Somos nosotros, los mismos cristianos, quienes en
muchas ocasiones desconocemos lo que nos ofrece el propio magisterio de la
Iglesia, en beneficio de nuestra formación, por ello queremos compartir este
material.
Extracto del documento:
a) La educación afectivo-sexual
122. Una educación afectivo-sexual adecuada exige, en primer lugar, cuidar la
formación de toda la comunidad cristiana en los fundamentos del evangelio del
matrimonio y de la familia. Una buena formación es el mejor modo para responder
a los problemas y cuestiones que pueda presentar cualquier ideología. Todos los
cristianos responsables de su fe han de estar capacitados para «dar explicación
a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3, 15). Para
la consecución de ese objetivo puede prestar un gran servicio el Catecismo
de la Iglesia Católica, además de otros documentos relevantes. En cualquier
caso, serán siempre necesarios planteamientos que busquen la formación
integral. Ese es el marco adecuado para que la persona responda, como debe
hacerlo, a su vocación al amor.
123. La familia es, sin duda, el lugar privilegiado para esa educación y
formación. Se desarrollan allí las relaciones personales y afectivas más
significativas, llamadas a transmitir los significados básicos de la
sexualidad. La familia es el sujeto primero e insustituible de la formación de
sus miembros. Y por eso, aunque podrá y deberá ser ayudada desde las diferentes
instancias educativas de la Iglesia y del Estado, nunca deberá ser sustituida o
interferida en el derecho-deber que le asiste. Así lo recordaba ya, entre otros
documentos, el Directorio de pastoral familiar. Pero se hace ahora más
urgente si se advierte que las disposiciones legales al respecto permiten al
Estado dirigir este ámbito de educación. Y no es pequeño el riesgo de sucumbir
a las imposiciones de la ya referida ideología de “género”.
124. La educación afectivo-sexual, acorde con la dignidad del ser humano, no
puede reducirse a una información biológica de la sexualidad humana. Tampoco
debe consistir en unas orientaciones generales de comportamiento, a merced de
las estadísticas del momento. Sobre la base de una “antropología adecuada”,
como subrayaba el beato Juan Pablo II, la educación en esta materia debe consistir
en la iluminación de las experiencias básicas que todo hombre vive y en las que
encuentra el sentido de su existencia. Así se evitará el subjetivismo que
conduce a nuestros jóvenes a juzgar sus actos tan solo por el sentimiento que
despiertan, lo que les hace poco menos que incapaces para construir una vida en
la solidez de las virtudes. Esa educación, que debe comenzar en la infancia, se
ha de prolongar después en la pre-adolescencia; las instituciones educativas
deben de velar por ella, siempre en estrecha colaboración con la ya dada por
los padres en la familia.
125. Descubrir la verdad y significado del lenguaje del cuerpo permitirá saber
identificar las expresiones del amor auténtico y distinguirlas de aquellas que
lo falsean. Se estará en disposición de valorar debidamente el significado de
la fecundidad, sin cuyo respeto no es posible asumir responsablemente la
donación propia de la sexualidad en todo su valor personal. Se abre así a los
jóvenes un camino de conocimiento de sí mismos, que, mediante la integración de
las dimensiones implicadas en la sexualidad –la inclinación natural, las
respuestas afectivas, la complementariedad psicológica y la decisión
personal–,les llevará a apreciar el don maravilloso de la sexualidad y la
exigencia moral de vivirlo en su integridad. Se comprende enseguida que una
educación afectivo-sexual auténtica no es sino una educación en la virtud de la
castidad.
126. Una educación de esta naturaleza requiere personas que,
convenientemente preparadas, ayuden a formar a quienes de manera más directa e
inmediata tengan a su cargo la función educativa. En todo caso, los padres
católicos deberán estar atentos a que, en la ayuda que se proporcione se
observe siempre la fidelidad al Magisterio, la comunión eclesial y las directrices
de los pastores. La Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal
Española deberá preparar materiales y programas, con el fin de que puedan ser
empleados en esta tarea educativa.