importante que subyace en el seno de nuestra sociedad, es evidente que su incorporación a la escuela enriquece y es parte importante del bagaje cultural del alumno. Frente a algunas voces discordantes sobre la presencia de la religión en la escuela, señalamos algunos motivos que autorizan su presencia. A saber: 

Comprender la civilización 
68. La enseñanza de la religión es necesaria para comprender la civilización europea en la que estamos sumergidos. Es tarea propia de la escuela ofrecer a los alumnos elementos para situarse ante la cultura que los envuelve y para discernirla adecuadamente, asimilando lo positivo y declinando lo negativo. Sin un conocimiento adecuado de la religión es misión imposible comprender nuestra civilización. Para conocer la filosofía, la literatura, el arte, las costumbres populares, las fiestas y los valores morales de la civilización que hemos heredado no hace falta creer en la religión católica, pero sí es preciso comprender la religión. 

Unidad interior del alumno
 69. La enseñanza de la religión en la escuela, bien realizada, favorece la unidad interior del alumno creyente. En la escuela, el alumno que ha heredado la fe en la familia y en la parroquia, va adquiriendo saberes nacidos de las ciencias naturales y de las ciencias humanas. Una persona va madurando cuando todos estos saberes establecen un diálogo dentro de sí y comienzan a gestar en su interior una síntesis. El alumno percibirá que la fe que ha recibido es compatible con las ciencias que va aprendiendo.

 Motivos, valores y caminos 
70. La enseñanza de la religión en la escuela enriquece al alumno que la recibe en tres aspectos importantes para la persona humana: le brinda motivos para vivir (por qué y para qué), le ofrece valores morales a los que adherirse y le indica caminos para orientar su comportamiento. En efecto, la enseñanza religiosa ofrece un para qué vivir, o sea, motivos; ofrece unos valores morales que se derivan de la fe, por ejemplo: si somos hijos de Dios, los demás no son seres extraños, molestos, competidores, sospechosos, arbitrarios, sino hermanos y amigos; y ofrece normas de comportamiento en la familia, en la sociedad, en el trabajo, etc. Es verdad que esto se debe hacer en la familia y en la parroquia, pero también en la escuela, puesto que esta no solo está para instruir, es decir, ofrecer conocimientos y habilidades, sino para educar. Y educar es transmitir motivos, valores y pautas de comportamiento. Esta transmisión, siempre respetuosa y propositiva, no es algo extraño a la escuela, sino algo muy en consecuencia con su naturaleza. Al menos cuando se trata de alumnos que por sí o por sus padres quieren recibirlos en la escuela.
71. Además de lo dicho, la escuela es el ámbito donde el alumno va conformando su personalidad en relación a sus compañeros, mirando al profesor como referente y asimilando críticamente el saber que se le transmite. Es un tiempo crucial para el desarrollo personal, por más que vaya bajando el influjo de la escuela frente a la influencia de los medios de comunicación, el ambiente y los compañeros; de aquí la importancia de la transmisión de la fe en el ámbito escolar. «El ingreso en la escuela significa para el niño entrar a formar parte de una sociedad más amplia que la familia, con la posibilidad de desarrollar mucho más sus capacidades intelectuales, afectivas y de comportamiento»[56]. En este proceso educativo, y a pesar de dificultades diversas, se puede y se debe integrar la dimensión religiosa de la persona. 
72. La enseñanza religiosa se presenta como saber sobre la doctrina y moral católicas, que desarrolla, junto a otras, la capacidad trascendente de la persona, el sentido último de la vida y da respuesta a la cultura, a fin de integrar el saber de la fe en el conjunto de los demás saberes[57]. Su naturaleza y finalidad se desarrolla y se cumple mediante la transmisión a los alumnos de «los conocimientos sobre la identidad del cristianismo y de la vida cristiana, que capacita a la persona para descubrir el bien y para crecer en la responsabilidad»[58].

Dimensión evangelizadora
 73. Siguiendo las orientaciones de Benedicto XVI, hemos de subrayar que la enseñanza religiosa, «lejos de ser solamente una comunicación de datos fácticos, informativa, la verdad amante del Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida, es performativa»[59]. Por ello, esta materia no se puede reducir a un mero tratado de religión o de ciencias de la religión, como desean algunos; debe conservar su auténtica dimensión evangelizadora de transmisión y de testimonio de fe[60]. Por ello, los profesores deben ser conscientes de que la enseñanza religiosa escolar ha de hacer presente en la escuela el saber científico, orgánico y estructurado de la fe, en igualdad académica con el resto de los demás saberes, haciendo posible el discernimiento de la cultura que se transmite en la escuela y respondiendo a los interrogantes de los alumnos, en especial a la gran pregunta sobre el sentido de la vida. 
74. No podemos olvidar que la enseñanza religiosa escolar se inserta, desde su especificidad, dentro de los elementos básicos de la acción evangelizadora de la Iglesia. En este sentido, «el mandato misionero comporta varios aspectos, íntimamente unidos entre sí: “anunciad” (Mc 16, 15), “haced discípulos y enseñad”, “sed mis testigos”, “bautizad”, “haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización»[61]. Todo esto define el marco para la acción coordinada de la educación cristiana al servicio a la transmisión de la fe. 
75. Dentro de este rico conjunto de elementos evangelizadores, la enseñanza religiosa ha de asumir, de manera muy especial, «el anuncio y la propuesta moral» del Evangelio[62]. El anuncio para que los alumnos conozcan, fundamenten o fortalezcan su adhesión inicial a Jesucristo suscitada en la familia o se inicien en ella; y los principios que fundamentan la propuesta moral y las virtudes cristianas para ejercitarse así en la praxis del bien común y del amor a todos, especialmente a los pobres y necesitados. La enseñanza religiosa escolar sirve a la familia y a la catequesis en cuanto presenta una síntesis orgánica y sistemática de la fe. Constituye una aportación específica al desarrollo de las capacidades espirituales, religiosas y morales y, en consecuencia, a la fundamentación de los valores morales, las virtudes cristianas y la opción por el bien y la verdad. 

Las grandes preguntas 
76. Las grandes preguntas del ser humano, a las que la enseñanza religiosa pretende responder, carecerían de respuesta sin la referencia a Dios y su salvación: «Sin su referencia a Dios el hombre no puede responder a los interrogantes fundamentales que agitan y agitarán siempre su corazón con respecto al fin y, por tanto, al sentido de su existencia»[63]. A partir de la síntesis de fe, se pretende «descifrar la aportación significativa del cristianismo, capacitando a la persona para descubrir el bien y para crecer en la responsabilidad, para afinar el sentido crítico y aprovechar los dones del pasado a fin de comprender mejor el presente y proyectarse conscientemente hacia el futuro»[64]

La respuesta 
77. Todo ello pide, como objetivo educativo, la respuesta adecuada de la fe que busca entender, «fides quaerens intelectum», y el explícito sentido de la vida cristiana. A su vez, la enseñanza religiosa fundamenta una serie de valores que dan sentido y estructuran la acción humanizadora de la religión católica «ofreciendo algunas dimensiones de carácter ético y moral que nacen de las relaciones entre la fe y la cultura, y entre la fe y la vida»[65]. Dicha acción tiene como modelo y fundamento la Palabra, la Vida y la Persona de Jesucristo con toda su vitalidad, actualidad y capacidad de respuesta. Sería muy pobre la educación que se limitara a dar nociones, informaciones y valores, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la Verdad que guía la vida. Es necesario «ayudar a los jóvenes a ensanchar los horizontes de su inteligencia abriéndose al misterio de Dios en el que se encuentra el sentido y la dirección de nuestra vida, superando los condicionamientos de una racionalidad que solo se fía de lo que puede ser objeto de experimento y cálculo. Es lo que llamamos la «pastoral de la inteligencia»[66]. Serán los profesores quienes, por su protagonismo en la escuela, junto con los padres y la comunidad parroquial, sirvan a la formación religiosa católica, y no solo los profesores de religión, sino todos los profesores cristianos[67]. 

Escuela católica y profesorado cristiano
 78. Es necesario que la escuela católica se comprometa con este proyecto: «La acción educativa de la Iglesia a través de la escuela católica, además de vincularse a la formación plena, entendida como desarrollo perfectivo de las capacidades básicas del alumno, propone una educación integral del mismo, tratando que todas las capacidades puedan ser integradas armónicamente desde la luz del evangelio que fundamenta una cosmovisión integradora de la personalidad»[68]. Tanto las personas consagradas como los profesores cristianos laicos ejercen, dentro de la comunidad educativa, «un ministerio eclesial» al servicio de la diócesis y en comunión con el obispo[69]. «La enseñanza de la religión en la escuela a cargo de docentes clérigos y laicos, sustentada en el testimonio de los docentes creyentes, debe conservar su auténtica dimensión evangélica de transmisión y de testimonio de fe»[70]. La escuela católica, junto a la familia y la parroquia, lleva a cabo un objetivo primordial: promover la unidad entre la fe, la cultura y la vida. El presente documento pretende facilitar el logro de este objetivo cuyo cumplimiento depende en gran parte de la escuela católica.

4. Propuesta de objetivos comunes 
79. Nuestra propuesta tiene como finalidad la educación en la fe de niños, adolescentes y jóvenes para llevarles al encuentro con Jesucristo y su Evangelio, en el seno de la Iglesia. Para ello proponemos algunos objetivos y medios que sirvan a la reflexión personal y comunitaria, así como a la coordinación de los ámbitos y agentes comprometidos en la transmisión de la fe en un proceso educativo. Es imprescindible trabajar sobre objetivos que orienten y organicen una acción común; estos surgen de los elementos básicos y comunes a la acción evangelizadora de la familia, la parroquia y la escuela. 

Análisis de la realidad
 80. Hemos de partir de un análisis objetivo y sincero, que abarque todos los elementos que conforman y determinan la educación de nuestros destinatarios. Dicho análisis debe realizarse mediante «una lectura realista y completa de los signos de este tiempo a fin de desarrollar una presentación persuasiva de la fe»[71]. Esta lectura, que es una aportación común de la catequesis y de la enseñanza escolar, será un buen servicio para la familia, en cuanto análisis crítico de la situación cultural y su influencia en los hijos. Los objetivos que proponemos pretenden responder a aquellos elementos que conforman la personalidad como son la identidad del ser, el sentido de la vida o la dignidad de la persona. En este sentido, entendemos que Jesucristo ilumina, plenifica y da sentido a la vida. Por ello, el objetivo primordial de la educación en la fe es dar a conocer y llevar al encuentro de Jesucristo. Con el papa Benedicto XVI nos preguntamos: «¿cómo proponer a los más jóvenes y transmitir, de generación en generación, algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes?»[72]. Desde siempre y en cada lugar, las nuevas generaciones de hombres y mujeres se han preguntado y se preguntan por su identidad y su destino. Buscan y esperan una respuesta que les indique el camino, que les oriente hacia el final, que les proponga medios para fundamentar la vida con valores perennes. En Jesucristo «se abre para el hombre la posibilidad de recorrer el camino que lo lleva hasta el Padre (cf. Jn 14, 6), para que al final Dios sea todo para todos (1 Cor 15, 28)»[73]. Y así lo reconoce el concilio Vaticano II: «Realmente el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado»[74].

Dar razón de nuestra fe
 81. Es vital, pues, «dar razón de nuestra fe», presentar el amor vivo que llena la vida y potenciar la esperanza fundamentada en Jesucristo. A las nuevas generaciones se les debe ayudar a librarse de prejuicios generalizados y a darse cuenta de que el modo cristiano de vivir es gozoso, realizable y razonable. Por ello, más que enseñar conocimientos religiosos desde claves académicas, «se trata de dar a conocer el verdadero rostro de Dios y su designio de amor y de salvación a favor de los hombres, tal como Jesús lo reveló»[75]. A su vez, «al haberse confiado a la Iglesia la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, ella misma descubre al hombre el sentido de su propia existencia»[76]. El encuentro personal con Jesús es clave para desvelar y sustentar nuestra existencia cotidiana. La llamada de Jesús nos invita a conformarnos y transformarnos en Él. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), como una casa que está construida sobre cimientos firmes. Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra[77], dejándose plasmar por Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo, configurados con Cristo. «No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)»[78].


 La dignidad humana 
82. Uno de nuestros objetivos es educar a los niños, adolescentes y jóvenes para ser críticos con el ambiente en el que se mueven, que valoren su dignidad de personas, dejando de ser un número más, y aportándoles propuestas seguras, contrastadas y garantizadas por la palabra, la vida y la persona de Jesucristo. Los cristianos, al reconocer en la fe su auténtica dignidad, son llamados a llevar adelante una vida digna del Evangelio. Dios Padre, infinitamente perfecto, ha creado al hombre para hacerle partícipe de su vida misma. De ahí que la dignidad humana esté enraizada en haber sido creado «a imagen y semejanza de Dios». Esta es una de la claves fundantes de la antropología cristiana. 

Un proyecto de vida 
83. Otro de los factores que caracterizan el proceso educativo de la persona es encontrar sentido a su vida, mediante el descubrimiento de una fuerza vital que satisfaga los anhelos y esperanzas más profundas que anidan en el corazón humano. Se trata de un proyecto de vida en torno al cual organiza y orienta toda su existencia y comportamiento. Los cristianos, en comunión con la Iglesia, creemos que Jesucristo, como Dios y Hombre verdadero, es quien da sentido a nuestra vida. El encuentro con Jesucristo, el Hijo de Dios, proporciona un dinamismo nuevo a la existencia. Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, que es la Luz del mundo. La unión con Él lleva consigo negarse a sí mismos, pues «el que quiera a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí» (Mt 10, 37). La relación con Él no queda reducida a una mera relación entre discípulo y maestro. Jesucristo no dice yo os enseño el camino, sino «yo soy el Camino». Camino significa que Dios vino a nosotros en Cristo y, en Él, la persona está dirigida íntegramente a Dios, de tal manera que el motivo más profundo de la acción del cristiano es Jesús mismo.

Formación doctrinal 
84. La respuesta cristiana a la cultura emergente y determinante, hoy, en los educandos, no sería eficaz sin una sólida formación doctrinal, que facilite la profesión de la verdad y el ejercicio del testimonio. Esta formación conlleva, como elemento de coordinación en la enseñanza y la catequesis, la asimilación de una síntesis de fe persuasiva, adecuada a la edad, sistemáticamente estructurada, que facilite la respuesta a la cultura y oriente al encuentro con Jesucristo. Esta formación afecta a la personalidad propia y a la de los demás, pues la exigencia del seguimiento a Cristo conlleva una llamada al amor. A este amor responde el hombre amando a Jesucristo, muerto y resucitado, amando a Dios, nuestro Padre, y amando a los hombres, nuestros hermanos: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14, 15). Y así, «estrechamente unidos en el amor mutuo alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y el perfecto conocimiento del misterio de Dios que es Cristo» (Col 2, 2). Él nos revela las riquezas de su gloria y nos ilumina para gustar a Dios, que es amor. Este es el principio y fin de toda formación religiosa: anunciar a Jesucristo, facilitar su conocimiento, a sabiendas de que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro de un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida»[79]. 

La fe como encuentro
 85. Cuando Jesús habla del amor fraterno que ha de unir a los hijos de Dios, el sentido del mismo lo fundamenta en su persona, pues «la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega»[80]. Más aún, Jesús mismo dice que «a quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10, 32). Es el anuncio personal del cristiano que proclama su amor a Dios y a los hombres en virtud de un mandato recibido y, aunque se encuentre solo, está unido por profundos vínculos invisibles, los espirituales, a la actividad evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia es la realidad histórica permanente donde el Padre, en Jesucristo, por la fuerza de su Espíritu se nos manifiesta; dentro ella resuena, una y otra vez, la Voz que llama, que convoca, y la Presencia a la que se invoca. El Señor es el fundamento de esa realidad, Él es quien da sentido y plenitud a la vida, aquí, «ayer, hoy y siempre». Por ello, el proyecto de educación que proponemos en orden a la transmisión de la fe dependerá de la adecuada relación con Él. 

Objetivo general:
 «Transmitir la fe de la Iglesia a los niños, adolescentes y jóvenes en la familia, la parroquia y la escuela».
 Objetivos específicos:

• Elaborar un itinerario básico y complementario de educación en la fe, en cada una de las etapas de desarrollo formativo, como marco común para las distintas instituciones educativas. 
• Analizar los elementos de la cultura contemporánea, que buscan determinar la personalidad de niños, adolescentes y jóvenes, confrontar la influencia de los contravalores que conlleva, y ofrecer alternativas emanadas del Evangelio. 
• Promover el conocimiento de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida; motivar el encuentro y la intimidad con Él por medio de la oración; y animar al seguimiento personal, acogiendo la vocación a la que cada uno sea llamado: el laicado cristiano, la vida consagrada o el ministerio ordenado.
• Fundamentar la educación en valores y virtudes a partir de la Persona, Palabra y Vida de Jesucristo, y ofrecer aquellas que, de acuerdo con la edad, determinan la dimensión moral de los destinatarios.
• Analizar y responder a las cuestiones fundamentales propias de la infancia, adolescencia y juventud, desde las diversas concepciones de la vida y ofrecer la especifica del humanismo cristiano. 
• Promover y facilitar la incorporación a la comunidad que cree, vive, celebra y testimonia la fe, por medio de convocatorias comunes a las familias, parroquias y escuelas. 
• Iniciar a los niños, adolescentes y jóvenes en la oración personal y comunitaria, aportando materiales y medios a las familias para que practiquen en el hogar y participen en la misa dominical de la parroquia. 

Nuestra propuesta está pidiendo, a su vez, cuatro líneas prioritarias de acción: a) la revitalización de una profunda pastoral familiar; b) la prioridad y urgencia de formación y acompañamiento espiritual de catequistas; y c) una efectiva formación pastoral de los profesores cristianos y de religión. 

IV. Elementos al servicio de la transmisión de la fe en la familia, la parroquia y la escuela  
86. En el fondo de nuestro planteamiento, se trata de articular un proyecto común de coordinación, respetando las peculiaridades de cada uno de los ámbitos educativos. Las dimensiones de la familia, de la catequesis y de la enseñanza religiosa escolar responden a las capacidades del individuo y facilitan un proyecto orgánico y sistemático al servicio de la transmisión de la fe. A la hora de elaborar un itinerario adecuado a la edad de los destinatarios, es imprescindible conocer y coordinar las confluencias y peculiaridades de la catequesis parroquial, la formación religiosa en familia y los programas de la enseñanza religiosa escolar, a fin de colaborar en una misma acción evangelizadora. 87. Uno de los elementos a tener en cuenta, a la hora de coordinar la educación cristiana, es el de las dimensiones específicas de cada institución y es particularmente necesario en lo que se refiere a los contenidos. Cuidando lo característico y propio, se favorece mejor lo complementario. Dichos elementos han de centrarse en torno a los tiempos, etapas y edades en los que confluye la dimensión formativa de los tres ámbitos mencionados y, sobre todo, en aquellos en los que es conveniente completar la formación religiosa. En este aspecto, y atendiendo a las orientaciones de los últimos papas, es necesario y urgente elaborar para los adolescentes y jóvenes «un itinerario de inteligencia de la fe, que les permita armonizar mejor sus conocimientos religiosos con su saber humano para que puedan realizar una síntesis cada vez más sólida entre sus conocimientos científicos y técnicos y su experiencia religiosa»[81]. Esta síntesis de fe centrada en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, debe ser el objetivo común a todos. A ello nos invita con insistencia Benedicto XVI ante la «emergencia educativa

1. Dimensiones de la familia(los rudimentos) 
88. Decíamos más arriba que, a través de la catequesis del despertar religioso, el niño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la fe, que consisten en una sencilla revelación de Dios, Padre bueno y providente, al que aprende a dirigir su corazón[82]. Es un momento importante para educar en actitudes creyentes, sobre todo en la confianza, que 
contribuirán a desarrollar su fe. Desde el afecto y la fantasía que le caracteriza, el niño es capaz de vivir una auténtica experiencia religiosa, original y profunda. Dada la influencia del ambiente familiar, dominante en esta etapa, es imprescindible una relación frecuente de los padres con catequistas y demás agentes de pastoral infantil. En este sentido, es conveniente que la parroquia invite, con cierta periodicidad, a encuentros y convivencias a los matrimonios y familias para ayudarles en esta tarea.
 89. En este contexto se deben cuidar las siguientes dimensiones:

• El despertar del sentido religioso del niño mediante una toma de conciencia de sí mismo y de lo que le rodea. 
• El desarrollo en el niño de su capacidad de admiración, a través de los gestos, reacciones y palabras de la familia y de la comunidad, y ayudarle a descubrir a Dios Padre. 
• El acceso del niño a la oración como diálogo con Dios, y despertar en él un conocimiento y crítica de sí mismo. 

2. Dimensiones de la catequesis (síntesis de fe desde la vivencia) 
90. Las dimensiones propias de la catequesis son directrices indispensables que iluminan el camino, refuerzan la vida cristiana y conforman la formación religiosa integral. Así, la catequesis que introduce progresivamente en las insondables riquezas del misterio de Dios, revelado en Cristo, trata de llevar a los hombres a cuanto la Iglesia cree, celebra, vive y ora. Es decir, dicha acción eclesial conlleva el desarrollo de las siguientes dimensiones de la fe: 
• El conocimiento de la fe (doctrina). 
• La experiencia litúrgica y sacramental (celebración). 
• La formación moral (virtudes y valores). 
• La iniciación a la oración (experiencia religiosa). 
• La educación para la vida comunitaria (la Iglesia). 
• El compromiso para la misión (la Evangelización)[83].  

3. Dimensiones de la enseñanza religiosa escolar (síntesis de fe desde el saber)
 91. Por su parte, la enseñanza religiosa escolar, desde lo que le es específico, presenta el mensaje cristiano, desarrollando las distintas dimensiones del saber, al servicio de la transmisión de la fe. Estas son:
• La dimensión teológica y científica del saber religioso (síntesis de la doctrina católica). 
• La dimensión trascendente de la persona (sentido último de la vida). 
• La dimensión humanizadora (concepción cristiana de la persona). 
• La dimensión ético-moral (principios y valores). 
• La dimensión cultural e histórica (relación fe-cultura). 

Y así, tanto las distintas dimensiones como las que les son propias confluyen en los conceptos básicos y se diferencian en sus finalidades y consecuencias formativas. Es decir, las dimensiones son distintas, no excluyentes, y complementarias.

4. Contenidos que orientan un itinerario orgánico y sistemático 
92. La coordinación puede quedar en buenos deseos. Para evitarlo, conviene programar y concretar algunos contenidos que deben ser las bases de un itinerario, y que cada diócesis puede adaptar según su situación religiosa, social y cultural. En concreto, «la Delegación Diocesana de Familia se ha de coordinar explícitamente con la Delegación de Catequesis y de Enseñanza para que se aseguren los contenidos mínimos de esta presencia y la formación especializada de las personas encargadas de darlos»[84]. La respuesta a este primer acercamiento a la formación, la encontramos ya en las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi de Pablo VI y Catechesi tradendae de Juan Pablo II. En esta última se dice que es de gran «importancia hacer entender al niño, al adolescente, al que progresa en la fe «lo que puede conocerse de Dios»; en cierto sentido: «lo que sin conocer veneráis, eso es lo que yo os anuncio»[85]:

93. Los contenidos de este anuncio son:

• El testimonio de Dios Padre, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo, que ha amado al mundo en su Hijo y, en Él, ha dado a todas las cosas el ser, y que nos ha llamado a ser sus hijos y a heredar la vida eterna.
 • El misterio del Verbo de Dios hecho hombre, que realiza la salvación del hombre por su Pascua, es decir, por su muerte y su resurrección, evitando reducir a Cristo a su sola humanidad y su mensaje a una dimensión terrestre; y para que se le reconozca como el Hijo de Dios, el mediador que nos da acceso al Padre en el Espíritu. 
• El amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor para con Dios, su misericordia ante el pecado y su gracia para la salvación.
• El amor fraterno, que procede del amor de Dios, y es el núcleo del Evangelio.
• El misterio del mal y la búsqueda activa del bien.
• El misterio de la Iglesia, presencia eficaz de Jesucristo y de su salvación, es una comunidad de hombres pecadores y, a la vez, santificados, que forman la familia de Dios, reunida por el Señor bajo la dirección de aquellos a quienes el Espíritu Santo constituyó pastores para apacentar la Iglesia de Dios. 
• Explicar que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia y de pecado, de miseria y de grandeza, es asumida por Dios, en su Hijo Jesucristo, y ofrece ya algún atisbo de la ciudad futura.
• La búsqueda del mismo Dios a través de la oración y el insondable misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
• Las exigencias, hechas de renuncia y también de gozo, que conlleva a lo que san Pablo llama «vida nueva», «creación nueva», ser o existir en Cristo, «vida eterna en Cristo Jesús». Este modo de vida es la de estar en el mundo pero sin ser del mundo; una vida según las bienaventuranzas y destinada a prolongarse y a transfigurarse en el más allá. 
• Las exigencias morales personales, emanadas del Evangelio, y las actitudes cristianas ante la vida. La búsqueda de una sociedad más fraterna y solidaria, el trabajo por la justicia y la paz. 
• El anuncio profético del más allá, vocación definitiva del hombre, que nos será revelado en la vida futura[86]. 

Este es el núcleo de contenidos de los que no podemos prescindir, pues todos ellos son elementos fundamentales a la hora de programar un itinerario de educación en la fe. Lo que sí nos corresponde es adecuarlos a cada edad, por tiempos y etapas, según los destinatarios y el contexto socio-cultural en el que viven.

5.Propuesta de un itinerario marco para la formación religiosa de los adolescentes
 94. Se trata de desarrollar lo que Benedicto XVI ha llamado «pastoral de la inteligencia». Es un itinerario basado en el Catecismo de la Iglesia Católica. Somos conscientes de que, en cada edad, hay contenidos que emergen con mayor urgencia y que hay que tenerlos presentes a la hora de programar el itinerario para cada una ellas, como hacemos en el que ahora proponemos para adolescentes. La adolescencia es una edad de referentes contradictorios, por un lado, y transcendental en la construcción de la personalidad del adolescente, por el otro, en la que se han de tener en cuenta las siguientes características, que nos van a servir para los objetivos propuestos: 

95. A los adolescentes les preocupa la inseguridad y la confianza, la soledad y el deseo de compañía, pero, sobre todo, la necesidad de amar y de ser amados. Todo ello lo buscan superar o realizar a través de la amistad y del grupo. Aunque acomodados en la familia y con un amplio servicio educativo, muchos adolescentes crecen pobres en ideales y en esperanza, y espiritualmente vacíos. Por ello, al descubrir algo que les asombra y supera, demandan fundamentos racionales ante su inseguridad. 
96. Por encima de la razón prima la dimensión emocional, estético-expresiva y simbólica de la vida. Les interesa mucho la diversión, las aficiones deportivas, el éxito en la canción, las emociones generadas por el deporte. El logro de estos intereses ha generado una cierta banalización de las dimensiones fundamentales de la vida, como la dignidad del ser humano y su trascendencia.
 97. Con todo, el adolescente cambia de opciones y sufre las situaciones contradictorias de las que espera comprensión por parte de los adultos. Por un lado, «se debate entre las ganas de vivir, la necesidad de tener certezas, el anhelo del amor y la sensación de desconcierto, la tentación del escepticismo y la experiencia de la desilusión»[87]; por otro, el adolescente también lleva consigo la búsqueda de la verdad, la sed generalizada de valores y la respuesta al sentido último de su vida, y, en consecuencia, la búsqueda de Dios. 
98. De aquí surge la necesidad de proponer un itinerario orgánico, razonable y apreciable para esta edad. El discernimiento de las características que conforman la situación de las personas a las que va dirigido el mensaje cristiano es la primera acción responsable a la hora de concretar los contenidos adecuados. La propuesta que presentamos a continuación es un servicio de orientación, que necesariamente tendrá que ser desarrollado conforme a las circunstancias y medios de cada diócesis o grupo de trabajo. 
99. Entre los contenidos de este itinerario, subrayamos los siguientes:
• Dios Padre ha creado al hombre libremente para hacerle partícipe de su vida. La dignidad del ser humano está enraizada en su creación, «hecho a imagen y semejanza de Dios». «Viniendo de Dios y yendo hacia Dios el hombre no vive una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios»[88]. No se trata de saber cómo ha surgido el cosmos sino, más bien, de descubrir cuál es el sentido de tal origen dado por Dios. 
• En todo tiempo y en todo lugar, Dios se hace cercano al hombre, le llama y le ayuda a buscarle, conocerle y amarle. «Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios»[89]. Dios Padre muestra su omnipotencia paternal por su misericordia infinita, por la adopción filial, por el perdón que da de nuestros pecados[90]
. • Dios Padre convoca a todos, a quienes el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. No fue Dios quien hizo el mal y la muerte. Dios constituyó al hombre en la justicia, sin embargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad levantándose contra Dios e intentando alcanzar su propio fin al margen de Dios. Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y justicia originales, no solamente para él, sino para todos los humanos. La Virgen María con su fe y obediencia colaboró a la salvación de los hombres y se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes. 
• Para lograr la unidad de la Iglesia, el Padre Dios envió a su Hijo como Redentor y Salvador. Nuestra salvación procede de la iniciativa de Dios, que envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. La redención de Cristo consiste en que Él ha venido a dar su vida en rescate por todos. Jesús cumplió la misión expiatoria que justifica a muchos, cargando con las culpas de ellos. La victoria sobre la esclavitud del pecado, obtenida por Cristo crucificado y resucitado, nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado. Los discípulos de Jesús deben asemejarse a Él, hasta que Él crezca y se forme en ellos. El reino de Dios se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Jesucristo. Confesar o invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad. Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles.
 • Dios llamó a todos a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción por el Bautismo, herederos de su vida. Cristo, cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos. El Espíritu Santo que Cristo derrama sobre sus miembros construye, anima y santifica la Iglesia. La Iglesia es, en este mundo, sacramento de salvación, signo e instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres. La misión del Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar a la asamblea para el encuentro con Cristo, recordar y manifestar a Cristo a la comunidad de los creyentes, hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador, y hacer fructificar el don de la comunión de la Iglesia.
 • Para que esta buena noticia resonara en todo el mundo, Jesucristo envió a sus Apóstoles dándoles el mandato de anunciar el evangelio con la seguridad de que Él estaría siempre con ellos. Hoy, la Iglesia católica anuncia la totalidad de la fe, administra la plenitud de los medios de salvación, es enviada a todos los pueblos, abre sus puertas a todos los hombres y abarca todos los tiempos; por su propia naturaleza es misionera. 
• Este tesoro de la fe ha sido guardado y transmitido fiel e íntegramente por los Apóstoles y sus sucesores, los obispos. Cada uno de ellos son, por su parte, principio y fundamento visible de la unidad en sus Iglesias particulares. Los obispos, ayudados por los presbíteros, tienen la misión de enseñar la fe auténtica, de celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía, y de cuidar de su Iglesia como verdaderos pastores. 
• Todos los que han acogido esta llamada del Señor son enviados, también, a anunciar su Palabra (credo), celebrar la fe (liturgia), vivir como hermanos (moral) y orar al Padre (oración)[91]. La miseria humana atrae la compasión de Cristo, que ha querido cargarla sobre sí, identificándose con los más pequeños de sus hermanos. Por eso podemos afirmar que, cuando servimos a los pobres y a los enfermos, somos el perfume de Cristo.
 • Jesucristo nos precede en el reino glorioso del Padre para que nosotros vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente. Al final de los tiempos retribuirá a cada hombre según sus obras.

6. Referencias a la psicología de esta edad 
100. Nos parece conveniente y necesario tener presentes algunas de las características propias de la adolescencia, pues el mensaje cristiano es sembrado en una tierra abonada de elementales necesidades y de sorprendentes posibilidades. Ofrecemos las referencias siguientes: 

• Libertad: la libertad se realiza en el amor. Dios es amor y, en Él, el hombre adquiere su libertad. Quien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu» (cf. Gál 5, 16). Libertad y amor coinciden; por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a rivalidades y conflictos[92].
 • Confianza: La mutua confianza motiva el enorme deseo de saber y comprender; este se manifiesta en las continuas preguntas e insistentes peticiones por parte de los adolescentes. La mera información no propicia la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida. 
• Amistad: Los adolescentes, más vulnerables al creciente individualismo propiciado desde la cultura actual, que tiene como consecuencia inevitable el debilitamiento de los vínculos interpersonales y la disminución del sentido de pertenencia, podrán experimentar la belleza y la alegría de ser y sentirse Iglesia, así como la de encontrar buenos amigos en ella, frente a la soledad al que están expuestos con el uso excesivo de las técnicas de comunicación[93]. 
• Compañía: Nuestros adolescentes y jóvenes están desprotegidos ante las dificultades. Es constatable la fragilidad y el interés propio en estas edades. La capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos. Es necesario que la formación cristiana responda a sus preguntas sobre el dolor, el mal y la muerte, que cuestionan y necesitan luz en medio de sus dudas y oscuridades. La Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo puede responder a muchos de sus interrogantes.
 • Celebración: Todo itinerario formativo debe ayudar a sus destinatarios a crecer y madurar en un verdadero sentido de pertenencia a la comunidad parroquial. El centro de la vida de la parroquia es la Eucaristía, y en particular la celebración dominical. Si la unidad de la Iglesia nace del encuentro con el Señor, no es secundario que se cuide mucho la adoración y la celebración de la Eucaristía, permitiendo que los que participan experimenten la belleza del misterio de Cristo. 

101. Estas propuestas no pretenden ser una programación nueva y distinta, paralela a la que se desarrolla en la catequesis, el grupo o la enseñanza religiosa escolar. Son itinerarios cuyos contenidos pueden ser comunes a la enseñanza o la catequesis, acentuando, en cada etapa y en cada ámbito correspondiente, aquellos aspectos en los que es necesario incidir más, ya sea por su deficiencia, necesidad o insuficiente desarrollo. 

V. Medios y modos para la coordinación en la transmisión de la fe

102. La coordinación de tareas entre la familia, la parroquia y la escuela tiene como objetivo concertar esfuerzos e inquietudes y unir personas para conseguir un objetivo común: la transmisión de la fe católica. Las dificultades estriban, muchas veces, en la ausencia de una formación religiosa adecuada, así como en el mutuo desconocimiento de aquellos elementos que intervienen en el proceso de dicha transmisión en cada uno de los ámbitos educativos. Por ello, es imprescindible encontrar y contar con responsables de catequesis, enseñanza religiosa y pastoral familiar para conocer los proyectos educativos, distribuir tareas y adquirir compromisos en orden a elaborar un proyecto común; un proyecto que, a la luz de la nueva evangelización, pide una nueva sensibilidad, un nuevo esfuerzo misionero y una nueva propuesta de fe.

 1. Situaciones a tener en cuenta en las distintas edades

103. Podemos constatar que la educación religiosa en la infancia es significativa en nuestro país, al menos desde el punto de vista cuantitativo. Son muchas las familias que solicitan los sacramentos de iniciación para sus hijos y reciben las correspondientes catequesis. Puede ser una oportunidad de la gracia de Dios para que los padres puedan reencontrarse con la fe y con la Iglesia. Asimismo, es apreciable en estas edades, y a pesar de todo, la solicitud de la enseñanza religiosa en la escuela. Y es importante, también, tener en cuenta la influencia social de los acontecimientos religiosos del entorno y la presencia cultural de la religión, que afectan sensiblemente en estas edades. En efecto, los años de la infancia son de gran trascendencia para la iniciación a la fe, pues el despertar religioso sitúa a los niños ante un mundo en el que la imagen de Dios Padre puede dar sentido a todo lo que les rodea. El niño percibe el lugar que ocupa Dios en sus padres, en su familia y en su hogar. Nunca será suficiente repetir que son necesarios agentes de pastoral y materiales adecuados para ayudar a los padres en esta entrañable tarea. 

Agentes y materiales
 104. En este sentido, es de agradecer, una vez más, la dedicación y entrega de tantos padres, catequistas y profesores al servicio de la educación cristiana. Sin embargo, las circunstancias actuales que rodean la vida de los niños y sus familias nos urgen a una preparación integral de agentes, teniendo en cuenta cuatro dimensiones: humana, intelectual, espiritual y pastoral. Dichos agentes, para llevar a cabo el ministerio eclesial que se les ha encomendado, están llamados a ser: expertos en humanidad, expertos en la fe de la Iglesia y expertos acompañantes en el camino de aquellos que les han sido confiados. Asimismo, reconocemos, también, que se dispone de instrumentos suficientes que ayudan al despertar religioso. En primer lugar, los catecismos de iniciación, que son documentos de fe, y, también, todos aquellos materiales que responden, tanto a los diseños curriculares y sus correspondientes programas. 

Infancia media 
105. Entendemos que, en este proceso de tiempo, existen unos años, de seis a nueve aproximadamente, en los que se nos ofrece una mayor posibilidad de coordinación. Es el tiempo de catequesis de iniciación sacramental, en el que la parroquia hace un gran esfuerzo en la transmisión de la fe y en el cuidado del grupo de catequizandos; la enseñanza religiosa escolar informa sobre la síntesis de fe, presente en el currículo oficial; y la familia se esfuerza por completar la educación cristiana de los hijos. A este respecto, conviene hacer un esfuerzo grande de coordinación en orden a los objetivos y contenidos, de modo que los contenidos no se repitan, o en su caso, tengan un desarrollo complementario, de manera que los tres ámbitos puedan colaborar eficazmente en la transmisión de la fe. Es muy conveniente que padres, catequistas y profesores programen celebraciones conjuntas con los niños, donde ellos puedan celebrar la comunión de fe y de vida con quienes están ayudándoles en su crecimiento y maduración. 

Infancia adulta 
106. En las edades posteriores, entre los diez y doce años aproximadamente, es necesario un replanteamiento conjunto en orden a favorecer la síntesis de fe. Se hace necesaria una catequesis orgánica y sistemática que, coordinada con el currículo escolar de religión católica, se centre en los objetivos correspondientes y puedan ser compartidos con la familia y el grupo de referencia. La parroquia tiene en este momento un papel mayor de responsabilidad en cuanto al proceso de continuidad por la recepción de los sacramentos y en la coordinación de los catequistas, padres y profesores.

 Adolescencia
107. Un cuidado especial nos merecen los adolescentes, cuyas edades oscilan entre los doce y dieciséis años. Los expertos nos dicen que en estos años se va forjando la personalidad a fuerza de experiencias, búsquedas, dudas e ilusiones. De ello ya hemos hablado antes. Es una etapa de la vida a la que debemos dedicar un mayor esfuerzo de evangelización. Ante la búsqueda del sentido de la vida, los adolescentes necesitan referentes personales, modelos que orienten esa búsqueda. Solo Jesucristo puede llenar sus expectativas, anhelos e inquietudes. Nuestro proyecto de coordinación debe tener en cuenta estos elementos para formular una propuesta de contenidos que orienten, clarifiquen y den respuesta cristiana a sus interrogantes, proyectos y esperanzas. 
108. Es un momento propicio para coordinar la acción catequética de la parroquia, con la acción formativa de la escuela y con la participación de los padres. Esta etapa necesita, urgentemente, un proyecto educativo cristiano. La Iglesia, madre y maestra, con especial cuidado por estos hijos suyos, se dispone a trabajar en dicho proyecto. 

2. La urgencia del testimonio cristiano de los padres, catequistas, profesores y alumnos 

109. El testimonio de los padres conlleva que cada hogar se convierta en espacio de escucha comunitaria de la Palabra de Dios, de la oración en familia, del testimonio de amor mutuo y de la práctica sacramental de los padres. La oración es uno de los rasgos que definen e identifican a toda comunidad cristiana y, por tanto, a la familia, «iglesia doméstica»

Maestros y testigos 
110. En el despertar religioso, la iniciación en la oración es un sencillo y amoroso diálogo con Dios, es ponerse ante Él, presente entre nosotros, con quien es posible dialogar. Orar con los hijos es tratar con Dios y comunicarle nuestros problemas, necesidades, alegrías y esperanzas. Así concreta Benedicto XVI esta acción educativa de los padres: «Con el don de la vida los padres reciben todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de trasmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios»[94]. 
111. El testimonio cristiano de padres, profesores y catequistas redunda en los niños, adolescentes y jóvenes, y es un referente para ellos; dicho testimonio es motivado por aprendizaje, pues lo que trasmiten es la fe de la Iglesia, que ellos, a su vez, han recibido y, en su nombre, la transmiten con autoridad y ejemplaridad. Al dar razón de su fe (1 Pe 3, 15), testifican su propia identidad y les ayudan a descubrir la plenitud del ser humano realizada en Jesucristo, el Hombre nuevo[95]. Él es la clave para comprender el misterio del hombre, Él es quien da sentido a toda vida y toda realidad. 

3. Medios y servicios mutuos 
112. La propuesta de educación cristiana que hacemos es un medio de evangelización que necesita de la acogida y del servicio especialmente de la parroquia, de sus sacerdotes y de los catequistas. La parroquia crea comunidad y sirve a la comunidad de personas que profesan la fe. La parroquia alimenta y sustenta el testimonio de catequistas, padres, profesores cristianos y alumnos a través de la catequesis y de los sacramentos, fundamentalmente la Eucaristía. La acción educativa de la fe en la escuela y en la familia sería ineficaz si los padres y profesores, junto con los catequistas, no dieran testimonio de comunión y de una comunidad que ora, celebra y ama. La parroquia debe asumir, una vez más, la responsabilidad de ser el motor de esta coordinación deseada. 

La parroquia
113. En este sentido, escuela y familia esperan de la catequesis parroquial la iniciación en la fe, en la vida litúrgica, en la oración personal y comunitaria, la integración en las celebraciones de la comunidad, la manifestación y testimonio de la unión de todos en la misma fe, en el mismo amor y en la acción caritativa y social, en el esfuerzo por servir, mantener y realizar una verdadera comunidad eclesial con Jesucristo como centro. La formación cristiana no tendrá continuidad si no va acompañada de la práctica religiosa. No pueden arraigarse la enseñanza y la catequesis que se presenta a niños y adolescentes si no se encuentran regularmente con Cristo, que transforma desde el interior su ser y su actuar. 

En la familia 
114. La familia, además de la educación en virtudes y valores por la palabra y el ejemplo de los padres, puede contrastar, evaluar y corregir el desarrollo de los mismos en sus hijos, y su aplicación en casos y circunstancias concretas. La educación en este ámbito se orienta, en muchas ocasiones y por la demanda de las circunstancias vitales del entorno familiar, a la adquisición de virtudes y valores evangélicos. Los padres deben ser informados de aquellos contenidos y métodos a través de los cuales los hijos puedan conocer, asumir y ponerlos en práctica. Así, por ejemplo, la dimensión afectivo-sexual deberá estar presente en el proceso educativo de la fe; por ello, «la delegación diocesana de Pastoral Familiar tendrá la responsabilidad de revisar los materiales que se utilicen y de ayudar, mediante expertos, a la adaptación pedagógica y la capacitación de los catequistas, y demás agentes, que enseñen estos temas»[96]. La familia necesita de ayuda ante las influencias negativas que determinan el crecimiento armónico de sus hijos hacia el bien, la verdad y la auténtica libertad. A su vez, la escuela y la parroquia esperan de la familia que sea un espacio donde se respiran valores cristianos. La familia está llamada a ser hogar, escuela y taller de fe[97]. 

En la escuela 
115. Los profesores cristianos y de religión católica necesitan también de la parroquia que les acoja como creyentes, pues, en ella, alimentan su fe y la celebran y, desde ella, la testimonian. El profesor de religión, por su parte, que enseña y anuncia la fe en nombre de la Iglesia, necesita el apoyo de la comunidad parroquial. Además, una de las garantías que un profesor puede presentar ante el obispo diocesano, junto a su necesaria preparación teológica y aptitud pedagógica, al ofrecerse como profesor de religión, es su vinculación y servicio a la comunidad cristiana de referencia. 

En comunión para la misión 
116. Los catequistas, profesores y padres, interrelacionados, han de ofrecer un testimonio coherente y concorde con los valores que la enseñanza religiosa propone y fundamenta, así como han de valorarse positivamente en aquello que cada uno realiza según su función. Es necesario crear modos, espacios y tiempos para el encuentro y celebración de la fe entre los integrantes de la comunidad educativa. La parroquia ha de cuidar, en el marco de una pastoral de conjunto, esta dimensión y facilitar a todos su participación. 
117. Para la realización de este proyecto no podemos olvidar las escuelas de padres. Es conveniente y necesario crearlas o potenciarlas, bien desde las propias familias, desde los centros de enseñanza o desde las mismas parroquias. Estas escuelas son imprescindibles para llevar a cabo los objetivos que hemos enunciado. Revisando la experiencia habida en cada diócesis, la escuela católica y los profesores de religión pueden prestar una encomiable ayuda en este servicio.

Conclusión

118. Invitamos a todas las instituciones implicadas a colaborar en este proyecto al servicio de la transmisión de la fe. Formar a las nuevas generaciones siempre ha sido una labor ardua, pero gratificante. En las circunstancias actuales que nos toca vivir, podemos afirmar que es una tarea difícil, pero apasionante. Hoy, necesitamos educadores en la fe que sean maestros y testigos; o, mejor, testigos para ser maestros. Percibimos, en general y con prudencia, cómo aumenta la demanda de una educación llevada por profesionales con vocación de servicio, que den testimonio[98]. Confiamos en los católicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, apasionados en la noble tarea de la educación y dispuestos a ofrecer lo mejor de sí mismos al servicio de la formación integral de niños, adolescentes y jóvenes, siguiendo los criterios del Evangelio y como miembros de la Iglesia. Junto a estas reflexiones y orientaciones, os ofrecemos también nuestro apoyo y estímulo de pastores, conscientes que más allá de cualquier duda o dificultad, incluso ante la tentación de querer apoyarnos en nosotros mismos, tenemos un valedor en quien hemos puesto toda nuestra confianza: Jesucristo, el Maestro, el Señor.
 119. Deseamos que esta propuesta de coordinación sea acogida con esperanza al servicio de la comunión para la misión en el contexto de la nueva evangelización. Desde nuestra experiencia, hemos optado por la mayor concreción posible que haga viable la coordinación en los contenidos fundamentales, los objetivos generales y específicos, así como las acciones más asequibles en los correspondientes ámbitos educativos. Posee los elementos necesarios para ser eficaz. Requiere un trabajo conjunto de todos los agentes implicados en la educación en la fe para adecuarlo a las circunstancias de cada diócesis, desarrollarlo y asumirlo como propio en cada parroquia, en cada escuela y en cada familia. Es una ocasión para fomentar, de nuevo, la educación cristiana a todos los niveles y ofrecerla como alternativa a otras. La Conferencia Episcopal Española estudiará las posibilidades de un proyecto educativo católico que contemple una visión coherente, armónica y completa del hombre, con objetivos, acciones y medios adecuados, y que sirva como marco de referencia para todas las instituciones educativas católicas. 
120. Agradecemos a todos vuestra disponibilidad, servicio y entrega en la hermosa misión de ofrecer el Evangelio a las nuevas generaciones. Estamos convencidos de que todo aquello que sembramos con esperanza y alegría, expresión de nuestra vivencia y testimonio cristianos, dará su fruto allí, donde, como y cuando el Espíritu Santo quiera. En palabras del beato Juan Pablo II, somos conscientes de que «está en juego el futuro de la transmisión de la fe y su realización»[99]. Ponemos este proyecto en manos de la Virgen María, catequista de Jesús en Nazaret, maestra de la fe, animadora de la esperanza y, sobre todo Madre, testimonio vivo del amor de Dios. Que Ella, experta en la acción del Espíritu Santo, nos aliente y acompañe en la realización de este proyecto, viviendo contentos por dentro y contagiando por fuera la belleza de la fe. 

Madrid, 25 de febrero de 2013

[1] Secretariado Nacional de Catequesis, Por una formación religiosa para nuestro tiempo, en Jornadas Nacionales de España (Madrid 1966); Id., La educación en la fe del pueblo cristiano en España, hoy, en XVII Asamblea Plenaria del Episcopado Español (Madrid 1973); Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones astorales sobre la Enseñanza Religiosa Escolar (Madrid 1979); Id., El religioso educador. Identidad y misión hoy en la Iglesia (Madrid 1982); Id., La catequesis de la comunidad (Madrid 1983); Id, El sacerdote y la educación (Madrid 1987); Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones (Madrid 1999); Id., La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad. Instrucción pastoral (Madrid 2001). [2] Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana (29.5.2008). [3] Benedicto XVI, carta apostólica Porta fidei, n. 10. [4] Benedicto XVI, Porta fidei, n. 10. [5] Cf. Ratzinger, J., Convocados en el camino de la fe (Salamanca 2002), pp. 301-302. [6] Benedicto XVI, visita pastoral a Brescia, Discurso en el auditorio Vitorio Montini (8.11.2009). [7] Juan Pablo II, Discurso inaugural del Sínodo de Obispos (1980). [8] Benedicto XVI, Verbum Domini (Roma 2010), n. 109. [9] Cf. concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen gentium, nn. 25-27. [10] Congregración para los Obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos Apostolorum succesores (Roma 2004), nn. 123-134. [11] Pío XII, carta encíclica Mystici Corporis, cap. 3.º. [12] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes divinitus, n. 5. [13] Congregración para el Clero, Directorio General para la catequesis, n. 44. [14] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 32. [15] Congregración para la Educación Católica, La Escuela Católica en los umbrales del Tercer Milenio (Roma 2002), n. 10. [16] CIC, c. 806. [17] Juan Pablo II, carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 43. [18] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones (Madrid 1998). [19] Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana (28.5.2009). [20] Juan Pablo II, carta encíclica Redemptor hominis, n. 14. [21] Benedicto XVI, Homilía en las primeras vísperas de la fiesta de Santa María, Madre de Dios (31.1.2008). [22] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 16. [23] Congregración para el Clero, ibíd., n. 66. 34 [24] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España, (Madrid) n. 60. [25] Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 39. [26] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1803. [27] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1804. [28] Cf. concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, n. 11. [29] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 11. [30] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, n. 34. [31] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España., n. 63. [32] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 37. [33] Ibíd., n. 36. [34] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 39. [35] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, nn. 89-90. [36] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 37. [37] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 39. [38] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 178. [39] Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 71. [40] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 40. [41] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1275. [42] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 66. [43] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 57. [44] Ibíd., n. 64. [45] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 63. [46] Juan Pablo II, exhortación apostólica Christifideles laici, n. 14. [47] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, n. 60. [48] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, n. 80. [49] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 66. [50] Ibíd., 80. [51] Ibíd., 68. [52] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 219. [53] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones (Madrid 1998). n. 33. 35 [54] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1231. [55] Benedicto XVI, Discurso a la Universidad católica en Washington (17.4.2008). [56] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 179. [57] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones pastorales sobre la Enseñanza Religiosa Escolar (Madrid 1979). [58] Benedicto XVI, Discurso a los docentes de religión católica (25-IV-2009). [59] Benedicto XVI, carta encíclica Spe salvi, n. 2. [60] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal Polaca en visita “ad limina” (26.11.2005). [61] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 46. [62] Juan Pablo II, carta encíclica Veritatis splendor, n. 107. [63] Benedicto XVI, Discurso en la Universidad Gregoriana de Roma (13.XI.2006). [64] Benedicto XVI, Discurso a los profesores de religión en la escuela italiana (23.4.2009). [65] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones (Madrid 1998). n. 37. [66] Benedicto XVI, Discurso a la asamblea diocesana de Roma (11.6.2007). [67] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones para la pastoral educativa escolar en las diócesis (Madrid), n. 9. [68] Conferencia Episcopal Española, La escuela católica, oferta de la Iglesia en España para la educación en el siglo XXI (Madrid), n. 23. [69] Cf. Congregación para la Educación, Las personas consagradas y su misión en la escuela (28.X.2002), n. 42. [70] Benedicto XVI, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal Polaca en visita “ad límina” (26.XI.2005). [71] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Estados Unidos en visita “ad limina”, (28.5.2004). [72] Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea de Roma (11.6.2007). [73] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 20. [74] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 22. [75] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 23. [76] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 41. [77] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a la Jornada Mundial de la Juventud, 2011. [78] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 2. [79] Juan Pablo II, exhortación apostólica Christifideles laici, n. 1. [80] Ibíd., n. 14. [81] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Francia en visita “ad limina” (20.2.2004), n. 4. 36 [82] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, n. 36. [83] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, nn. 5-92. [84] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, n. 84. [85] Juan Pablo II, exhortación apostólica Catechesi tradendae, n. 29. [86] Cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, nn. 26-29. [87] Benedicto XVI, Visita pastoral a Brescia, Discurso en el auditorio Vittorio Montini (8.11.2009). [88] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 44. [89] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 46. [90] Ibíd., n. 207. [91] Cf. CCE, nn. 1-49, 207, 1691, 284, 413-420, 455, 511, 666, 868, 1112, 2449. [92] Cf. Benedicto XVI, Ángelus en la Basílica de S. Pedro (27.6.2010). [93] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea Eclesial de la diócesis de Roma (26.5.2009). [94] Benedicto XVI, Homilía a las familias en Valencia (9.7.2006). [95] Concilio Varicano II, Gaudium et spes, n. 22. [96] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España, n. 92. [97] Cf. Juan Pablo II, carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 33. [98] Cf. Benedicto XVI, Discurso en el auditorio Vittorio Montini, Brescia (8.XI.2009). [99] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Francia en visita “ad limina” (20.II.2004), 3.


SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA
ORIENTACIONES EDUCATIVAS SOBRE EL AMOR HUMANO
 Pautas de educación sexual
Documento disponible en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccathe duc_doc_19831101_sexual-education_sp.html
INTRODUCCIÓN
1. El desarrollo armónico de la personalidad humana revela progresivamente en el hombre la imagen de hijo de Dios. «La verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último».(1) Tratando de la educación cristiana, el Concilio Vaticano II ha señalado la necesidad de ofrecer «una positiva y prudente educación sexual» a los niños y a los jóvenes.(2) 
La Congregación para la Educación Católica, dentro del ámbito de su competencia, considera un deber contribuir a la aplicación de la Declaración Conciliar, así como lo vienen haciendo las Conferencias Episcopales en sus demarcaciones respectivas.
2. Este documento, elaborado con la ayuda de expertos en problemas educativos, y sometido a una vasta consulta, se propone un objetivo concreto: examinar el aspecto pedagógico de la educación indicando orientaciones oportunas para la formación integral del cristiano, según la vocación de cada uno.
Aunque no se descienda en cada ocasión a la cita explícita, se presuponen siempre los principios doctrinales y las normas morales correspondientes, según el Magisterio. 
3. La Congregación es muy consciente de las diferencias culturales y sociales existentes en los diversos países. Por tanto, estas orientaciones deberán ser adaptadas por los respectivos episcopados a las necesidades propias de cada Iglesia local.

 Significado de la sexualidad

4. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso educativo: «A la verdad en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad»(3).
5. La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones. Esta diversidad, aneja a la complementariedad de los dos sexos, responde cumplidamente al diseño de Dios en la vocación enderezada a cada uno. 
 La genitalidad, orientada a la procreación, es la expresión máxima, en el plano físico, de la comunión de amor de los cónyuges. Arrancada de este contexto de don recíproco — realidad que el cristiano vive sostenido y enriquecido de una manera muy especial, por la gracia de Dios— la genitalidad pierde su significado, cede al egoísmo individual y pasa a ser un desorden moral.(4)
6. La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere verdadera calidad humana. En el cuadro del desarrollo biológico y psíquico, crece armónicamente y sólo se realiza en sentido pleno con la conquista de la madurez afectiva que se manifiesta en el amor desinteresado y en la total donación de sí. 

Situación actual

7. Se pueden observar actualmente, aun entre cristianos, notables divergencias respecto a la educación sexual. En el clima presente de desorientación moral amaga el peligro tanto del conformismo que acarrea no leves daños, como del prejuicio que falsea la íntima naturaleza del ser humano salida íntegra de las manos del Creador.
8. Reactivo necesario frente a tal situación, es para muchos una oportuna educación sexual. Conviene observar que si bien la necesidad es una convicción ampliamente difundida en teoría, en la práctica persisten incertidumbres y divergencias notables sea respecto a las personas e instituciones que deberían asumir la responsabilidad educativa, sea en relación al contenido y metodología.
9. Los educadores y los padres reconocen con frecuencia no estar suficientemente preparados para llevar a cabo una adecuada educación sexual. La escuela no siempre está capacitada para ofrecer una visión integral del tema; la cual quedaría incompleta con la sola información científica.
10. Particulares dificultades se encuentran en países donde la urgencia del problema no se advierte o se piensa, tal vez, que pueda resolverse por sí mismo, al margen de una educación específica.
11. En general, es necesario reconocer que se trata de una empresa difícil por la complejidad de los diversos elementos (fisiológicos, psicológicos, pedagógicos, socioculturales, jurídicos, morales y religiosos) que intervienen en la acción educativa.
12. Algunos organismos católicos, en diversas partes, —con la aprobación y el estímulo del Episcopado local— han comenzado a desarrollar una positiva tarea de educación sexual, dirigida no sólo a ayudar a los niños y adolescentes en el camino hacia la madurez psicológica y espiritual, sino también, y sobre todo, a prevenirlos contra los peligros provenientes de la ignorancia y degradación ambientales. 
13. Es también laudable el esfuerzo de cuantos, con seriedad científica, estudian el problema, a partir de las ciencias humanas integrando los resultados de tales  investigaciones en un proyecto conforme a las exigencias de la dignidad humana, como aparece en el Evangelio.

Declaraciones del Magisterio

14. Las declaraciones del Magisterio sobre educación sexual reflejan un progreso que responde a las justas exigencias de la historia en plena fidelidad a la tradición.(5)
El Concilio Vaticano II en la «Declaración sobre la Educación cristiana» presenta la perspectiva correspondiente a la educación sexual (6) tras afirmar el derecho de la juventud a recibir una educación adecuada a las exigencias personales.
El Concilio concreta: «Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en el recto y laborioso desarrollo de la vida, y en la consecución de la verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual».(7)
15. La Constitución Pastoral «Gaudium et spes», a propósito de la dignidad del matrimonio y de la familia, presenta esta última como el lugar preferente para la formación de los jóvenes en la castidad.(8) Pero siendo ésta un aspecto de la educación integral, exige la cooperación de los educadores con los padres en el cumplimiento de su misión.(9) Esta educación, en definitiva, se debe ofrecer a los niños y jóvenes en el ámbito de la familia(10) y darla de manera gradual, mirando siempre a la formación integral de la persona
16. En la Exhortación apostólica sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual, Juan Pablo II reserva un puesto destacado a la educación sexual como un valor de la persona. «La educación para el amor como don de sí mismo, dice el Santo Padre, constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que "banaliza" en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona — cuerpo, sentimiento y espíritu— y manifiesta su significado intimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor».(11)
17. El Papa, inmediatamente después, hace a la escuela responsable de esta educación al servicio y en sintonía con los padres. «La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiariedad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres».(12) 
18. Para que el valor de la sexualidad alcance su plena realización, «es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica  madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el "significado esponsal" del cuerpo».(13) La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. Fruto de la gracia de Dios y de nuestra colaboración, la castidad tiende a armonizar los diversos elementos que componen la persona y a superar la debilidad de la naturaleza humana, marcada por el pecado, para que cada uno pueda seguir la vocación a la que Dios lo llame.
En el esfuerzo por conseguir una completa educación para la castidad, «los padres cristianos reservarán una atención y cuidado especial —discerniendo los signos de la llamada de Dios— a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido genuino de la sexualidad humana».(14) 
19. En la enseñanza de Juan Pablo II, la consideración positiva de los valores que se deben descubrir y apreciar, antecede a la norma que no se debe violar. Ésta, sin embargo, interpreta y formula los valores a que el hombre debe tender. «Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana. Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no seria más que una introducción a la experiencia del placer y un estimulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia».(15) 
20. Este documento, por tanto, partiendo de la visión cristiana del hombre y anclado en los principios enunciados recientemente por el Magisterio, desea ofrecer a los educadores algunas orientaciones fundamentales sobre la educación sexual y las condiciones y modalidades a tener presentes en el plano operativo. 

I. ALGUNOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

21. Toda educación se inspira en una determinada concepción del hombre. La educación cristiana aspira a conseguir la realización del hombre a través del desarrollo de todo su ser, espíritu encarnado, y de los dones de naturaleza y gracia de que ha sido enriquecido por Dios. Está enraizada en la fe que «todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre».(16)

Concepción cristiana de la sexualidad. 

22. La visión cristiana del hombre, reconoce al cuerpo una particular función, puesto que contribuye a revelar el sentido de la vida y de la vocación humana. La corporeidad es, en efecto, el modo específico de existir y de obrar del espfritu humano. Este significado es ante todo de naturaleza antropológica: «el cuerpo revela el hombre»,(17) «expresa la persona»(18) y por eso es el primer mensaje de Dios al hombre mismo, casi una especie de «sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible, el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad».(19)
23. Hay un segundo significado de naturaleza teologal: el cuerpo contribuye a revelar a Dios y su amor creador, en cuanto manifiesta la creaturalidad del hombre, su dependencia de un don fundamental que es don del amor. «Esto es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar».(20)
24. El cuerpo, en cuanto sexuado, manifiesta la vocación del hombre a la reciprocidad, esto es, al amor y al mutuo don de sí.(21) El cuerpo, en fin, llama al hombre y a la mujer a su constitutiva vocación a la fecundidad, como uno de los significados fundamentales de su ser sexuado.(22)
 25. La distinción sexual, que aparece como una determinación del ser humano, supone diferencia, pero en igualdad de naturaleza y dignidad.(23)
 La persona humana, por su íntima naturaleza, exige una relación de alteridad que implica una reciprocidad de amor.(24) Los sexos son complementarios: iguales y distintos al mismo tiempo; no idénticos, pero sí iguales en dignidad personal; son semejantes para entenderse, diferentes para completarse recíprocamente.
26. El hombre y la mujer constituyen dos modos de realizar, por parte de la criatura humana, una determinada participación del Ser divino: han sido creados «a imagen y semejanza de Dios» y llenan esa vocación no sólo como personas individuales, sino asociados en pareja, como comunidad de amor.(25) Orientados a la unión y a la fecundidad, el marido y la esposa participan del amor creador de Dios, viviendo a través del otro la comunión con El.(26)
27. La presencia del pecado, que obscurece la inocencia original del hombre, dificulta la percepción de estos mensajes; su interpretación se ha convertido así en quehacer ético, objeto de una ardua tarea confiada al hombre: «El hombre y la mujer después del pecado original perderán la inocencia originaria. El descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia. Sin embargo, este significado permanecerá como una prenda dada al hombre por el «ethos» del don, inscrito en lo profundo del corazón humano, como eco lejano de la inocencia originaria».(27) 
En presencia de esta capacidad del cuerpo de ser al mismo tiempo signo e instrumento de vocación ética cabe descubrir una analogía entre el cuerpo mismo y la economía sacramental, que es el camino concreto a través del cual alcanza el hombre la gracia y la salvación.
28. Dada la inclinación del hombre «histórico» a reducir la sexualidad a la sola experiencia genital, se explican las reacciones tendentes a desvalorizar el sexo, como si por naturaleza fuese indigno del hombre. Las presentes orientaciones pretenden oponerse a tal desvalorización.
29. «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado»(28) y la existencia humana adquiere su significado pleno en la vocación a la vida divina. Sólo siguiendo a Cristo, responde el hombre a esta vocación y se afirma plenamente tal creciendo hasta llegar a ser «hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo».(29)
30. A la luz del misterio de Cristo, la sexualidad aparece como una vocación a realizar el amor que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los redimidos. Jesucristo ha sublimado tal vocación con el Sacramento del matrimonio.
31. Jesús ha indicado, por otra parte, con el ejemplo y la palabra, la vocación a la virginidad por el reino de los cielos.(30) La virginidad es vocación al amor: hace que el corazón esté más libre para amar a Dios.(31) Exento de los deberes propios del amor conyugal, el corazón virgen puede sentirse, por tanto, más disponible para el amor gratuito hacia los hermanos.
En consecuencia, la virginidad por el reino de los cielos, expresa mejor la donación de Cristo al Padre por los hermanos y prefigura con mayor exactitud la realidad de la vida eterna, que será esencialmente caridad.(32)
La virginidad implica, ciertamente, renuncia a la forma de amor típica del matrimonio, pero asume a nivel más profundo el dinamismo, inherente a la sexualidad, de apertura oblativa a los otros, potenciado y transfigurado por la presencia del Espíritu el cual enseña a amar al Padre y a los hermanos como el Señor Jesús.
32. En síntesis, la sexualidad está llamada a expresar valores diversos a los que corresponden exigencias morales específicas; orientada hacia el diálogo interpersonal, contribuye a la maduración integral del hombre abriéndolo al don de sí en el amor; vinculada, por otra parte, en el orden de la creación, a la fecundidad y a la transmisión de la vida, está llamada a ser fiel también, a esta finalidad suya interna. Amor y fecundidad son, por tanto, significados y valores de la sexualidad que se incluyen y reclaman mutuamente y no pueden, en consecuencia, ser considerados ni alternativos ni opuestos.
33. La vida afectiva, propia de cada sexo, se manifiesta de modo característico en los diversos estados de vida: la unión de los cónyuges, el celibato consagrado elegido por el Reino, la condición del cristiano que no ha llegado al momento de su compromiso matrimonial o porque es todavía célibe o porque ha elegido permanecer tal. En todos los casos esta vida afectiva debe ser acogida e integrada en la persona humana.

Naturaleza, finalidad y medios de la educación sexual

34. Objetivo fundamental de esta educación es un conocimiento adecuado de la naturaleza e importancia de la sexualidad y del desarrollo armónico e integral de la persona hacia su madurez psicológica con vistas a la plenitud de vida espiritual, a la que todos los creyentes están llamados.(33) 
A este fin el educador cristiano recordará los principios de fe y los diversos métodos de intervención, teniendo en cuenta la positiva valoración que la pedagogía actual hace de la sexualidad.
35. En perspectiva antropológica cristiana, la educación afectivo-sexual considera la totalidad de la persona y exige, por tanto, la integración de los elementos biológicos, psico-afectivos, sociales y espirituales. Esta integración resulta difícil porque también el creyente lleva las consecuencias del pecado original.
Una verdadera «formación», no se limita a informar la inteligencia, sino que presta particular atención a la educación de la voluntad, de los sentimientos y de las emociones. En efecto, para tender a la madurez de la vida afectivosexual, es necesario el dominio de sí, el cual presupone virtudes como el pudor, la templanza, el respeto propio y ajeno y la apertura al prójimo. 
Todo esto no es posible sino en virtud de la salvación que viene de nuestro Señor Jesucristo.
36. Aunque son diversas las modalidades que asume la sexualidad en cada persona, la educación debe promover sobre todo aquella madurez que «comporta no sólo la aceptación del valor sexual integrado en el conjunto de los valores, sino también la potencialidad "oblativa", es decir la capacidad de donación, de amor altruista. Cuando esta capacidad se realiza en la medida adecuada, la persona se hace idónea para establecer un contacto espontáneo, para dominarse emocionalmente y comprometerse con seriedad».(34) 
37. La pedagogía contemporánea de inspiración cristiana ve en el educando, considerado en su totalidad compleja, el principal sujeto de la educación. Debe ser ayudado, creando un clima de confianza, a desarrollar todas sus capacidades para el bien. Demasiado fácilmente se olvida esto cuando se da excesivo peso a la simple información en detrimento de las otras dimensiones de la educación sexual. En la educación, en efecto, es de máxima importancia el conocimiento de nuevas nociones, pero vivificado por la asimilación de los valores correspondientes y de una viva toma de conciencia de las responsabilidades personales relacionadas con la edad adulta.
38. Debido a las repercusiones de la sexualidad en toda la persona humana, es necesario tener presentes multitud de aspectos: las condiciones de salud, las influencias del ambiente familiar y social, las impresiones recibidas y las reacciones del sujeto, la educación de la voluntad y el grado de desarrollo de la vida espiritual sostenida por el auxilio de la gracia.
39. Todo lo que se ha dicho hasta aquí sirve a los educadores como ayuda y guía en la formación de la personalidad de los jóvenes. Los educadores deben estimularlos a una reflexión crítica sobre las impresiones recibidas y, al mismo tiempo que les proponen valores, deben darles testimonio de una vida espiritual auténtica tanto personal como comunitaria.
40. Vistos los estrechos lazos existentes entre moral y sexualidad, es necesario que el conocimiento de las normas morales esté acompañado de claras motivaciones a fin de conseguir una sincera adhesión personal. 
41. La pedagogía contemporánea tiene plena conciencia de que la vida humana está sometida a una evolución constante y que la formación personal es un proceso permanente. Esto es también verdadero respecto a la sexualidad que se manifiesta con características particulares en las diversas fases de la vida. Lo cual conlleva, evidentemente, riquezas y dificultades no leves en cada etapa de su maduración.
42. Los educadores tienen presente las etapas fundamentales de tal evolución: el instinto primitivo, que al principio presenta carácter rudimentario, pasa luego a un clima de  ambivalencia entre el bien y el mal; después con ayuda de la educación los sentimientos se estabilizan a la vez que aumenta el sentido de responsabilidad. Gradualmente el egoísmo se elimina, se establece un cierto ascetismo, el otro es aceptado y amado por sí mismo; se integran los elementos de la sexualidad: genitalidad, erotismo, amor y caridad. Aunque no se obtiene siempre el resultado completo, son más numerosos de lo que se piensa, los que se aproximan a la meta a que aspiran.
43. Los educadores cristianos están persuadidos de que la educación sexual sólo se realiza plenamente en el ámbito de la fe. Incorporado por el bautismo a Cristo resucitado, el cristiano sabe que también su cuerpo ha sido vivificado y purificado por el Espíritu que Jesús le comunica.(35) 
La fe en el misterio de Cristo resucitado, que por su Espíritu actúa y prolonga en los fieles el misterio de la pascua, descubre al creyente la vocación a la resurrección de la carne, ya incoada gracias al Espíritu que habita en el justo como prenda y germen de la resurrección total y definitiva.
 44. El desorden provocado por el pecado, presente y operante en el individuo como también en la cultura que caracteriza la sociedad, ejerce una presión fuerte a concebir y vivir la sexualidad en oposición a la ley de Cristo, al compás de lo que San Pablo denominara la ley del pecado.(36) A veces, las estructuras económicas, las leyes estatales, los mass-media, los sistemas de vida de las grandes metrópolis son factores que inciden negativamente sobre el hombre. De todo ello la educación cristiana toma nota e indica orientaciones oportunas para oponerse responsablemente a tales incentivos.
45. Este esfuerzo constante es sostenido y aun hecho posible por la gracia divina mediante la Palabra de Dios recibida con fe, la oración filial y la participación en los sacramentos. Figura en primer término la Eucaristía, comunión con Cristo en el acto mismo de su sacrificio, donde, efectivamente, el creyente encuentra el Pan de vida como «viático» para afrontar y superar los obstáculos de su terreno peregrinar. El sacramento de la Reconciliación, a través de la gracia que le es propia y con la ayuda de la dirección espiritual, no solamente refuerza la capacidad de resistencia al mal, sino que confiere energía para levantarse después de una caída.
Estos sacramentos son ofrecidos y celebrados en la comunidad eclesial. Quien se inscribe vitalmente en el seno de tal comunidad, halla en los sacramentos la fuerza para llevar, en su estado, una vida casta.
46. La oración personal y comunitaria es el medio insustituible para obtener de Dios fidelidad a las promesas del bautismo, resistencia a los impulsos de la naturaleza humana herida por el pecado y equilibrio de las emociones que surgen por influencias negativas del medio ambiente.
El espíritu de oración ayuda a vivir coherentemente la práctica de los valores evangélicos cuales son la lealtad y sinceridad de corazón y la pobreza y humildad, en el esfuerzo diario de trabajo y de interés por el prójimo. La vida interior lleva a la alegría cristiana, siempre victoriosa, más allá de todo moralismo y ayuda psicológica, en la lucha contra el mal.
Del contacto íntimo y frecuente con el Señor todos, y los jóvenes en particular, recaban fuerza y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás.
A nadie debe escapársele la importancia de estas afirmaciones, pues hay muchas personas que, implícita o explícitamente, tienen una actitud pesimista respecto a la capacidad de la naturaleza humana para asumir un compromiso definitivo para toda la vida, especialmente en el matrimonio. La educación cristiana debe reforzar la confianza de los jóvenes de manera que su comprensión y preparación para un compromiso de este género esté acompañada de la certeza de que Dios les ayuda con su Gracia para que puedan llevar a cabo sus designios sobre ellos.
47. La imitación y unión con Cristo, vividos y transmitidos por los santos, son las motivaciones más profundas de nuestra esperanza de realizar el alto ideal de vida casta inalcanzable con las solas fuerzas humanas.
 La Virgen María es ejemplo eminente de vida cristiana. La Iglesia, por secular experiencia, certifica que los fieles, especialmente los jóvenes, que le son devotos, han sabido realizar este sublime ideal.

II. RESPONSABILIDAD EN LA REALIZACIÓN DE LA EDUCACION SEXUAL 
Función de la familia 
48. La educación corresponde, especialmente, a la familia que «es escuela del más rico humanismo».(37) La familia, en efecto, es el mejor ambiente para llenar el deber de asegurar una gradual educación de la vida sexual. Ella cuenta con reservas afectivas capaces de hacer aceptar, sin traumas, aun las realidades más delicadas e integrarlas armónicamente en una personalidad equilibrada y rica.
49. El afecto y la confianza recíproca que se viven en la familia ayudan al desarrollo armónico y equilibrado del niño desde su nacimiento. Para que los lazos afectivos naturales que unen a los padres con los hijos sean positivos en el máximo grado, los padres, sobre la base de un sereno equilibrio sexual, establezcan una relación de confianza y diálogo con sus hijos, siempre adecuada a su edad y desarrollo.
50. Para brindar a los hijos orientaciones eficaces necesarias para resolver los problemas del momento, antes de dar conocimientos teóricos, sean los adultos ejemplo con el propio comportamiento. Los padres cristianos deben tener conciencia de que ese ejemplo constituye la aportación más válida a la educación de sus hijos. Éstos, a su vez, podrán adquirir la certeza de que el ideal cristiano es una realidad vivida en el seno de la propia familia
51. La apertura y la colaboración de los padres con los otros educadores corresponsables de la formación, influirán positivamente en la maduración del joven. La preparación teórica y la experiencia de los padres ayudarán a los hijos a comprender el valor y el papel específicos de la realidad masculina y femenina.
52 La plena realización de la vida conyugal y, en consecuencia, la estabilidad y santidad de la familia dependen de la formación de la conciencia y de los valores asimilados durante todo el proceso formativo de los mismos padres. Los valores morales vividos en familia se transmiten más fácilmente a los hijos.(38) Entre estos valores morales hay que destacar el respeto a la vida desde el seno materno y, en general, el respeto a la persona de cualquier edad y condición. Se debe ayudar a los jóvenes a conocer, apreciar y respetar estos valores fundamentales de la existencia.
Dada la importancia de los mismos para la vida cristiana, e incluso en la perspectiva de una llamada divina de los hijos al sacerdocio o a la vida consagrada, la educación sexual adquiere también una dimensión eclesial.

La comunidad eclesial
53. La Iglesia, madre de los fieles engendrados en la fe por ella en el Bautismo, tiene, confiada por Cristo, una misión educativa que se realiza especialmente a través del anuncio, la plena comunión con Dios y los hermanos y la participación consciente y activa en la liturgia eucarística y en la actividad apostólica.(39) La comunidad eclesial constituye, desde el abrirse a la vida, un ambiente adecuado a la asimilación de la ética cristiana en la que los fieles aprenden a testimoniar la Buena Nueva.
54. Las dificultades que la educación sexual encuentra a menudo en el seno de la familia, requieren una mayor atención por parte de la comunidad cristiana y, en particular de los sacerdotes, para lograr la educación de los bautizados. En este campo están llamados a cooperar con la familia, la escuela católica, la parroquia y otras instituciones eclesiales.
55. Del carácter eclesial de la fe deriva la corresponsabilidad de la comunidad cristiana en ayudar a los bautizados a vivir coherente y conscientemente las obligaciones asumidas en el bautismo. Corresponde a los Obispos dar normas y orientaciones adaptadas a las necesidades de las Iglesias particulares.

Catequesis y educación sexual
56. La catequesis está llamada a ser terreno fecundo para la renovación de toda la comunidad eclesial. Por tanto, para llevar a los fieles a la madurez de la fe, aquélla debe ilustrar los valores positivos de la sexualidad, integrándolos con los de la virginidad y el matrimonio, a la luz del misterio de Cristo y de la Iglesia.
Esta catequesis debería poner de relieve que la primera vocación del cristiano es amar, y que la vocación al amor se realiza por dos caminos diversos: el matrimonio o el celibato por el Reino.(40) «El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo».(41) 
57. Para que las familias tengan la certeza de que la catequesis no se separa en absoluto del Magisterio de la Iglesia, los Pastores deben preocuparse tanto de la elección y preparación del personal responsable cuanto del determinar los contenidos y métodos.
58. Persiste en su pleno valor la norma indicada en el n. 48: en lo que concierne a los aspectos más íntimos, biológicos o afectivos, se debería privilegiar la educación individual, preferiblemente en el ámbito de la familia. 
59. Siendo siempre válido que la catequesis realizada en familia constituye una forma privilegiada, si en algunas circunstancias, los padres no se sienten capacitados para asumir este deber, pueden acudir a otras personas que gocen de su confianza. Una iniciación sabia, prudente y adaptada a la edad y al ambiente, puede evitar traumas a los niños y hacerles más fácil la solución de los problemas sexuales. En todo caso, no bastan lecciones formales; para impartir estas enseñanzas lo mejor es aprovechar las múltiples ocasiones ofrecidas por la vida cotidiana.

Catequesis prematrimonial 
60. Un aspecto fundamental de la preparación de los jóvenes para el matrimonio consiste en darles una visión exacta la ética cristiana respecto a la sexualidad. La catequesis ofrece la ventaja de situarse en la perspectiva inmediata del matrimonio. Pero, para conseguir plenamente el objetivo, esta catequesis debe ser continuada convenientemente de manera que constituya un verdadero y propio catecumenado. Aspira, además, a sostener y robustecer la castidad propia de los novios, a prepararlos para la vida conyugal, vivida cristianamente, y para la misión específica que los esposos tienen en el Pueblo de Dios.
 61. Los futuros esposos deben conocer el significado profundo del matrimonio, entendido como unión de amor para su pleno desarrollo personal y para la procreación. La estabilidad del matrimonio y del amor conyugal exige, como condición indispensable, la castidad y el dominio de sí, la formación del carácter y el espíritu de sacrificio. En vista de las dificultades de la vida matrimonial, agudizadas en las condiciones de nuestro tiempo, la castidad juvenil, en cuanto preparación adecuada para la castidad matrimonial, será de ayuda decisiva para los esposos. Éstos, por otra parte, serán instruidos sobre la ley divina, declarada por el Magisterio eclesiástico, necesaria para la formación de su conciencia.(42)
62. Instruidos sobre el valor y la grandeza del sacramento del matrimonio, que especifica para ellos la gracia y la vocación del bautismo, los esposos cristianos estarán en grado de vivir conscientemente los valores y las obligaciones propias de su vida moral como exigencia y fruto de la gracia y de la acción del Espíritu, ya que «para cumplir dignamente su deber de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial».(43)
 Por otra parte, a fin de vivir su sexualidad y llevar a cabo sus responsabilidades de acuerdo con el designio divino (44) es importante que los esposos tengan conocimiento de los métodos naturales para regular su fertilidad. Como ha dicho Juan Pablo II: «Conviene hacer lo posible para que semejante conocimiento se haga accesible a todos los esposos, y ante todo a las personas jóvenes, mediante una información y una educación clara, oportuna y seria, por parte de parejas, de médicos y de expertos».(45) Hay que hacer notar que la contracepción, de la que actualmente se hace intensa propaganda, contrasta con estos ideales cristianos y estas normas de moralidad en que la Iglesia es maestra. Este hecho hace todavía más urgente la necesidad de que la enseñanza de la Iglesia sobre los medios artificiales de contracepción y los motivos de tales enseñanzas, sean transmitidos a los jóvenes a la edad conveniente para prepararlos a vivir su matrimonio responsablemente, pleno de amor y abierto a la vida.

Orientaciones para los adultos 
63. Una sólida preparación catequística de los adultos, sobre el amor humano, pone las bases para la educación sexual de los niños. Así se asegura la posesión de la madurez humana iluminada por la fe, que será decisiva en el diálogo que los adultos deben establecer con las nuevas generaciones. Además de las indicaciones concernientes a los métodos a usarse, dicha catequesis favorecerá un oportuno cambio de ideas sobre problemas particulares, hará conocer mejor el material a utilizar y permitirá eventuales encuentros con expertos, cuya colaboración podría ser particularmente útil en los casos difíciles.
64. La persona debería encontrar en la sociedad, expresados y vividos, los valores que ejercen un influjo no secundario en el proceso formativo. Será, por tanto, deber de la sociedad civil, en cuanto se trata del bien común,(46) vigilar con el fin de que se asegure un sano ambiente físico y moral en las escuelas y se promuevan las condiciones que respondan a la positiva petición de los padres o cuenten con su libre adhesión. 
65. Es deber del Estado tutelar a los ciudadanos contra las injusticias y desórdenes morales como el abuso de los menores y toda forma de violencia sexual, la degradación de costumbres, la permisividad y la pornografía, y la manipulación de los datos demográficos. 

Responsabilidad en la educación para el uso de los instrumentos de comunicación social
66. En el mundo actual los instrumentos de comunicación social, con su irrupción arrolladora y fuerza de sugestión, ejercen sobre los jóvenes y los menores, en general y sobre todo en el campo de la educación sexual, una continua y condicionarte obra de información y de amaestramiento bastante más incisiva que aquella propia de la familia.
 Juan Pablo II ha indicado la situación en la que vienen a encontrarse los niños frente a los instrumentos de comunicación social: «Fascinados y privados de defensas ante el mundo y ante los adultos, los niños están naturalmente dispuestos a acoger lo que se les ofrece, ya se trate del bien o del mal ... Los niños se sienten atraídos por la «pequeña pantalla» y por la «pantalla grande»: siguen todos los gestos que aparecen en ellas y perciben, antes y mejor que cualquier otra persona, las emociones y sentimientos consiguientes».(47) 
67. Hay que destacar, además, que por la misma evolución tecnológica se hace menos fácil el realizar oportunamente el necesario control. De aquí la urgencia, aun con miras a una recta educación sexual, de que «los destinatarios, sobre todo los jóvenes, procuren acostumbrarse a ser moderados y disciplinados en el uso de estos instrumentos; pongan, además, empeño en entender bien lo oído, visto y leído;  dialoguen con educadores y peritos en la materia y aprendan a formar recto juicio».(48)
68. En defensa de los derechos del niño en este campo, Juan Pablo II estimula la conciencia de todos los cristianos responsables, en particular de los padres y de los operadores de los medios de comunicación social, para que no escondan, bajo pretexto de neutralidad o de respeto por el espontáneo desarrollo del niño, lo que en realidad constituye un comportamiento de preocupante desinterés.(49)
 «Las autoridades civiles tienen peculiares deberes en esta materia en razón del bien común»,(50) el cual exige que un reglamento jurídico de los instrumentos de comunicación social proteja la moralidad pública, en particular el mundo juvenil, especialmente en lo que concierne a revistas, filmes, programas radio-televisivos, exposiciones, espectáculos y publicidad. 

Función de la escuela en relación a la educación sexual
69. Supuesto el deber primario de la familia, cometido propio de la escuela es el de asistir y completar la obra de los padres, proporcionando a los niños y jóvenes una estima de la «sexualidad como valor y función de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios».(51) 
70. El diálogo interpersonal, exigido por la educación sexual, tiende a suscitar en el educando una disposición interior apta para motivar y guiar el comportamiento de la persona.
 Ahora bien, tal actitud está estrechamente conectada con los valores inspirados en la concepción de la vida. La educación sexual no se reduce a simple materia de enseñanza o a sólo conocimientos teóricos; no consiste en un programa a desarrollar progresivamente, sino que tiene un objetivo específico: la maduración afectiva del alumno, el hacerlo llegar a ser dueño de sí y el formarlo para el recto comportamiento en las relaciones sociales. 
71. La escuela puede contribuir a la consecución de este objetivo de diversas maneras. Todas las materias se prestan al desarrollo de los temas relativos a la sexualidad; el profesor lo hará siempre en clave positiva y con gran delicadeza, discerniendo concretamente la oportunidad y el modo.
 La educación sexual individual por su valor prioritario, no puede ser confiada indistintamente a cualquier miembro de la comunidad escolar. En efecto, como se especificará más adelante, además de recto juicio, sentido de responsabilidad, competencia profesional, madurez afectiva y pudor, esta educación exige en el educador una sensibilidad exquisita para iniciar al niño y al adolescente en los problemas del amor y de la vida sin perturbar su desarrollo psicológico. 
72. Aun cuando el educador posea las cualidades necesarias para una educación sexual en grupo, hay que tener en cuenta la situación concreta del grupo mismo. Esto se aplica, sobre todo, en el caso de grupos mixtos que reclaman especiales precauciones. En todo caso, las autoridades responsables deben juzgar con los padres la oportunidad de proceder de este modo. Dada la complejidad del problema, es bueno proporcionar al educando ocasión para coloquios personales en los que se le facilite el pedir los consejos o aclaraciones que, por un instintivo sentido del pudor, no se atrevería a manifestar en públicoSólo una estrecha colaboración entre la escuela y la familia asegura un provechoso cambio de experiencias entre padres y profesores, en bien de los alumnos.(52)
 Corresponde a los Obispos, teniendo en cuenta las legislaciones escolásticas y las circunstancias locales, dar indicaciones sobre la educación sexual en grupos, sobre todo si son mixtos.
73. Puede, tal vez, ocurrir que determinados sucesos de la vida escolar exijan una intervención oportuna. En cuyo caso, las autoridades escolares, coherentes con el principio de colaboración, se pondrán en contacto con los padres interesados para acordar la solución oportuna. 
74. Personas particularmente aptas por su competencia y equilibrio y que gozan de la confianza de los padres, podrán ser invitadas y tener coloquios privados con los alumnos para ayudarlos a desarrollar su maduración afectiva y a dar el justo equilibrio a sus relaciones. Tales intervenciones de orientación personal se imponen en especial en los casos más difíciles, a menos que la gravedad de la situación no haga necesario el recurso al especialista en materia. 
75. La formación y el desarrollo de una personalidad armónica exigen una atmósfera serena, fruto de comprensión, confianza recíproca y colaboración entre los responsables. Esto se logra con el mutuo respeto a la competencia específica de los diversos operadores de la educación, a las respectivas responsabilidades y a la elección de los medios diferenciados a disposición de cada uno. 


 Material didáctico apropiado
76. Facilita la educación sexual correcta, un material didáctico apropiado. Para prepararlo adecuadamente, se requiere la colaboración de especialistas en teología moral y pastoral, de catequistas y de pedagogos y psicólogos católicos. Póngase particular atención al material destinado al uso inmediato de los alumnos. Ciertos textos escolares sobre la sexualidad, por su carácter naturalista, resultan nocivos al niño y al adolescente.
 Aún más nocivo es el material gráfico y audiovisual, cuando presenta crudamente realidades sexuales para las que el alumno no está preparado y así le proporciona impresiones traumáticas o suscita en él malsanas curiosidades que lo inducen al mal. Los educadores piensen seriamente en los graves daños que una irresponsable actitud en materia tan delicada puede causar a los alumnos. 

Grupos juveniles 
77. Existe en la educación un factor no despreciable que se asocia a la acción de la familia y de la escuela y, a menudo, tiene una influencia aún mayor en la formación de la persona: son los grupos juveniles que se constituyen en las actividades del tiempo libre y que ocupan intensamente la vida del adolescente y del joven. Las ciencias humanas consideran los 'grupos' como una condición positiva para la formación, porque no es posible la maduración de la personalidad sin eficaces relaciones interpersonales.

III. CONDICIONES Y MODALIDAD DE LA EDUCACIÓN SEXUAL 
78. La complejidad y delicadeza de esta tarea requiere esmerada preparación de los educadores, cualidades específicas para esta acción educativa y particular atención a objetivos precisos. 

Preparación para los educadores
79. La personalidad madura de los educadores, su preparación y equilibrio psíquico influyen fuertemente sobre los educandos. Una exacta y completa visión del significado y del valor de la sexualidad y una serena integración de la misma en la propia personalidad son indispensables a los educadores para una constructiva acción educativa. Su capacitación no es tanto fruto de conocimientos teóricos como resultado de su madurez afectiva, lo cual no dispensa de la adquisición de conocimientos científicos adaptados a su tarea educativa, particularmente ardua en nuestros días. Los encuentros con las familias podrán ser de gran ayuda. 
80. Las disposiciones que deben caracterizar al educador son el resultado de una formación general, fundada en una concepción positiva y constructiva de la vida, y en el esfuerzo constante por realizarla. Una tal formación rebasa la necesaria preparación profesional y penetra los aspectos más íntimos de la personalidad, incluso el religioso y espiritual. Este último, garantiza el recurso tanto a los principios cristianos como a los medios sobrenaturales que deben sostener las intervenciones educativas. 
81. El educador que desarrolla su tarea fuera del ambiente familiar, necesita una preparación psico-pedagógica adaptada y seria, que le permita captar situaciones particulares que requieren una especial solicitud. Así, estará en disposición de aconsejar aun a los mismos padres, sobre todo cuando el muchacho o la muchacha necesitan un psicólogo. 
82. Entre los sujetos normales y los casos patológicos, existe toda una gama de individuos con problemas, más o menos agudos y persistentes amenazados de escasa atención pese a su gran necesidad de ayuda. En estos casos, más que una terapia a nivel médico, se requiere una constante obra de apoyo y guía por parte de los educadores. Cualidades de los métodos educativos 
83. Se impone un conocimiento claro de la situación, porque el método utilizado no sólo condiciona grandemente el resultado de esta delicada educación, sino también la colaboración entre los diversos responsables. En realidad las críticas en curso, ordinariamente, se refieren más a los métodos usados por algunos educadores que al hecho de su intervención. Estos métodos deben tener determinadas cualidades, relativas unas al sujeto y a los educadores mismos y otras a la finalidad que tal educación se propone. 

Exigencias del sujeto e intervención educativa 
84. La educación afectivo-sexual, estando más condicionada que otras por el grado de desarrollo físico y psicológico del educando, debe ser siempre adaptada al individuo. En ciertos casos, es necesario prevenir al sujeto preparándolo para situaciones particularmente difíciles, cuando se prevé que deberá afrontarlas, o avisándole acerca de peligros inminentes o constantes.
85. Sin embargo, es preciso respetar el carácter progresivo de esta educación. Se debe intervenir gradualmente prestando atención a los momentos del desarrollo físico y psicológico que requieren una preparación más cuidadosa y un tiempo de maduración prolongado. Es necesario asegurarse de que el educando ha asimilado los valores, los conocimientos y las motivaciones que le han sido propuestos o los cambios y evoluciones que ha podido observar en sí mismo y de los que el educador indica oportunamente las causas, las relaciones y la finalidad. Cualidad de las intervenciones educativas 
86. Una válida contribución al desarrollo armónico y equilibrado de los jóvenes impone a los educadores regular sus intervenciones de acuerdo al particular papel que desempeñan. El sujeto no percibe ni acepta de la misma manera de parte de los diversos educadores las informaciones y motivaciones que le son dadas, porque afectan de modo diverso su intimidad. Objetividad y prudencia deben caracterizar tales intervenciones. 
87. La información progresiva requiere una explicación incompleta, pero siempre ajustada a la verdad. Han de evitarse explicaciones deformadas por reticencias o falta de franqueza. Sin embargo, la prudencia exige al educador no sólo una oportuna adaptación del argumento a las expectativas del sujeto, sino también la elección del lenguaje, del modo y del tiempo en el que intervenir; exige también que se tenga en cuenta el pudor del niño. El educador recuerde, además, la influencia de los padres: su preocupación por esta dimensión de la educación, el carácter particular de la educación familiar, su concepción de la vida y el grado de apertura a los otros ambientes educativos.
88. Se debe insistir, sobre todo, en los valores humanos y cristianos de la sexualidad para procurar su aprecio y para suscitar el deseo de proyectarlos en la vida personal y en las relaciones con los demás. Sin desconocer las dificultades que el desarrollo sexual supone, pero sin obsesionarse con ello, el educador tenga confianza en la acción educativa: ésta puede contar con la resonancia que los verdaderos valores encuentran en los jóvenes, cuando son presentados con convicción y confirmados por el testimonio de vida. 
89. Dada la importancia de la educación sexual en la formación integral de la persona, los educadores, habida cuenta de los varios aspectos de la sexualidad y de su incidencia sobre la personalidad global, se esfuercen, especialmente, por no separar los conocimientos de los valores correspondientes que dan un sentido y una orientación a las informaciones biológicas, psicológicas y sociales. Por tanto, cuando presenten las normas morales, es necesario que muestren su respaldo y los valores que involucran.

Educación para el pudor y la amistad
90. El pudor, elemento fundamental de la personalidad, se puede considerar —en el plano educativo— como la conciencia vigilante en defensa de la dignidad del hombre y del amor auténtico. Tiende a reaccionar ante ciertas actitudes y a frenar comportamientos que ensombrecen la dignidad de la persona. Es un medio necesario y eficaz para dominar los instintos, hacer florecer el amor verdadero e integrar la vida afectivo-sexual en el marco armonioso de la persona. El pudor entraña grandes posibilidades pedagógicas. y merece por tanto, ser valorizado. Niños y jóvenes aprenderán así a respetar el propio cuerpo como don de Dios, miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo; aprenderán a resistir al mal que les rodea, a tener una mirada y una imaginación limpias y a buscar el manifestar en el encuentro afectivo con los demás un amor verdaderamente humano con todos sus elementos espirituales. 
91. Con este fin se les presenten modelos concretos y atrayentes de virtud, se les desarrolle el sentido estético, despertándoles el gusto por la belleza presente en la naturaleza, en el arte y en la vida moral; se eduque a los jóvenes para asimilar un sistema de valores, sensibles y espirituales, en un despliegue desinteresado de fe y de amor. 
92. La amistad es el vértice de la maduración afectiva y se diferencia de la simple camaradería por su dimensión interior, por una comunicación que permite y favorece la verdadera comunión, por la recíproca generosidad y la estabilidad. La educación para la amistad puede llegar a ser un factor de extraordinaria importancia para la construcción de la personalidad en su dimensión individual y social.
93. Los vínculos de amistad que unen a los jóvenes de distinto sexo, contribuyen a la comprensión y a la estima reciproca, siempre que se mantengan en los limites de normales expresiones afectivas. Si en cambio, se convierten o tienden a convertirse en manifestaciones de tipo genital, esos vínculos pierden el auténtico significado de amistad madura, perjudicando los aspectos relacionales de ese momento y las perspectivas de un posible matrimonio futuro, y restando atención a una eventual vocación a la vida consagrada. 

IV. ALGUNOS PROBLEMAS PARTICULARES 
El educador podrá encontrarse, en el ejercicio de su misión, delante de algunos problemas particulares sobre los que, ahora, se juzga oportuno detenerse. 
94. La educación sexual debe conducir a los jóvenes a tomar conciencia de las diversas expresiones y de los dinamismos de la sexualidad, así como de los valores humanos que deben se respetados. El verdadero amor es capacidad de abrirse al prójimo en ayuda generosa, es dedicación al otro para su bien; sabe respetar su personalidad y libertad; no es egoísta, no se busca a sí mismo en el prójimo,(53) es oblativo, no posesivo. El instinto sexual, en cambio, si abandonado a sí mismo, se reduce a genitalidad y tiende a adueñarse del otro, buscando inmediatamente una satisfacción personal. 
95. Las relaciones íntimas deben llevarse a cabo sólo dentro del matrimonio, porque únicamente en él se verifica la conexión inseparable, querida por Dios, entre el significado unitivo y el procreativo de tales relaciones, dirigidas a mantener, confirmar y manifestar una definitiva comunión de vida —«una sola carne»— (54) mediante la realización de un amor «humano», «total», «fiel y exclusivo» y «fecundo»,(55) cual el amor conyugal. Por esto las relaciones sexuales fuera del contexto matrimonial, constituyen un desorden grave, porque son expresiones de una realidad que no existe todavía;(56) son un lenguaje que no encuentra correspondencia objetiva en la vida de las dos personas, aún no constituidas en comunidad definitiva con el necesario reconocimiento y garantía de la sociedad civil y, para los cónyuges católicos, también religiosa.
96. Se van difundiendo, cada vez más, entre los adolescentes y jóvenes ciertas manifestaciones de tipo sexual que de suyo disponen a la relación completa, aunque sin llegar a ella. Estas manifestaciones genitales son un desorden moral porque se dan fuera de un contexto matrimonial. 
97. La educación sexual ayudará a los adolescentes a descubrir los valores profundos del amor y a comprender el daño que tales manifestaciones producen a su maduración afectiva, en cuanto conducen a un encuentro no personal, sino instintivo, con frecuencia desvirtuado por reservas y cálculos egoístas, y desprovisto del carácter de una verdadera relación personal y mucho menos definitiva. Una auténtica educación conducirá a los jóvenes hacia la madurez y el dominio de sí, frutos de una elección consciente y de un esfuerzo personal. 
98. Es objetivo de una auténtica educación sexual favorecer un progreso continuo en el control de los impulsos, para abrirse a su tiempo a un amor verdadero y oblativo. Un problema particularmente complejo y delicado que puede presentarse, es el de la masturbación y sus repercusiones en el crecimiento integral de la persona. La masturbación, según la doctrina católica, es un grave desorden moral,(57) principalmente porque es usar de la facultad sexual de una manera que contradice esencialmente su finalidad, por no estar al servicio del amor y de la vida según el designio de Dios.(58) 
99. Un educador y consejero perspicaz debe esforzarse por individuar las causas de la desviación, para ayudar al adolescente a superar la inmadurez que supone este hábito. Desde el punto de vista educativo, es necesario tener presente que la masturbación y otras formas de autoerotismo, son síntomas de problemas mucho más profundos los cuales provocan una tensión sexual que el sujeto busca superar recurriendo a tal comportamiento. Este hecho requiere que la acción pedagógica sea orientada más hacia las causas que hacia la represión directa del fenómeno.(59) Aun teniendo en cuenta la gravedad objetiva de la masturbación se requiere gran cautela para evaluar la responsabilidad subjetiva de la persona.(60) 
100. Para ayudar al adolescente a sentirse acogido en una comunión de caridad y liberado de su cerrazón en sí mismo, el educador «debe despojar de todo dramatismo el hecho de la masturbación y no disminuir el aprecio y benevolencia al sujeto»;(61) debe ayudarlo a integrarse socialmente, a abrirse e interesarse por los demás, para poder liberarse de esta forma de autoerotismo, orientándose hacia el amor oblativo, propio de una afectividad madura; al mismo tiempo lo animará a recurrir a los medios recomendados por la ascesis cristiana, como la oración y los sacramentos, y a ocuparse en obras de justicia y caridad. 
101. La homosexualidad que impide a la persona el llegar a su madurez sexual, tanto desde el punto de vista individual como interpersonal, es un problema que debe ser asumido por el sujeto y el educador, cuando se presente el caso, con toda objetividad.
«Esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos, por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable».(62) 
102. Será función de la familia y del educador buscar, sobre todo, el individuar los factores que impulsan hacia la homosexualidad, ver si se trata de factores fisiológicos o psicológicos, si es el resultado de una falsa educación o de la falta de una evolución sexual normal, si proviene de hábitos contraídos o de malos ejemplos (63) o de otros factores. En concreto, al buscar las causas de este desorden, la familia y el educador tendrán en cuenta primeramente los elementos de juicio propuestos por el Magisterio y se servirán de la contribución que diversas disciplinas pueden ofrecer. Después se analizarán diferentes elementos: falta de afecto, inmadurez, impulsos obsesivos, seducción, aislamiento social, la depravación de costumbres y lo licencioso de los espectáculos y las publicaciones. Tendrán presente que en lo profundo del hombre yace su innata debilidad, consecuencia del pecado original, que puede desembocar en pérdida del sentido de Dios y del hombre y tener sus repercusiones en la esfera de la sexualidad. (64) 
103. Individuadas y comprendidas las causas, la familia y el educador ofrecerán una ayuda eficaz al proceso de crecimiento integral: acogiendo con comprensión; creando un clima de confianza; animando a la liberación y progreso en el dominio de sí; promoviendo un auténtico esfuerzo moral de conversión hacia el amor de Dios y del prójimo; sugiriendo —si fuera necesario— la asistencia médico-psicológica de una persona atenta y respetuosa a las enseñanzas de la Iglesia. 
104. Una sociedad permisiva que no ofrece valores sobre los que fundamentar la vida, favorece evasiones alienantes a las que son sensibles, en modo particular, los jóvenes. Su carga de idealismo choca con la dureza de la vida originando una tensión que puede provocar, a causa de la debilidad de la voluntad, una demoledora evasión en la droga. 
Este es un problema que se agrava cada vez más y que toma aspectos dramáticos para el educador. Algunas substancias psicotrópicas aumentan la sensibilidad para el placer sexual y, en general, disminuyen la capacidad de autocontrol y, por tanto, de defensa. El abuso prolongado de la droga lleva a la destrucción física y psíquica. Droga, autonomía mal entendida y desorden sexual se encuentran a menudo juntos. La situación psicológica y el contexto humano de aislamiento, abandono y rebelión, en que viven los drogados, crean condiciones tales que llevan fácilmente a abusos sexuales.
105. La intervención reeducativa, que exige una profunda transformación interna y externa del individuo, es fatigosa y larga porque debe ayudar a reconstruir la personalidad y sus relaciones con el mundo de las personas y de los vares. Más eficaz es la acción preventiva. Ésta procura evitar las carencias afectivas profundas. El amor y la atención educan en el valor; la dignidad y el respeto a la vida, al cuerpo, al sexo y a la salud. La comunidad civil y cristiana debe saber acoger oportunamente a los jóvenes abandonados, marginados, solos o inseguros, ayudándolos a inserirse en el estudio y en el trabajo, a ocupar el tiempo libre ofreciéndoles lugares sanos de encuentro, de alegría, de ocupaciones interesantes y proporcionándoles ocasiones para nuevas relaciones afectivas y de solidaridad. 
En especial el deporte, al servicio del hombre, posee un gran valor educativo no sólo como disciplina corporal, sino también como ocasión de sana distensión en la que el sujeto se ejercita en renunciar a su egoísmo y a competir con los otros. Sólo una libertad auténtica, educada, ayudada y promovida, defiende de la búsqueda de la libertad ilusoria de la droga y del sexo.

CONCLUSIÓN 
106. De estas reflexiones se puede concluir que, en la actual situación socio-cultural es urgente dar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes una positiva y gradual educación afectivo-sexual, ateniéndose a las disposiciones conciliares. El silencio no es una norma absoluta de conducta en esta materia, sobre todo cuando se piensa en los numerosos «persuasores ocultos» que usan un lenguaje insinuante. Su influjo hoy es innegable, por tanto, corresponde a los padres vigilar no sólo para reparar los daños causados por intervenciones inoportunas y nocivas, sino, especialmente, para prevenir a sus hijos ofreciéndoles una educación positiva y convincente. 
107. La defensa de los derechos fundamentales del niño y del adolescente para el desarrollo armónico y completo de la personalidad conforme a la dignidad de hijos de Dios, corresponde en primer lugar a los padres. La maduración personal exige, en efecto, una continuidad en el proceso educativo protegido por el amor y la confianza propias del ambiente familiar. 
108. En el cumplimiento de su misión la Iglesia tiene el deber y el derecho de atender a la educación moral de los bautizados. La intervención de la escuela en toda la educación, y particularmente en esta materia tan delicada, debe llevarse a cabo de acuerdo con la familia. Esto supone en los educadores, y en aquellos que intervienen por deber explícito o implícito, un criterio recto acerca de la finalidad de su intervención y la preparación adecuada para poder exponer este tema con delicadeza y en un clima de serena confianza. 
109. Para que la información y la educación afectivo-sexual sean eficaces, deben efectuarse con oportuna prudencia, con expresiones adecuadas y preferiblemente en forma individual. El éxito de esta educación dependerá, en gran parte, de la visión humana y cristiana con que el educador presentará los valores de la vida y del amor. 
110. El educador cristiano, sea padre o madre de familia, profesor o de alguna forma responsable, puede, hoy sobre todo, sentir la tentación de remitir a otros un deber que exige tanta delicadeza, criterio, paciencia y esfuerzo y que requiere también mucha generosidad y empeño por parte del educando. Por tanto, es necesario, al terminar este documento, reafirmar que este aspecto de la acción educativa es, sobre todo para un cristiano, obra de fe y de confiado recurso a la gracia: todo aspecto de la educación sexual se inspira en la fe y saca de ella y de la gracia la fuerza indispensable. La carta de S. Pablo a los Gálatas incluye el dominio de sí y la templanza en el ámbito de cuanto el Espíritu, y sólo Él, puede realizar en el creyente. Es Dios el que da la luz, es Dios el que comunica la energía suficiente.(65)
 111. La Congregación para la Educación Católica confía que las Conferencias Episcopales promuevan la unión de los padres, las comunidades cristianas y los educadores con miras a la acción convergente en un sector tan importante para el futuro de los jóvenes y el bien de la sociedad. Invita a asumir esta tarea educativa con recíproca confianza y gran respeto de los derechos y competencias específicas para lograr una completa formación cristiana.

Roma, 1 de noviembre de 1983, fiesta de Todos los Santos. 
WILLIAM Card. BAUM Prefecto 
Antonio M. Javierre, Secretario Arzobispo ti
Notas 
(1) Conc. Ec. Vat. II: Decl. Gravissimum educationis, n. 1. (2) Ibid. (3) S. Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaración acerca de algunas cuestiones de ética sexual, Persona humana, 29 diciembre 1975, AAS 68 (1976) p. 77, n. 1. (4) Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris consortio, 22 noviembre 1981, AAS 74. (1982) p. 128, n. 37; cf. infra n. 16. (5) Pío XI en su Encíclica Divini illius Magistri, del 31 diciembre 1929, declaraba errónea la educación sexual tal y como se hacía en su tiempo, es decir una información naturalista, impartida precoz e indiscriminadamente, (AAS 22 (1930) pp. 49-86). Con esta misma visión se debe leer el Decreto del S. Oficio del 31 de marzo de 1931, (AAS 23 (1931) pp. 118-119). Sin embargo, Pío XI consideraba la posibilidad de una educación sexual positiva, individual «por parte de aquellos que han recibido de Dios la misión educativa y la gracia de estado», (AAS 22 (1930) p. 71). Este valor positivo de la educación sexual, señalado por Pío XI, ha sido gradualmente desarrollado por los sucesivos Pontífices. Pío XII, en el discurso al V Congreso Internacional de Psicoterapia y Psicología clínica del 13 de abril de 1953 (AAS 45 (1953) pp. 278-286) y en la Alocución a las Mujeres de Acción Católica italiana del 26 de octubre de 1941 (AAS 33 (1941) pp. 450-458) concreta cómo debe realizarse la educación sexual en familia. Cf. también Pío XII a los Carmelitas: AAS 43 (1951) pp. 734-738; a los padres de familia franceses; AAS 43 (1951) pp. 730-734) . El Magisterio de Pío XII prepara el camino para la declaración conciliar Gravissimum educationis. (6) Cf. Gravissimum educationis, n. 1. (7) Ibid. (8) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Cons. Gaudium et spes, n. 49. (9) Cf. Gravissimum educationis, n. 5. (10) Ibid; n. 3; cf. Gaudium et spes, n. 52. (11) Familiaris consortio, n. 37. (12) Ibid. (13) Ibid. (14) Familiaris consortio, n. 37. (15) Ibid.


(16) Gaudium et spes, n. 11. (17) Juan Pablo II: Audiencia general 14 noviembre 1979, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1979, II-2, p. 1156, n. 4. (18) Juan Pablo II: Audiencia general 9 enero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III- I, p. 90, n. 4. (19) Juan Pablo II: Audiencia general 20 febrero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 430, n. 4. (20) Juan Pablo II: Audiencia general: 9 enero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 90, n. 4. (21) Ibid.: «Precisamente atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en la dimensión del don recíproco, cuya expresión —que por esto mismo es expresión de su existencia como persona— es el cuerpo humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad. El cuerpo que expresa la feminidad «para» la masculinidad, y viceversa, la masculinidad «para» la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal». (22) Cf. Juan Pablo II: Audiencia general 26 marzo 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, pp. 737-741. (23) Cf. Gaudium et spes, n. 49. (24) Ibid., n. 12. (25) Ibid., donde se comenta el sentido social de Gen, 1, 27. (26) Ibid., nn. 47-52. (27) Juan Pablo II: Audiencia general 20 febrero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 429, n. 2. (28) Gaudium et spes, n. 22. (29) Ef 4, 13. (30) Cf. Mt. 19,3-12. (31) Cf. 1 Cor. 7,32-34. (32) Ibid., 13,4-8; cf. Familiaris consortio, n. 16. (33) Cf. Conc. Vat. II: Cons. Lumen gentium, n. 39. (34) S. Congregación para la Educación Católica: Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 11 abril 1974, n. 22. (35) Cf. 1 Cor. 6, 15. 19-20. (36) Cf. Rom. 7, 18-23. (37) Gaudium et spes, n. 52, cf. Familiaris consortio, n. 37. (38) Cf. Familiaris consortio, n. 37. (39) Cf Gravissimum educationis, nn. 3-4; cf. Pío XI, Divini illius Magistri, I. c., pp. 53ss., 56ss. (40) Cf. Familiaris consortio, n. 11. (41) Familiaris consortio, n. 16. (42) Cf. Pablo VI, Enc. Humanae vitae, 25 julio1968, AAS 60 (1968) p. 493ss., n. 17ss. (43) Gaudium et spes, n. 48. (44) Cf Humanae vitae, n. 10. (45) Familiaris consortio, n. 33. Respecto a la actual propaganda contraceptiva tan ampliamente difundida, cf. Humanae vitae, nn. 14-17. (46) Cf. Gaudium et spes, n. 26; cf. Humanae vitae, n. 23. (47) Juan Pablo II, Mensaje para la XIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 23 mayo 1979, AAS 71 (1979-II) p. 930. (48) Conc. Ec. Vat. II: Decr. Inter mirifica, n. 10; cf. Comisión Pontificia para las Comunicaciones Sociales: Inst. past. Communio et progressio, AAS 63 (1971) p. 619, n. 68. (49) Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XIII Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales, 23 mayo 1979, AAS 71 (1979-II) pp. 930-933. (50) Inter mirifica, n. 12. (51) Familiaris consortio, n. 32. (52) Cf. supra n. 58. (53) Cf. 1 Cor. 13,5. (54) Mt. 19,5. (55) Humanae vitae, AAS 60 (1968) p. 486, n. 9. (56) Cf. Persona humana, n. 7. (57) Ibid., n. 9. (58) Ibid. (59) Ibid. (60) Ibid. pp. 85-87, n. 9. (61) Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, n. 63. (62) Persona humana, n. 8. (63) Cf. Ibid. (64) Cf. Rom. 1,26-28; Cf., por analogía, Persona humana, n. 9. (65) Cf. Gál. 5, 22-24





SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA
ORIENTACIONES EDUCATIVAS SOBRE EL AMOR HUMANO
 Pautas de educación sexual
Documento disponible en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccathe duc_doc_19831101_sexual-education_sp.html
INTRODUCCIÓN
1. El desarrollo armónico de la personalidad humana revela progresivamente en el hombre la imagen de hijo de Dios. «La verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último».(1) Tratando de la educación cristiana, el Concilio Vaticano II ha señalado la necesidad de ofrecer «una positiva y prudente educación sexual» a los niños y a los jóvenes.(2) 
La Congregación para la Educación Católica, dentro del ámbito de su competencia, considera un deber contribuir a la aplicación de la Declaración Conciliar, así como lo vienen haciendo las Conferencias Episcopales en sus demarcaciones respectivas.
2. Este documento, elaborado con la ayuda de expertos en problemas educativos, y sometido a una vasta consulta, se propone un objetivo concreto: examinar el aspecto pedagógico de la educación indicando orientaciones oportunas para la formación integral del cristiano, según la vocación de cada uno.
Aunque no se descienda en cada ocasión a la cita explícita, se presuponen siempre los principios doctrinales y las normas morales correspondientes, según el Magisterio. 
3. La Congregación es muy consciente de las diferencias culturales y sociales existentes en los diversos países. Por tanto, estas orientaciones deberán ser adaptadas por los respectivos episcopados a las necesidades propias de cada Iglesia local.

 Significado de la sexualidad

4. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso educativo: «A la verdad en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad»(3).
5. La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones. Esta diversidad, aneja a la complementariedad de los dos sexos, responde cumplidamente al diseño de Dios en la vocación enderezada a cada uno. 
 La genitalidad, orientada a la procreación, es la expresión máxima, en el plano físico, de la comunión de amor de los cónyuges. Arrancada de este contexto de don recíproco — realidad que el cristiano vive sostenido y enriquecido de una manera muy especial, por la gracia de Dios— la genitalidad pierde su significado, cede al egoísmo individual y pasa a ser un desorden moral.(4)
6. La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere verdadera calidad humana. En el cuadro del desarrollo biológico y psíquico, crece armónicamente y sólo se realiza en sentido pleno con la conquista de la madurez afectiva que se manifiesta en el amor desinteresado y en la total donación de sí. 

Situación actual

7. Se pueden observar actualmente, aun entre cristianos, notables divergencias respecto a la educación sexual. En el clima presente de desorientación moral amaga el peligro tanto del conformismo que acarrea no leves daños, como del prejuicio que falsea la íntima naturaleza del ser humano salida íntegra de las manos del Creador.
8. Reactivo necesario frente a tal situación, es para muchos una oportuna educación sexual. Conviene observar que si bien la necesidad es una convicción ampliamente difundida en teoría, en la práctica persisten incertidumbres y divergencias notables sea respecto a las personas e instituciones que deberían asumir la responsabilidad educativa, sea en relación al contenido y metodología.
9. Los educadores y los padres reconocen con frecuencia no estar suficientemente preparados para llevar a cabo una adecuada educación sexual. La escuela no siempre está capacitada para ofrecer una visión integral del tema; la cual quedaría incompleta con la sola información científica.
10. Particulares dificultades se encuentran en países donde la urgencia del problema no se advierte o se piensa, tal vez, que pueda resolverse por sí mismo, al margen de una educación específica.
11. En general, es necesario reconocer que se trata de una empresa difícil por la complejidad de los diversos elementos (fisiológicos, psicológicos, pedagógicos, socioculturales, jurídicos, morales y religiosos) que intervienen en la acción educativa.
12. Algunos organismos católicos, en diversas partes, —con la aprobación y el estímulo del Episcopado local— han comenzado a desarrollar una positiva tarea de educación sexual, dirigida no sólo a ayudar a los niños y adolescentes en el camino hacia la madurez psicológica y espiritual, sino también, y sobre todo, a prevenirlos contra los peligros provenientes de la ignorancia y degradación ambientales. 
13. Es también laudable el esfuerzo de cuantos, con seriedad científica, estudian el problema, a partir de las ciencias humanas integrando los resultados de tales  investigaciones en un proyecto conforme a las exigencias de la dignidad humana, como aparece en el Evangelio.

Declaraciones del Magisterio

14. Las declaraciones del Magisterio sobre educación sexual reflejan un progreso que responde a las justas exigencias de la historia en plena fidelidad a la tradición.(5)
El Concilio Vaticano II en la «Declaración sobre la Educación cristiana» presenta la perspectiva correspondiente a la educación sexual (6) tras afirmar el derecho de la juventud a recibir una educación adecuada a las exigencias personales.
El Concilio concreta: «Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en el recto y laborioso desarrollo de la vida, y en la consecución de la verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual».(7)
15. La Constitución Pastoral «Gaudium et spes», a propósito de la dignidad del matrimonio y de la familia, presenta esta última como el lugar preferente para la formación de los jóvenes en la castidad.(8) Pero siendo ésta un aspecto de la educación integral, exige la cooperación de los educadores con los padres en el cumplimiento de su misión.(9) Esta educación, en definitiva, se debe ofrecer a los niños y jóvenes en el ámbito de la familia(10) y darla de manera gradual, mirando siempre a la formación integral de la persona
16. En la Exhortación apostólica sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual, Juan Pablo II reserva un puesto destacado a la educación sexual como un valor de la persona. «La educación para el amor como don de sí mismo, dice el Santo Padre, constituye también la premisa indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que "banaliza" en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona — cuerpo, sentimiento y espíritu— y manifiesta su significado intimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor».(11)
17. El Papa, inmediatamente después, hace a la escuela responsable de esta educación al servicio y en sintonía con los padres. «La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiariedad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres».(12) 
18. Para que el valor de la sexualidad alcance su plena realización, «es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla la auténtica  madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el "significado esponsal" del cuerpo».(13) La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. Fruto de la gracia de Dios y de nuestra colaboración, la castidad tiende a armonizar los diversos elementos que componen la persona y a superar la debilidad de la naturaleza humana, marcada por el pecado, para que cada uno pueda seguir la vocación a la que Dios lo llame.
En el esfuerzo por conseguir una completa educación para la castidad, «los padres cristianos reservarán una atención y cuidado especial —discerniendo los signos de la llamada de Dios— a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo que constituye el sentido genuino de la sexualidad humana».(14) 
19. En la enseñanza de Juan Pablo II, la consideración positiva de los valores que se deben descubrir y apreciar, antecede a la norma que no se debe violar. Ésta, sin embargo, interpreta y formula los valores a que el hombre debe tender. «Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana. Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido, el cual no seria más que una introducción a la experiencia del placer y un estimulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la inocencia».(15) 
20. Este documento, por tanto, partiendo de la visión cristiana del hombre y anclado en los principios enunciados recientemente por el Magisterio, desea ofrecer a los educadores algunas orientaciones fundamentales sobre la educación sexual y las condiciones y modalidades a tener presentes en el plano operativo. 

I. ALGUNOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

21. Toda educación se inspira en una determinada concepción del hombre. La educación cristiana aspira a conseguir la realización del hombre a través del desarrollo de todo su ser, espíritu encarnado, y de los dones de naturaleza y gracia de que ha sido enriquecido por Dios. Está enraizada en la fe que «todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre».(16)

Concepción cristiana de la sexualidad. 

22. La visión cristiana del hombre, reconoce al cuerpo una particular función, puesto que contribuye a revelar el sentido de la vida y de la vocación humana. La corporeidad es, en efecto, el modo específico de existir y de obrar del espfritu humano. Este significado es ante todo de naturaleza antropológica: «el cuerpo revela el hombre»,(17) «expresa la persona»(18) y por eso es el primer mensaje de Dios al hombre mismo, casi una especie de «sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible, el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad».(19)
23. Hay un segundo significado de naturaleza teologal: el cuerpo contribuye a revelar a Dios y su amor creador, en cuanto manifiesta la creaturalidad del hombre, su dependencia de un don fundamental que es don del amor. «Esto es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar».(20)
24. El cuerpo, en cuanto sexuado, manifiesta la vocación del hombre a la reciprocidad, esto es, al amor y al mutuo don de sí.(21) El cuerpo, en fin, llama al hombre y a la mujer a su constitutiva vocación a la fecundidad, como uno de los significados fundamentales de su ser sexuado.(22)
 25. La distinción sexual, que aparece como una determinación del ser humano, supone diferencia, pero en igualdad de naturaleza y dignidad.(23)
 La persona humana, por su íntima naturaleza, exige una relación de alteridad que implica una reciprocidad de amor.(24) Los sexos son complementarios: iguales y distintos al mismo tiempo; no idénticos, pero sí iguales en dignidad personal; son semejantes para entenderse, diferentes para completarse recíprocamente.
26. El hombre y la mujer constituyen dos modos de realizar, por parte de la criatura humana, una determinada participación del Ser divino: han sido creados «a imagen y semejanza de Dios» y llenan esa vocación no sólo como personas individuales, sino asociados en pareja, como comunidad de amor.(25) Orientados a la unión y a la fecundidad, el marido y la esposa participan del amor creador de Dios, viviendo a través del otro la comunión con El.(26)
27. La presencia del pecado, que obscurece la inocencia original del hombre, dificulta la percepción de estos mensajes; su interpretación se ha convertido así en quehacer ético, objeto de una ardua tarea confiada al hombre: «El hombre y la mujer después del pecado original perderán la inocencia originaria. El descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia. Sin embargo, este significado permanecerá como una prenda dada al hombre por el «ethos» del don, inscrito en lo profundo del corazón humano, como eco lejano de la inocencia originaria».(27) 
En presencia de esta capacidad del cuerpo de ser al mismo tiempo signo e instrumento de vocación ética cabe descubrir una analogía entre el cuerpo mismo y la economía sacramental, que es el camino concreto a través del cual alcanza el hombre la gracia y la salvación.
28. Dada la inclinación del hombre «histórico» a reducir la sexualidad a la sola experiencia genital, se explican las reacciones tendentes a desvalorizar el sexo, como si por naturaleza fuese indigno del hombre. Las presentes orientaciones pretenden oponerse a tal desvalorización.
29. «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado»(28) y la existencia humana adquiere su significado pleno en la vocación a la vida divina. Sólo siguiendo a Cristo, responde el hombre a esta vocación y se afirma plenamente tal creciendo hasta llegar a ser «hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo».(29)
30. A la luz del misterio de Cristo, la sexualidad aparece como una vocación a realizar el amor que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los redimidos. Jesucristo ha sublimado tal vocación con el Sacramento del matrimonio.
31. Jesús ha indicado, por otra parte, con el ejemplo y la palabra, la vocación a la virginidad por el reino de los cielos.(30) La virginidad es vocación al amor: hace que el corazón esté más libre para amar a Dios.(31) Exento de los deberes propios del amor conyugal, el corazón virgen puede sentirse, por tanto, más disponible para el amor gratuito hacia los hermanos.
En consecuencia, la virginidad por el reino de los cielos, expresa mejor la donación de Cristo al Padre por los hermanos y prefigura con mayor exactitud la realidad de la vida eterna, que será esencialmente caridad.(32)
La virginidad implica, ciertamente, renuncia a la forma de amor típica del matrimonio, pero asume a nivel más profundo el dinamismo, inherente a la sexualidad, de apertura oblativa a los otros, potenciado y transfigurado por la presencia del Espíritu el cual enseña a amar al Padre y a los hermanos como el Señor Jesús.
32. En síntesis, la sexualidad está llamada a expresar valores diversos a los que corresponden exigencias morales específicas; orientada hacia el diálogo interpersonal, contribuye a la maduración integral del hombre abriéndolo al don de sí en el amor; vinculada, por otra parte, en el orden de la creación, a la fecundidad y a la transmisión de la vida, está llamada a ser fiel también, a esta finalidad suya interna. Amor y fecundidad son, por tanto, significados y valores de la sexualidad que se incluyen y reclaman mutuamente y no pueden, en consecuencia, ser considerados ni alternativos ni opuestos.
33. La vida afectiva, propia de cada sexo, se manifiesta de modo característico en los diversos estados de vida: la unión de los cónyuges, el celibato consagrado elegido por el Reino, la condición del cristiano que no ha llegado al momento de su compromiso matrimonial o porque es todavía célibe o porque ha elegido permanecer tal. En todos los casos esta vida afectiva debe ser acogida e integrada en la persona humana.

Naturaleza, finalidad y medios de la educación sexual

34. Objetivo fundamental de esta educación es un conocimiento adecuado de la naturaleza e importancia de la sexualidad y del desarrollo armónico e integral de la persona hacia su madurez psicológica con vistas a la plenitud de vida espiritual, a la que todos los creyentes están llamados.(33) 
A este fin el educador cristiano recordará los principios de fe y los diversos métodos de intervención, teniendo en cuenta la positiva valoración que la pedagogía actual hace de la sexualidad.
35. En perspectiva antropológica cristiana, la educación afectivo-sexual considera la totalidad de la persona y exige, por tanto, la integración de los elementos biológicos, psico-afectivos, sociales y espirituales. Esta integración resulta difícil porque también el creyente lleva las consecuencias del pecado original.
Una verdadera «formación», no se limita a informar la inteligencia, sino que presta particular atención a la educación de la voluntad, de los sentimientos y de las emociones. En efecto, para tender a la madurez de la vida afectivosexual, es necesario el dominio de sí, el cual presupone virtudes como el pudor, la templanza, el respeto propio y ajeno y la apertura al prójimo. 
Todo esto no es posible sino en virtud de la salvación que viene de nuestro Señor Jesucristo.
36. Aunque son diversas las modalidades que asume la sexualidad en cada persona, la educación debe promover sobre todo aquella madurez que «comporta no sólo la aceptación del valor sexual integrado en el conjunto de los valores, sino también la potencialidad "oblativa", es decir la capacidad de donación, de amor altruista. Cuando esta capacidad se realiza en la medida adecuada, la persona se hace idónea para establecer un contacto espontáneo, para dominarse emocionalmente y comprometerse con seriedad».(34) 
37. La pedagogía contemporánea de inspiración cristiana ve en el educando, considerado en su totalidad compleja, el principal sujeto de la educación. Debe ser ayudado, creando un clima de confianza, a desarrollar todas sus capacidades para el bien. Demasiado fácilmente se olvida esto cuando se da excesivo peso a la simple información en detrimento de las otras dimensiones de la educación sexual. En la educación, en efecto, es de máxima importancia el conocimiento de nuevas nociones, pero vivificado por la asimilación de los valores correspondientes y de una viva toma de conciencia de las responsabilidades personales relacionadas con la edad adulta.
38. Debido a las repercusiones de la sexualidad en toda la persona humana, es necesario tener presentes multitud de aspectos: las condiciones de salud, las influencias del ambiente familiar y social, las impresiones recibidas y las reacciones del sujeto, la educación de la voluntad y el grado de desarrollo de la vida espiritual sostenida por el auxilio de la gracia.
39. Todo lo que se ha dicho hasta aquí sirve a los educadores como ayuda y guía en la formación de la personalidad de los jóvenes. Los educadores deben estimularlos a una reflexión crítica sobre las impresiones recibidas y, al mismo tiempo que les proponen valores, deben darles testimonio de una vida espiritual auténtica tanto personal como comunitaria.
40. Vistos los estrechos lazos existentes entre moral y sexualidad, es necesario que el conocimiento de las normas morales esté acompañado de claras motivaciones a fin de conseguir una sincera adhesión personal. 
41. La pedagogía contemporánea tiene plena conciencia de que la vida humana está sometida a una evolución constante y que la formación personal es un proceso permanente. Esto es también verdadero respecto a la sexualidad que se manifiesta con características particulares en las diversas fases de la vida. Lo cual conlleva, evidentemente, riquezas y dificultades no leves en cada etapa de su maduración.
42. Los educadores tienen presente las etapas fundamentales de tal evolución: el instinto primitivo, que al principio presenta carácter rudimentario, pasa luego a un clima de  ambivalencia entre el bien y el mal; después con ayuda de la educación los sentimientos se estabilizan a la vez que aumenta el sentido de responsabilidad. Gradualmente el egoísmo se elimina, se establece un cierto ascetismo, el otro es aceptado y amado por sí mismo; se integran los elementos de la sexualidad: genitalidad, erotismo, amor y caridad. Aunque no se obtiene siempre el resultado completo, son más numerosos de lo que se piensa, los que se aproximan a la meta a que aspiran.
43. Los educadores cristianos están persuadidos de que la educación sexual sólo se realiza plenamente en el ámbito de la fe. Incorporado por el bautismo a Cristo resucitado, el cristiano sabe que también su cuerpo ha sido vivificado y purificado por el Espíritu que Jesús le comunica.(35) 
La fe en el misterio de Cristo resucitado, que por su Espíritu actúa y prolonga en los fieles el misterio de la pascua, descubre al creyente la vocación a la resurrección de la carne, ya incoada gracias al Espíritu que habita en el justo como prenda y germen de la resurrección total y definitiva.
 44. El desorden provocado por el pecado, presente y operante en el individuo como también en la cultura que caracteriza la sociedad, ejerce una presión fuerte a concebir y vivir la sexualidad en oposición a la ley de Cristo, al compás de lo que San Pablo denominara la ley del pecado.(36) A veces, las estructuras económicas, las leyes estatales, los mass-media, los sistemas de vida de las grandes metrópolis son factores que inciden negativamente sobre el hombre. De todo ello la educación cristiana toma nota e indica orientaciones oportunas para oponerse responsablemente a tales incentivos.
45. Este esfuerzo constante es sostenido y aun hecho posible por la gracia divina mediante la Palabra de Dios recibida con fe, la oración filial y la participación en los sacramentos. Figura en primer término la Eucaristía, comunión con Cristo en el acto mismo de su sacrificio, donde, efectivamente, el creyente encuentra el Pan de vida como «viático» para afrontar y superar los obstáculos de su terreno peregrinar. El sacramento de la Reconciliación, a través de la gracia que le es propia y con la ayuda de la dirección espiritual, no solamente refuerza la capacidad de resistencia al mal, sino que confiere energía para levantarse después de una caída.
Estos sacramentos son ofrecidos y celebrados en la comunidad eclesial. Quien se inscribe vitalmente en el seno de tal comunidad, halla en los sacramentos la fuerza para llevar, en su estado, una vida casta.
46. La oración personal y comunitaria es el medio insustituible para obtener de Dios fidelidad a las promesas del bautismo, resistencia a los impulsos de la naturaleza humana herida por el pecado y equilibrio de las emociones que surgen por influencias negativas del medio ambiente.
El espíritu de oración ayuda a vivir coherentemente la práctica de los valores evangélicos cuales son la lealtad y sinceridad de corazón y la pobreza y humildad, en el esfuerzo diario de trabajo y de interés por el prójimo. La vida interior lleva a la alegría cristiana, siempre victoriosa, más allá de todo moralismo y ayuda psicológica, en la lucha contra el mal.
Del contacto íntimo y frecuente con el Señor todos, y los jóvenes en particular, recaban fuerza y entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás.
A nadie debe escapársele la importancia de estas afirmaciones, pues hay muchas personas que, implícita o explícitamente, tienen una actitud pesimista respecto a la capacidad de la naturaleza humana para asumir un compromiso definitivo para toda la vida, especialmente en el matrimonio. La educación cristiana debe reforzar la confianza de los jóvenes de manera que su comprensión y preparación para un compromiso de este género esté acompañada de la certeza de que Dios les ayuda con su Gracia para que puedan llevar a cabo sus designios sobre ellos.
47. La imitación y unión con Cristo, vividos y transmitidos por los santos, son las motivaciones más profundas de nuestra esperanza de realizar el alto ideal de vida casta inalcanzable con las solas fuerzas humanas.
 La Virgen María es ejemplo eminente de vida cristiana. La Iglesia, por secular experiencia, certifica que los fieles, especialmente los jóvenes, que le son devotos, han sabido realizar este sublime ideal.

II. RESPONSABILIDAD EN LA REALIZACIÓN DE LA EDUCACION SEXUAL 
Función de la familia 
48. La educación corresponde, especialmente, a la familia que «es escuela del más rico humanismo».(37) La familia, en efecto, es el mejor ambiente para llenar el deber de asegurar una gradual educación de la vida sexual. Ella cuenta con reservas afectivas capaces de hacer aceptar, sin traumas, aun las realidades más delicadas e integrarlas armónicamente en una personalidad equilibrada y rica.
49. El afecto y la confianza recíproca que se viven en la familia ayudan al desarrollo armónico y equilibrado del niño desde su nacimiento. Para que los lazos afectivos naturales que unen a los padres con los hijos sean positivos en el máximo grado, los padres, sobre la base de un sereno equilibrio sexual, establezcan una relación de confianza y diálogo con sus hijos, siempre adecuada a su edad y desarrollo.
50. Para brindar a los hijos orientaciones eficaces necesarias para resolver los problemas del momento, antes de dar conocimientos teóricos, sean los adultos ejemplo con el propio comportamiento. Los padres cristianos deben tener conciencia de que ese ejemplo constituye la aportación más válida a la educación de sus hijos. Éstos, a su vez, podrán adquirir la certeza de que el ideal cristiano es una realidad vivida en el seno de la propia familia
51. La apertura y la colaboración de los padres con los otros educadores corresponsables de la formación, influirán positivamente en la maduración del joven. La preparación teórica y la experiencia de los padres ayudarán a los hijos a comprender el valor y el papel específicos de la realidad masculina y femenina.
52 La plena realización de la vida conyugal y, en consecuencia, la estabilidad y santidad de la familia dependen de la formación de la conciencia y de los valores asimilados durante todo el proceso formativo de los mismos padres. Los valores morales vividos en familia se transmiten más fácilmente a los hijos.(38) Entre estos valores morales hay que destacar el respeto a la vida desde el seno materno y, en general, el respeto a la persona de cualquier edad y condición. Se debe ayudar a los jóvenes a conocer, apreciar y respetar estos valores fundamentales de la existencia.
Dada la importancia de los mismos para la vida cristiana, e incluso en la perspectiva de una llamada divina de los hijos al sacerdocio o a la vida consagrada, la educación sexual adquiere también una dimensión eclesial.

La comunidad eclesial
53. La Iglesia, madre de los fieles engendrados en la fe por ella en el Bautismo, tiene, confiada por Cristo, una misión educativa que se realiza especialmente a través del anuncio, la plena comunión con Dios y los hermanos y la participación consciente y activa en la liturgia eucarística y en la actividad apostólica.(39) La comunidad eclesial constituye, desde el abrirse a la vida, un ambiente adecuado a la asimilación de la ética cristiana en la que los fieles aprenden a testimoniar la Buena Nueva.
54. Las dificultades que la educación sexual encuentra a menudo en el seno de la familia, requieren una mayor atención por parte de la comunidad cristiana y, en particular de los sacerdotes, para lograr la educación de los bautizados. En este campo están llamados a cooperar con la familia, la escuela católica, la parroquia y otras instituciones eclesiales.
55. Del carácter eclesial de la fe deriva la corresponsabilidad de la comunidad cristiana en ayudar a los bautizados a vivir coherente y conscientemente las obligaciones asumidas en el bautismo. Corresponde a los Obispos dar normas y orientaciones adaptadas a las necesidades de las Iglesias particulares.

Catequesis y educación sexual
56. La catequesis está llamada a ser terreno fecundo para la renovación de toda la comunidad eclesial. Por tanto, para llevar a los fieles a la madurez de la fe, aquélla debe ilustrar los valores positivos de la sexualidad, integrándolos con los de la virginidad y el matrimonio, a la luz del misterio de Cristo y de la Iglesia.
Esta catequesis debería poner de relieve que la primera vocación del cristiano es amar, y que la vocación al amor se realiza por dos caminos diversos: el matrimonio o el celibato por el Reino.(40) «El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo».(41) 
57. Para que las familias tengan la certeza de que la catequesis no se separa en absoluto del Magisterio de la Iglesia, los Pastores deben preocuparse tanto de la elección y preparación del personal responsable cuanto del determinar los contenidos y métodos.
58. Persiste en su pleno valor la norma indicada en el n. 48: en lo que concierne a los aspectos más íntimos, biológicos o afectivos, se debería privilegiar la educación individual, preferiblemente en el ámbito de la familia. 
59. Siendo siempre válido que la catequesis realizada en familia constituye una forma privilegiada, si en algunas circunstancias, los padres no se sienten capacitados para asumir este deber, pueden acudir a otras personas que gocen de su confianza. Una iniciación sabia, prudente y adaptada a la edad y al ambiente, puede evitar traumas a los niños y hacerles más fácil la solución de los problemas sexuales. En todo caso, no bastan lecciones formales; para impartir estas enseñanzas lo mejor es aprovechar las múltiples ocasiones ofrecidas por la vida cotidiana.

Catequesis prematrimonial 
60. Un aspecto fundamental de la preparación de los jóvenes para el matrimonio consiste en darles una visión exacta la ética cristiana respecto a la sexualidad. La catequesis ofrece la ventaja de situarse en la perspectiva inmediata del matrimonio. Pero, para conseguir plenamente el objetivo, esta catequesis debe ser continuada convenientemente de manera que constituya un verdadero y propio catecumenado. Aspira, además, a sostener y robustecer la castidad propia de los novios, a prepararlos para la vida conyugal, vivida cristianamente, y para la misión específica que los esposos tienen en el Pueblo de Dios.
 61. Los futuros esposos deben conocer el significado profundo del matrimonio, entendido como unión de amor para su pleno desarrollo personal y para la procreación. La estabilidad del matrimonio y del amor conyugal exige, como condición indispensable, la castidad y el dominio de sí, la formación del carácter y el espíritu de sacrificio. En vista de las dificultades de la vida matrimonial, agudizadas en las condiciones de nuestro tiempo, la castidad juvenil, en cuanto preparación adecuada para la castidad matrimonial, será de ayuda decisiva para los esposos. Éstos, por otra parte, serán instruidos sobre la ley divina, declarada por el Magisterio eclesiástico, necesaria para la formación de su conciencia.(42)
62. Instruidos sobre el valor y la grandeza del sacramento del matrimonio, que especifica para ellos la gracia y la vocación del bautismo, los esposos cristianos estarán en grado de vivir conscientemente los valores y las obligaciones propias de su vida moral como exigencia y fruto de la gracia y de la acción del Espíritu, ya que «para cumplir dignamente su deber de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial».(43)
 Por otra parte, a fin de vivir su sexualidad y llevar a cabo sus responsabilidades de acuerdo con el designio divino (44) es importante que los esposos tengan conocimiento de los métodos naturales para regular su fertilidad. Como ha dicho Juan Pablo II: «Conviene hacer lo posible para que semejante conocimiento se haga accesible a todos los esposos, y ante todo a las personas jóvenes, mediante una información y una educación clara, oportuna y seria, por parte de parejas, de médicos y de expertos».(45) Hay que hacer notar que la contracepción, de la que actualmente se hace intensa propaganda, contrasta con estos ideales cristianos y estas normas de moralidad en que la Iglesia es maestra. Este hecho hace todavía más urgente la necesidad de que la enseñanza de la Iglesia sobre los medios artificiales de contracepción y los motivos de tales enseñanzas, sean transmitidos a los jóvenes a la edad conveniente para prepararlos a vivir su matrimonio responsablemente, pleno de amor y abierto a la vida.

Orientaciones para los adultos 
63. Una sólida preparación catequística de los adultos, sobre el amor humano, pone las bases para la educación sexual de los niños. Así se asegura la posesión de la madurez humana iluminada por la fe, que será decisiva en el diálogo que los adultos deben establecer con las nuevas generaciones. Además de las indicaciones concernientes a los métodos a usarse, dicha catequesis favorecerá un oportuno cambio de ideas sobre problemas particulares, hará conocer mejor el material a utilizar y permitirá eventuales encuentros con expertos, cuya colaboración podría ser particularmente útil en los casos difíciles.
64. La persona debería encontrar en la sociedad, expresados y vividos, los valores que ejercen un influjo no secundario en el proceso formativo. Será, por tanto, deber de la sociedad civil, en cuanto se trata del bien común,(46) vigilar con el fin de que se asegure un sano ambiente físico y moral en las escuelas y se promuevan las condiciones que respondan a la positiva petición de los padres o cuenten con su libre adhesión. 
65. Es deber del Estado tutelar a los ciudadanos contra las injusticias y desórdenes morales como el abuso de los menores y toda forma de violencia sexual, la degradación de costumbres, la permisividad y la pornografía, y la manipulación de los datos demográficos. 

Responsabilidad en la educación para el uso de los instrumentos de comunicación social
66. En el mundo actual los instrumentos de comunicación social, con su irrupción arrolladora y fuerza de sugestión, ejercen sobre los jóvenes y los menores, en general y sobre todo en el campo de la educación sexual, una continua y condicionarte obra de información y de amaestramiento bastante más incisiva que aquella propia de la familia.
 Juan Pablo II ha indicado la situación en la que vienen a encontrarse los niños frente a los instrumentos de comunicación social: «Fascinados y privados de defensas ante el mundo y ante los adultos, los niños están naturalmente dispuestos a acoger lo que se les ofrece, ya se trate del bien o del mal ... Los niños se sienten atraídos por la «pequeña pantalla» y por la «pantalla grande»: siguen todos los gestos que aparecen en ellas y perciben, antes y mejor que cualquier otra persona, las emociones y sentimientos consiguientes».(47) 
67. Hay que destacar, además, que por la misma evolución tecnológica se hace menos fácil el realizar oportunamente el necesario control. De aquí la urgencia, aun con miras a una recta educación sexual, de que «los destinatarios, sobre todo los jóvenes, procuren acostumbrarse a ser moderados y disciplinados en el uso de estos instrumentos; pongan, además, empeño en entender bien lo oído, visto y leído;  dialoguen con educadores y peritos en la materia y aprendan a formar recto juicio».(48)
68. En defensa de los derechos del niño en este campo, Juan Pablo II estimula la conciencia de todos los cristianos responsables, en particular de los padres y de los operadores de los medios de comunicación social, para que no escondan, bajo pretexto de neutralidad o de respeto por el espontáneo desarrollo del niño, lo que en realidad constituye un comportamiento de preocupante desinterés.(49)
 «Las autoridades civiles tienen peculiares deberes en esta materia en razón del bien común»,(50) el cual exige que un reglamento jurídico de los instrumentos de comunicación social proteja la moralidad pública, en particular el mundo juvenil, especialmente en lo que concierne a revistas, filmes, programas radio-televisivos, exposiciones, espectáculos y publicidad. 

Función de la escuela en relación a la educación sexual
69. Supuesto el deber primario de la familia, cometido propio de la escuela es el de asistir y completar la obra de los padres, proporcionando a los niños y jóvenes una estima de la «sexualidad como valor y función de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios».(51) 
70. El diálogo interpersonal, exigido por la educación sexual, tiende a suscitar en el educando una disposición interior apta para motivar y guiar el comportamiento de la persona.
 Ahora bien, tal actitud está estrechamente conectada con los valores inspirados en la concepción de la vida. La educación sexual no se reduce a simple materia de enseñanza o a sólo conocimientos teóricos; no consiste en un programa a desarrollar progresivamente, sino que tiene un objetivo específico: la maduración afectiva del alumno, el hacerlo llegar a ser dueño de sí y el formarlo para el recto comportamiento en las relaciones sociales. 
71. La escuela puede contribuir a la consecución de este objetivo de diversas maneras. Todas las materias se prestan al desarrollo de los temas relativos a la sexualidad; el profesor lo hará siempre en clave positiva y con gran delicadeza, discerniendo concretamente la oportunidad y el modo.
 La educación sexual individual por su valor prioritario, no puede ser confiada indistintamente a cualquier miembro de la comunidad escolar. En efecto, como se especificará más adelante, además de recto juicio, sentido de responsabilidad, competencia profesional, madurez afectiva y pudor, esta educación exige en el educador una sensibilidad exquisita para iniciar al niño y al adolescente en los problemas del amor y de la vida sin perturbar su desarrollo psicológico. 
72. Aun cuando el educador posea las cualidades necesarias para una educación sexual en grupo, hay que tener en cuenta la situación concreta del grupo mismo. Esto se aplica, sobre todo, en el caso de grupos mixtos que reclaman especiales precauciones. En todo caso, las autoridades responsables deben juzgar con los padres la oportunidad de proceder de este modo. Dada la complejidad del problema, es bueno proporcionar al educando ocasión para coloquios personales en los que se le facilite el pedir los consejos o aclaraciones que, por un instintivo sentido del pudor, no se atrevería a manifestar en públicoSólo una estrecha colaboración entre la escuela y la familia asegura un provechoso cambio de experiencias entre padres y profesores, en bien de los alumnos.(52)
 Corresponde a los Obispos, teniendo en cuenta las legislaciones escolásticas y las circunstancias locales, dar indicaciones sobre la educación sexual en grupos, sobre todo si son mixtos.
73. Puede, tal vez, ocurrir que determinados sucesos de la vida escolar exijan una intervención oportuna. En cuyo caso, las autoridades escolares, coherentes con el principio de colaboración, se pondrán en contacto con los padres interesados para acordar la solución oportuna. 
74. Personas particularmente aptas por su competencia y equilibrio y que gozan de la confianza de los padres, podrán ser invitadas y tener coloquios privados con los alumnos para ayudarlos a desarrollar su maduración afectiva y a dar el justo equilibrio a sus relaciones. Tales intervenciones de orientación personal se imponen en especial en los casos más difíciles, a menos que la gravedad de la situación no haga necesario el recurso al especialista en materia. 
75. La formación y el desarrollo de una personalidad armónica exigen una atmósfera serena, fruto de comprensión, confianza recíproca y colaboración entre los responsables. Esto se logra con el mutuo respeto a la competencia específica de los diversos operadores de la educación, a las respectivas responsabilidades y a la elección de los medios diferenciados a disposición de cada uno. 


 Material didáctico apropiado
76. Facilita la educación sexual correcta, un material didáctico apropiado. Para prepararlo adecuadamente, se requiere la colaboración de especialistas en teología moral y pastoral, de catequistas y de pedagogos y psicólogos católicos. Póngase particular atención al material destinado al uso inmediato de los alumnos. Ciertos textos escolares sobre la sexualidad, por su carácter naturalista, resultan nocivos al niño y al adolescente.
 Aún más nocivo es el material gráfico y audiovisual, cuando presenta crudamente realidades sexuales para las que el alumno no está preparado y así le proporciona impresiones traumáticas o suscita en él malsanas curiosidades que lo inducen al mal. Los educadores piensen seriamente en los graves daños que una irresponsable actitud en materia tan delicada puede causar a los alumnos. 

Grupos juveniles 
77. Existe en la educación un factor no despreciable que se asocia a la acción de la familia y de la escuela y, a menudo, tiene una influencia aún mayor en la formación de la persona: son los grupos juveniles que se constituyen en las actividades del tiempo libre y que ocupan intensamente la vida del adolescente y del joven. Las ciencias humanas consideran los 'grupos' como una condición positiva para la formación, porque no es posible la maduración de la personalidad sin eficaces relaciones interpersonales.

III. CONDICIONES Y MODALIDAD DE LA EDUCACIÓN SEXUAL 
78. La complejidad y delicadeza de esta tarea requiere esmerada preparación de los educadores, cualidades específicas para esta acción educativa y particular atención a objetivos precisos. 

Preparación para los educadores
79. La personalidad madura de los educadores, su preparación y equilibrio psíquico influyen fuertemente sobre los educandos. Una exacta y completa visión del significado y del valor de la sexualidad y una serena integración de la misma en la propia personalidad son indispensables a los educadores para una constructiva acción educativa. Su capacitación no es tanto fruto de conocimientos teóricos como resultado de su madurez afectiva, lo cual no dispensa de la adquisición de conocimientos científicos adaptados a su tarea educativa, particularmente ardua en nuestros días. Los encuentros con las familias podrán ser de gran ayuda. 
80. Las disposiciones que deben caracterizar al educador son el resultado de una formación general, fundada en una concepción positiva y constructiva de la vida, y en el esfuerzo constante por realizarla. Una tal formación rebasa la necesaria preparación profesional y penetra los aspectos más íntimos de la personalidad, incluso el religioso y espiritual. Este último, garantiza el recurso tanto a los principios cristianos como a los medios sobrenaturales que deben sostener las intervenciones educativas. 
81. El educador que desarrolla su tarea fuera del ambiente familiar, necesita una preparación psico-pedagógica adaptada y seria, que le permita captar situaciones particulares que requieren una especial solicitud. Así, estará en disposición de aconsejar aun a los mismos padres, sobre todo cuando el muchacho o la muchacha necesitan un psicólogo. 
82. Entre los sujetos normales y los casos patológicos, existe toda una gama de individuos con problemas, más o menos agudos y persistentes amenazados de escasa atención pese a su gran necesidad de ayuda. En estos casos, más que una terapia a nivel médico, se requiere una constante obra de apoyo y guía por parte de los educadores. Cualidades de los métodos educativos 
83. Se impone un conocimiento claro de la situación, porque el método utilizado no sólo condiciona grandemente el resultado de esta delicada educación, sino también la colaboración entre los diversos responsables. En realidad las críticas en curso, ordinariamente, se refieren más a los métodos usados por algunos educadores que al hecho de su intervención. Estos métodos deben tener determinadas cualidades, relativas unas al sujeto y a los educadores mismos y otras a la finalidad que tal educación se propone. 

Exigencias del sujeto e intervención educativa 
84. La educación afectivo-sexual, estando más condicionada que otras por el grado de desarrollo físico y psicológico del educando, debe ser siempre adaptada al individuo. En ciertos casos, es necesario prevenir al sujeto preparándolo para situaciones particularmente difíciles, cuando se prevé que deberá afrontarlas, o avisándole acerca de peligros inminentes o constantes.
85. Sin embargo, es preciso respetar el carácter progresivo de esta educación. Se debe intervenir gradualmente prestando atención a los momentos del desarrollo físico y psicológico que requieren una preparación más cuidadosa y un tiempo de maduración prolongado. Es necesario asegurarse de que el educando ha asimilado los valores, los conocimientos y las motivaciones que le han sido propuestos o los cambios y evoluciones que ha podido observar en sí mismo y de los que el educador indica oportunamente las causas, las relaciones y la finalidad. Cualidad de las intervenciones educativas 
86. Una válida contribución al desarrollo armónico y equilibrado de los jóvenes impone a los educadores regular sus intervenciones de acuerdo al particular papel que desempeñan. El sujeto no percibe ni acepta de la misma manera de parte de los diversos educadores las informaciones y motivaciones que le son dadas, porque afectan de modo diverso su intimidad. Objetividad y prudencia deben caracterizar tales intervenciones. 
87. La información progresiva requiere una explicación incompleta, pero siempre ajustada a la verdad. Han de evitarse explicaciones deformadas por reticencias o falta de franqueza. Sin embargo, la prudencia exige al educador no sólo una oportuna adaptación del argumento a las expectativas del sujeto, sino también la elección del lenguaje, del modo y del tiempo en el que intervenir; exige también que se tenga en cuenta el pudor del niño. El educador recuerde, además, la influencia de los padres: su preocupación por esta dimensión de la educación, el carácter particular de la educación familiar, su concepción de la vida y el grado de apertura a los otros ambientes educativos.
88. Se debe insistir, sobre todo, en los valores humanos y cristianos de la sexualidad para procurar su aprecio y para suscitar el deseo de proyectarlos en la vida personal y en las relaciones con los demás. Sin desconocer las dificultades que el desarrollo sexual supone, pero sin obsesionarse con ello, el educador tenga confianza en la acción educativa: ésta puede contar con la resonancia que los verdaderos valores encuentran en los jóvenes, cuando son presentados con convicción y confirmados por el testimonio de vida. 
89. Dada la importancia de la educación sexual en la formación integral de la persona, los educadores, habida cuenta de los varios aspectos de la sexualidad y de su incidencia sobre la personalidad global, se esfuercen, especialmente, por no separar los conocimientos de los valores correspondientes que dan un sentido y una orientación a las informaciones biológicas, psicológicas y sociales. Por tanto, cuando presenten las normas morales, es necesario que muestren su respaldo y los valores que involucran.

Educación para el pudor y la amistad
90. El pudor, elemento fundamental de la personalidad, se puede considerar —en el plano educativo— como la conciencia vigilante en defensa de la dignidad del hombre y del amor auténtico. Tiende a reaccionar ante ciertas actitudes y a frenar comportamientos que ensombrecen la dignidad de la persona. Es un medio necesario y eficaz para dominar los instintos, hacer florecer el amor verdadero e integrar la vida afectivo-sexual en el marco armonioso de la persona. El pudor entraña grandes posibilidades pedagógicas. y merece por tanto, ser valorizado. Niños y jóvenes aprenderán así a respetar el propio cuerpo como don de Dios, miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo; aprenderán a resistir al mal que les rodea, a tener una mirada y una imaginación limpias y a buscar el manifestar en el encuentro afectivo con los demás un amor verdaderamente humano con todos sus elementos espirituales. 
91. Con este fin se les presenten modelos concretos y atrayentes de virtud, se les desarrolle el sentido estético, despertándoles el gusto por la belleza presente en la naturaleza, en el arte y en la vida moral; se eduque a los jóvenes para asimilar un sistema de valores, sensibles y espirituales, en un despliegue desinteresado de fe y de amor. 
92. La amistad es el vértice de la maduración afectiva y se diferencia de la simple camaradería por su dimensión interior, por una comunicación que permite y favorece la verdadera comunión, por la recíproca generosidad y la estabilidad. La educación para la amistad puede llegar a ser un factor de extraordinaria importancia para la construcción de la personalidad en su dimensión individual y social.
93. Los vínculos de amistad que unen a los jóvenes de distinto sexo, contribuyen a la comprensión y a la estima reciproca, siempre que se mantengan en los limites de normales expresiones afectivas. Si en cambio, se convierten o tienden a convertirse en manifestaciones de tipo genital, esos vínculos pierden el auténtico significado de amistad madura, perjudicando los aspectos relacionales de ese momento y las perspectivas de un posible matrimonio futuro, y restando atención a una eventual vocación a la vida consagrada. 

IV. ALGUNOS PROBLEMAS PARTICULARES 
El educador podrá encontrarse, en el ejercicio de su misión, delante de algunos problemas particulares sobre los que, ahora, se juzga oportuno detenerse. 
94. La educación sexual debe conducir a los jóvenes a tomar conciencia de las diversas expresiones y de los dinamismos de la sexualidad, así como de los valores humanos que deben se respetados. El verdadero amor es capacidad de abrirse al prójimo en ayuda generosa, es dedicación al otro para su bien; sabe respetar su personalidad y libertad; no es egoísta, no se busca a sí mismo en el prójimo,(53) es oblativo, no posesivo. El instinto sexual, en cambio, si abandonado a sí mismo, se reduce a genitalidad y tiende a adueñarse del otro, buscando inmediatamente una satisfacción personal. 
95. Las relaciones íntimas deben llevarse a cabo sólo dentro del matrimonio, porque únicamente en él se verifica la conexión inseparable, querida por Dios, entre el significado unitivo y el procreativo de tales relaciones, dirigidas a mantener, confirmar y manifestar una definitiva comunión de vida —«una sola carne»— (54) mediante la realización de un amor «humano», «total», «fiel y exclusivo» y «fecundo»,(55) cual el amor conyugal. Por esto las relaciones sexuales fuera del contexto matrimonial, constituyen un desorden grave, porque son expresiones de una realidad que no existe todavía;(56) son un lenguaje que no encuentra correspondencia objetiva en la vida de las dos personas, aún no constituidas en comunidad definitiva con el necesario reconocimiento y garantía de la sociedad civil y, para los cónyuges católicos, también religiosa.
96. Se van difundiendo, cada vez más, entre los adolescentes y jóvenes ciertas manifestaciones de tipo sexual que de suyo disponen a la relación completa, aunque sin llegar a ella. Estas manifestaciones genitales son un desorden moral porque se dan fuera de un contexto matrimonial. 
97. La educación sexual ayudará a los adolescentes a descubrir los valores profundos del amor y a comprender el daño que tales manifestaciones producen a su maduración afectiva, en cuanto conducen a un encuentro no personal, sino instintivo, con frecuencia desvirtuado por reservas y cálculos egoístas, y desprovisto del carácter de una verdadera relación personal y mucho menos definitiva. Una auténtica educación conducirá a los jóvenes hacia la madurez y el dominio de sí, frutos de una elección consciente y de un esfuerzo personal. 
98. Es objetivo de una auténtica educación sexual favorecer un progreso continuo en el control de los impulsos, para abrirse a su tiempo a un amor verdadero y oblativo. Un problema particularmente complejo y delicado que puede presentarse, es el de la masturbación y sus repercusiones en el crecimiento integral de la persona. La masturbación, según la doctrina católica, es un grave desorden moral,(57) principalmente porque es usar de la facultad sexual de una manera que contradice esencialmente su finalidad, por no estar al servicio del amor y de la vida según el designio de Dios.(58) 
99. Un educador y consejero perspicaz debe esforzarse por individuar las causas de la desviación, para ayudar al adolescente a superar la inmadurez que supone este hábito. Desde el punto de vista educativo, es necesario tener presente que la masturbación y otras formas de autoerotismo, son síntomas de problemas mucho más profundos los cuales provocan una tensión sexual que el sujeto busca superar recurriendo a tal comportamiento. Este hecho requiere que la acción pedagógica sea orientada más hacia las causas que hacia la represión directa del fenómeno.(59) Aun teniendo en cuenta la gravedad objetiva de la masturbación se requiere gran cautela para evaluar la responsabilidad subjetiva de la persona.(60) 
100. Para ayudar al adolescente a sentirse acogido en una comunión de caridad y liberado de su cerrazón en sí mismo, el educador «debe despojar de todo dramatismo el hecho de la masturbación y no disminuir el aprecio y benevolencia al sujeto»;(61) debe ayudarlo a integrarse socialmente, a abrirse e interesarse por los demás, para poder liberarse de esta forma de autoerotismo, orientándose hacia el amor oblativo, propio de una afectividad madura; al mismo tiempo lo animará a recurrir a los medios recomendados por la ascesis cristiana, como la oración y los sacramentos, y a ocuparse en obras de justicia y caridad. 
101. La homosexualidad que impide a la persona el llegar a su madurez sexual, tanto desde el punto de vista individual como interpersonal, es un problema que debe ser asumido por el sujeto y el educador, cuando se presente el caso, con toda objetividad.
«Esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos, por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable».(62) 
102. Será función de la familia y del educador buscar, sobre todo, el individuar los factores que impulsan hacia la homosexualidad, ver si se trata de factores fisiológicos o psicológicos, si es el resultado de una falsa educación o de la falta de una evolución sexual normal, si proviene de hábitos contraídos o de malos ejemplos (63) o de otros factores. En concreto, al buscar las causas de este desorden, la familia y el educador tendrán en cuenta primeramente los elementos de juicio propuestos por el Magisterio y se servirán de la contribución que diversas disciplinas pueden ofrecer. Después se analizarán diferentes elementos: falta de afecto, inmadurez, impulsos obsesivos, seducción, aislamiento social, la depravación de costumbres y lo licencioso de los espectáculos y las publicaciones. Tendrán presente que en lo profundo del hombre yace su innata debilidad, consecuencia del pecado original, que puede desembocar en pérdida del sentido de Dios y del hombre y tener sus repercusiones en la esfera de la sexualidad. (64) 
103. Individuadas y comprendidas las causas, la familia y el educador ofrecerán una ayuda eficaz al proceso de crecimiento integral: acogiendo con comprensión; creando un clima de confianza; animando a la liberación y progreso en el dominio de sí; promoviendo un auténtico esfuerzo moral de conversión hacia el amor de Dios y del prójimo; sugiriendo —si fuera necesario— la asistencia médico-psicológica de una persona atenta y respetuosa a las enseñanzas de la Iglesia. 
104. Una sociedad permisiva que no ofrece valores sobre los que fundamentar la vida, favorece evasiones alienantes a las que son sensibles, en modo particular, los jóvenes. Su carga de idealismo choca con la dureza de la vida originando una tensión que puede provocar, a causa de la debilidad de la voluntad, una demoledora evasión en la droga. 
Este es un problema que se agrava cada vez más y que toma aspectos dramáticos para el educador. Algunas substancias psicotrópicas aumentan la sensibilidad para el placer sexual y, en general, disminuyen la capacidad de autocontrol y, por tanto, de defensa. El abuso prolongado de la droga lleva a la destrucción física y psíquica. Droga, autonomía mal entendida y desorden sexual se encuentran a menudo juntos. La situación psicológica y el contexto humano de aislamiento, abandono y rebelión, en que viven los drogados, crean condiciones tales que llevan fácilmente a abusos sexuales.
105. La intervención reeducativa, que exige una profunda transformación interna y externa del individuo, es fatigosa y larga porque debe ayudar a reconstruir la personalidad y sus relaciones con el mundo de las personas y de los vares. Más eficaz es la acción preventiva. Ésta procura evitar las carencias afectivas profundas. El amor y la atención educan en el valor; la dignidad y el respeto a la vida, al cuerpo, al sexo y a la salud. La comunidad civil y cristiana debe saber acoger oportunamente a los jóvenes abandonados, marginados, solos o inseguros, ayudándolos a inserirse en el estudio y en el trabajo, a ocupar el tiempo libre ofreciéndoles lugares sanos de encuentro, de alegría, de ocupaciones interesantes y proporcionándoles ocasiones para nuevas relaciones afectivas y de solidaridad. 
En especial el deporte, al servicio del hombre, posee un gran valor educativo no sólo como disciplina corporal, sino también como ocasión de sana distensión en la que el sujeto se ejercita en renunciar a su egoísmo y a competir con los otros. Sólo una libertad auténtica, educada, ayudada y promovida, defiende de la búsqueda de la libertad ilusoria de la droga y del sexo.

CONCLUSIÓN 
106. De estas reflexiones se puede concluir que, en la actual situación socio-cultural es urgente dar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes una positiva y gradual educación afectivo-sexual, ateniéndose a las disposiciones conciliares. El silencio no es una norma absoluta de conducta en esta materia, sobre todo cuando se piensa en los numerosos «persuasores ocultos» que usan un lenguaje insinuante. Su influjo hoy es innegable, por tanto, corresponde a los padres vigilar no sólo para reparar los daños causados por intervenciones inoportunas y nocivas, sino, especialmente, para prevenir a sus hijos ofreciéndoles una educación positiva y convincente. 
107. La defensa de los derechos fundamentales del niño y del adolescente para el desarrollo armónico y completo de la personalidad conforme a la dignidad de hijos de Dios, corresponde en primer lugar a los padres. La maduración personal exige, en efecto, una continuidad en el proceso educativo protegido por el amor y la confianza propias del ambiente familiar. 
108. En el cumplimiento de su misión la Iglesia tiene el deber y el derecho de atender a la educación moral de los bautizados. La intervención de la escuela en toda la educación, y particularmente en esta materia tan delicada, debe llevarse a cabo de acuerdo con la familia. Esto supone en los educadores, y en aquellos que intervienen por deber explícito o implícito, un criterio recto acerca de la finalidad de su intervención y la preparación adecuada para poder exponer este tema con delicadeza y en un clima de serena confianza. 
109. Para que la información y la educación afectivo-sexual sean eficaces, deben efectuarse con oportuna prudencia, con expresiones adecuadas y preferiblemente en forma individual. El éxito de esta educación dependerá, en gran parte, de la visión humana y cristiana con que el educador presentará los valores de la vida y del amor. 
110. El educador cristiano, sea padre o madre de familia, profesor o de alguna forma responsable, puede, hoy sobre todo, sentir la tentación de remitir a otros un deber que exige tanta delicadeza, criterio, paciencia y esfuerzo y que requiere también mucha generosidad y empeño por parte del educando. Por tanto, es necesario, al terminar este documento, reafirmar que este aspecto de la acción educativa es, sobre todo para un cristiano, obra de fe y de confiado recurso a la gracia: todo aspecto de la educación sexual se inspira en la fe y saca de ella y de la gracia la fuerza indispensable. La carta de S. Pablo a los Gálatas incluye el dominio de sí y la templanza en el ámbito de cuanto el Espíritu, y sólo Él, puede realizar en el creyente. Es Dios el que da la luz, es Dios el que comunica la energía suficiente.(65)
 111. La Congregación para la Educación Católica confía que las Conferencias Episcopales promuevan la unión de los padres, las comunidades cristianas y los educadores con miras a la acción convergente en un sector tan importante para el futuro de los jóvenes y el bien de la sociedad. Invita a asumir esta tarea educativa con recíproca confianza y gran respeto de los derechos y competencias específicas para lograr una completa formación cristiana.

Roma, 1 de noviembre de 1983, fiesta de Todos los Santos. 
WILLIAM Card. BAUM Prefecto 
Antonio M. Javierre, Secretario Arzobispo ti
Notas 
(1) Conc. Ec. Vat. II: Decl. Gravissimum educationis, n. 1. (2) Ibid. (3) S. Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaración acerca de algunas cuestiones de ética sexual, Persona humana, 29 diciembre 1975, AAS 68 (1976) p. 77, n. 1. (4) Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris consortio, 22 noviembre 1981, AAS 74. (1982) p. 128, n. 37; cf. infra n. 16. (5) Pío XI en su Encíclica Divini illius Magistri, del 31 diciembre 1929, declaraba errónea la educación sexual tal y como se hacía en su tiempo, es decir una información naturalista, impartida precoz e indiscriminadamente, (AAS 22 (1930) pp. 49-86). Con esta misma visión se debe leer el Decreto del S. Oficio del 31 de marzo de 1931, (AAS 23 (1931) pp. 118-119). Sin embargo, Pío XI consideraba la posibilidad de una educación sexual positiva, individual «por parte de aquellos que han recibido de Dios la misión educativa y la gracia de estado», (AAS 22 (1930) p. 71). Este valor positivo de la educación sexual, señalado por Pío XI, ha sido gradualmente desarrollado por los sucesivos Pontífices. Pío XII, en el discurso al V Congreso Internacional de Psicoterapia y Psicología clínica del 13 de abril de 1953 (AAS 45 (1953) pp. 278-286) y en la Alocución a las Mujeres de Acción Católica italiana del 26 de octubre de 1941 (AAS 33 (1941) pp. 450-458) concreta cómo debe realizarse la educación sexual en familia. Cf. también Pío XII a los Carmelitas: AAS 43 (1951) pp. 734-738; a los padres de familia franceses; AAS 43 (1951) pp. 730-734) . El Magisterio de Pío XII prepara el camino para la declaración conciliar Gravissimum educationis. (6) Cf. Gravissimum educationis, n. 1. (7) Ibid. (8) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Cons. Gaudium et spes, n. 49. (9) Cf. Gravissimum educationis, n. 5. (10) Ibid; n. 3; cf. Gaudium et spes, n. 52. (11) Familiaris consortio, n. 37. (12) Ibid. (13) Ibid. (14) Familiaris consortio, n. 37. (15) Ibid.


(16) Gaudium et spes, n. 11. (17) Juan Pablo II: Audiencia general 14 noviembre 1979, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1979, II-2, p. 1156, n. 4. (18) Juan Pablo II: Audiencia general 9 enero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III- I, p. 90, n. 4. (19) Juan Pablo II: Audiencia general 20 febrero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 430, n. 4. (20) Juan Pablo II: Audiencia general: 9 enero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 90, n. 4. (21) Ibid.: «Precisamente atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en la dimensión del don recíproco, cuya expresión —que por esto mismo es expresión de su existencia como persona— es el cuerpo humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad. El cuerpo que expresa la feminidad «para» la masculinidad, y viceversa, la masculinidad «para» la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal». (22) Cf. Juan Pablo II: Audiencia general 26 marzo 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, pp. 737-741. (23) Cf. Gaudium et spes, n. 49. (24) Ibid., n. 12. (25) Ibid., donde se comenta el sentido social de Gen, 1, 27. (26) Ibid., nn. 47-52. (27) Juan Pablo II: Audiencia general 20 febrero 1980, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1980, III-I, p. 429, n. 2. (28) Gaudium et spes, n. 22. (29) Ef 4, 13. (30) Cf. Mt. 19,3-12. (31) Cf. 1 Cor. 7,32-34. (32) Ibid., 13,4-8; cf. Familiaris consortio, n. 16. (33) Cf. Conc. Vat. II: Cons. Lumen gentium, n. 39. (34) S. Congregación para la Educación Católica: Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 11 abril 1974, n. 22. (35) Cf. 1 Cor. 6, 15. 19-20. (36) Cf. Rom. 7, 18-23. (37) Gaudium et spes, n. 52, cf. Familiaris consortio, n. 37. (38) Cf. Familiaris consortio, n. 37. (39) Cf Gravissimum educationis, nn. 3-4; cf. Pío XI, Divini illius Magistri, I. c., pp. 53ss., 56ss. (40) Cf. Familiaris consortio, n. 11. (41) Familiaris consortio, n. 16. (42) Cf. Pablo VI, Enc. Humanae vitae, 25 julio1968, AAS 60 (1968) p. 493ss., n. 17ss. (43) Gaudium et spes, n. 48. (44) Cf Humanae vitae, n. 10. (45) Familiaris consortio, n. 33. Respecto a la actual propaganda contraceptiva tan ampliamente difundida, cf. Humanae vitae, nn. 14-17. (46) Cf. Gaudium et spes, n. 26; cf. Humanae vitae, n. 23. (47) Juan Pablo II, Mensaje para la XIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 23 mayo 1979, AAS 71 (1979-II) p. 930. (48) Conc. Ec. Vat. II: Decr. Inter mirifica, n. 10; cf. Comisión Pontificia para las Comunicaciones Sociales: Inst. past. Communio et progressio, AAS 63 (1971) p. 619, n. 68. (49) Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XIII Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales, 23 mayo 1979, AAS 71 (1979-II) pp. 930-933. (50) Inter mirifica, n. 12. (51) Familiaris consortio, n. 32. (52) Cf. supra n. 58. (53) Cf. 1 Cor. 13,5. (54) Mt. 19,5. (55) Humanae vitae, AAS 60 (1968) p. 486, n. 9. (56) Cf. Persona humana, n. 7. (57) Ibid., n. 9. (58) Ibid. (59) Ibid. (60) Ibid. pp. 85-87, n. 9. (61) Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, n. 63. (62) Persona humana, n. 8. (63) Cf. Ibid. (64) Cf. Rom. 1,26-28; Cf., por analogía, Persona humana, n. 9. (65) Cf. Gál. 5, 22-24






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