Me contaron una vez esta historia;
“Había un hijo tenía un carácter muy
impulsivo, que por nada ya estaba montando en cólera contra quien fuera y por
lo que fuera. También era verdad que la mayor parte de las veces, después de un
episodio de éstos, se sentía avergonzado y buscaba consolar a quien había hecho
daño. Un día su padre le llamó y entregó un papel liso y le dijo: ¡haz una bola
con él! El joven la hizo y su padre le
pidió que la dejase ahora como estaba al principio, liso. Claro el chico no
pudo.
Su padre le enseñó que el corazón de las personas
es como el papel. La impresión que dejamos en el corazón es difícil de borrar
como las arrugas del papel.
Por el impulso no controlamos el odio, el
rencor, la violencia y, cuando esto
ocurre, nos sentimos que no podemos dar marcha atrás. Por ello has de aprender
a ser más comprensivo, paciente”.
Es una historia, pero cuanto de realidad
tiene ¿verdad?
Pues sí, así somos, nos creemos que lo
controlamos todo y nuestros impulsos nos hacen descontrolarnos. Cuando vives
solo por el impulso que te impera actúas como un luchador que se defiende, sin
pensar en nada ni en nadie, nada más que salir vencedor a pesar de los daños
que puedas hacer, pero después tienes
que mirar y vivir en el campo de batalla que has propiciado, y eso siempre duele.
Si te parases un momento y descubrieras que
los impulsos no es lo mejor que hay dentro de ti, seguro que los podrías
controlar, es ahora cuando lo puedes y tienes que hacer, así cuando te
descubras dueño de tus actos y sus consecuencias será porque hay madurez en tu
persona. Por eso recuerda, que la persona madura es comprensiva, paciente,
generosa, afable, servicial...
Equipo Tea
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